Julio 3, 2024

El poeta sacerdote ERNESTO CARDENAL (1925-2020)

 

 

Por Carlos Trujillo

 

                                                                                             Para Iván Carrasco Muñoz

 

“Yo he repartido papeletas clandestinas,/ gritando: ¡VIVA LA LIBERTAD! en plena calle/ desafiando a los guardias armados…” dice el comienzo de uno de sus famosos epigramas, publicados como libro en 1961, en plena dictadura somocista, y que yo llegaría a leer recién en 1973. Los versos siguientes, y finales del poema dicen así: ‘Yo participé en la rebelión de abril:/ pero palidezco cuando paso por tu casa/y tu sola mirada me hace temblar.”

Aún leídos doce años después de su publicación, e incluso, leídos hoy día, casi seis décadas después, producen un fuerte remezón (o mejor dicho, una nueva emoción) en cualquier lector que cree que en la poesía de amor lo único que puede escribirse y encontrarse son los clichés de siempre, repeticiones de motivos y de palabras tiernas, sueños, maravillas e idealizaciones sin fin.

El nicaragüense Ernesto Cardenal, de la mano de otros poetas anteriores y muy anteriores como los latinos Cayo Valerio Catulo y Marco Valerio Marcial, ambos del siglo I, antes de Cristo, nos enfrenta en Epigramas a una forma poética que primordialmente exige brevedad y argucia, que como define la RAE, quiere decir: “Sutileza, sofisma, argumento falso presentado con agudeza.” De acuerdo a esta premisa, podemos ver cómo los cuatro primeros versos muestran un yo lírico que defiende con fuerza su lucha contra la dictadura somocista, haciendo que poema parezca nada más que un grito de guerra y rebelión contra el dictador. Pero al llegar al quinto verso, observamos que el tono cambia radicalmente, al expresar un sentimiento poderoso que se vuelve incluso mayor que su odio a la dictadura: El sentimiento de amor por una muchacha cuya sola cercanía lo hace palidecer y temblar.

Extraordinario juego poético, en el que en tan sólo seis versos se unen la contingencia política nicaragüense (dictadura, dictador, odio, clandestinidad, temor a la represión) y el amor por una muchacha, que tal vez no sabe aún si será correspondido. La tragedia de la vida diaria nicaragüense de esos días (tal vez no muy diferente a la de los actuales) hiperboliza el sentimiento de amor, la inocencia y la ternura del enamorado.

Esa es una de las grandes lecciones que Cardenal entregó a varias generaciones de poetas latinoamericanos. El amor no es una burbuja de ensoñaciones ni se vive dentro de una burbuja. Al contrario, en sus poemas (como en la realidad diaria) el enamorado y la enamorada son parte de una sociedad que vive, trabaja, se alegra, sufre, pasa hambre, es perseguida, etc., etc. Con Cardenal, la poseía de amor en castellano pone firmemente los pies en la tierra, como leemos en este otro epigrama:

¡Mi gatita tierna, mi gatita tierna!

           ¡Cómo estremecen a mi gatita tierna

           mis caricias en su cara y en su cuello

           y vuestros asesinatos y torturas!

Con el pasar de los años y las décadas, el poeta-sacerdote Ernesto Cardenal se volvería una de las voces más importantes de la poesía en español. Me atrevería a decir que tras el fallecimiento de Nicanor Parra, fue el mayor poeta vivo en nuestra lengua. Bastaría sólo nombrar algunos de sus libros para confirmar dicha aseveración. Pienso por ejemplo en sus ineludibles: Hora 0, Gethsemani Ky, Salmos, Oración por Marilyn Monroe y otros poemas, Los ovnis de oro, Cántico cósmico y El telescopio en la noche oscura.

 

Cardenal y la poesía chilena

 

Hace unos tres lustros escribí un ensayo titulado “Ernesto Cardenal y la poesía chilena de los años setenta y ochenta”, fácilmente ubicable en internet. En dicho ensayo planteo que en nuestro país durante esas dos décadas (hoy diría que particularmente en la primera) las dos mayores influencias de la entonces joven poesía chilena fueron Nicanor Parra y Ernesto Cardenal. Y así lo explicaba en aquel artículo:

“Cómo y por qué la poesía de Ernesto Cardenal fue ganando presencia e interés en toda la América Hispana creo que no es ningún misterio. Cardenal era un sacerdote revolucionario que había luchado contra las dictaduras de los Somoza y había hecho de esa lucha, y de la lucha por la libertad de todos los pueblos oprimidos, uno de sus temas esenciales. En las décadas de los setentas y ochentas, los países de Centro y Sudamérica se vieron oprimidos por dictaduras terribles, en nada diferentes a aquéllas contra las cuales había escrito y seguía escribiendo el poeta nicaragüense. De igual manera, el pensamiento religioso-político de Cardenal estaba muy conectado a las ideas preconizadas entonces por la naciente teología de la liberación. En un pueblo cristiano, como es el de Hispanoamérica, no era raro que en ese tiempo de crisis social, económica y política, prendiera una poesía como la de Cardenal, en la que se unían el Evangelio, los Salmos, la fe en Dios, el deseo de justicia y la lucha por la recuperación de la libertad y los derechos de todos los seres humanos. La poesía de Cardenal pone la vista en los pueblos indígenas de nuestro continente oprimidos durante cinco siglos y, aunque la narrativa hispanoamericana se había preocupado del tema indígena e indigenista a lo largo de todo el siglo XX, sólo tras la irrupción de este poeta-sacerdote, la valoración del tema indígena se vuelve un tema de importancia y gana fuerza en la poesía del continente. A la ampulosidad y exuberancia de cierta poesía de los periodos precedentes, Cardenal trae un descubrimiento importantísimo, como es el remozamiento de una forma lírica de larga data, que va desde la Antigüedad Clásica que tuvo a Catulo y Marco Valerio Marcial entre sus principales cultores, hasta el propio siglo XX cuando el norteamericano Ezra Pound lo redescubre y da nueva vida. A través de Pound, Cardenal descubre y aprende esta forma poética que dará como resultado sus traducciones de Pound al español y su propio libro titulado Epigramas, que llegará a ser una influencia mayor en los poetas jóvenes de los setentas y ochentas. No menos importante es su poesía cronística, que desde Hora 0 y El Estrecho Dudoso, ofrecen una nueva forma de poetizar y de denunciar los horrores de la historia de nuestro continente, hasta Canto Nacional, publicado precisamente en 1973 y que sólo podía conseguirse en malas fotocopias de la época que aumentaban aún más la clandestinidad de esos poemas en un país donde la lectura de ese poeta estaba prohibida. Por otro lado, cuando consigue irrumpir con mayor fuerza la palabra de Ernesto Cardenal, ya no estaba la figura inconfundible de Neruda imponiéndose a todos con la majestuosidad de su presencia avasalladora.”

“En síntesis, Cardenal (así como Parra) había abierto las puertas para que entrara una gran oleada de aire nuevo y fresco a la poesía del continente americano y, en general, a toda la poesía escrita en español. El lenguaje ya solemne, ya ampuloso, ya ceremonial de Neruda, yendo de un tono lírico a otro épico, o mezclando ambos tonos ––como en el Canto general–– se veía tal vez excesivamente forzado para una generación de poetas que a diario debía enfrentarse con una realidad tremendamente abrumadora, opresiva y prosaica. El lenguaje hispano-chileno manipulado y ultrajado por la dictadura que bombardeaba al país desde todos los medios de comunicación tenía un carácter muy poco poético y, tal vez, instintivamente los nuevos creadores entendían que se debía luchar contra ese discurso con formas muy similares a las impuestas por el discurso oficial. No lo sé con exactitud, pero imagino que algo de eso hubo. De allí que el prosaísmo que habían traído a la poesía en español, primeramente Parra, y luego, entre muchos otros, Cardenal, se acomodara mucho mejor a las formas de escritura que estaban buscando los nuevos poetas.”

 

Recuerdos y deudas

 

Tengo frente a mí, tres de los libros autografiados que me enviara de regalo el maestro, tras una de sus varias visitas a Filadelfia. Los dos primeros publicados por Ediciones Nicarao: La noche iluminada de palabras, El estrecho dudoso y Vuelos de victoria. Pero de él no solamente me quedan esos libros, sino su afecto, y todas las enseñanzas que me dio su poesía, desde el tiempo en que escribí mi tesis para optar al título de Profesor de Estado en Castellano. Tras eso, primero en Chiloé y luego en los Estados Unidos, no hubo semestre en el que no diera un curso que incluyera la poesía del poeta-sacerdote nicaragüense.

Mis primeros libros y gran parte de mi escritura de las décadas mencionadas muestran en mayor o menor medida la influencia de tres grandes poetas recientemente fallecidos: Nicanor Parra, Armando Uribe y Ernesto Cardenal. Influencia de su prosaísmo, de su brevedad y, por supuesto, de su muy particular agudeza e ironía. Y como debe ocurrir siempre, los poetas se leen entre ellos y, reconociéndolo o no, siempre toman algo del otro. En una conversación allá en Filadelfia, le dije a Cardenal: “Desde Cántico cósmico he notado en tu poesía un humor que nunca había visto antes. ¿Hay aquí alguna deuda con Parra? Su breve respuesta fue: “Podría ser.”

Las deudas están aquí, y esos poemas y libros están aquí como otras huellas más de esos tres grandes maestros que ya no se encuentran entre nosotros. Pero nos queda la gran lección: Los maestros se van, pero su enseñanza vive para siempre.

 

 

 

Altos de Astillero, 2 de marzo de 2020

 

 

 

 

 

 

 

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