“70 años de Canto general de Pablo Neruda”
Por Ernesto González Barnert
“…un poeta del extremo Sur de América
hijo de un ferroviario de Patagonia,
americano como el aire andino,
hoy fugitivo de una patria en donde
cárcel, tormento, angustia imperan…”
[Que despierte el leñador]
Conmemoramos este 2020, “Canto general”, libro fundamental del corpus poético nerudiano. Escrito en 1950, durante su exilio. Que partió en Argentina, después de un cruce mítico desde Chile por la cordillera, perseguido como político, comunista, escritor, por el gobierno de Gabriel González Videla. Un exilio que sostuvo en otros países por más de tres años. Y que catapultó aún más el aura de héroe del pueblo de nuestro vate que peleó por causas justas, un progresismo que alcanzara todas las capas de la sociedad, igualdad ante la ley, educación para todos, abolición de los privilegios de cuna.
El volumen desde sus inicios fue prohibido en Chile, evidentemente. Muchos de estos “cantos” hablan claramente de su rabia, dolor e impotencia hacia la situación política de Chile desde los albores de la patria, de su amor y esperanzas puestas en el cambio social y condiciones materiales del pueblo, no sólo en Chile sino toda Latinoamérica. Un entramado poético de América. Una toma de consciencia y orgullo, tan emocional como filosófico. Un canto material que constituyera una profunda reflexión de la situación socio-cultural y político-ética del nuevo continente hacia delante, no hacía atrás. Un fuerte y duro “no más al abuso” con nombres y apellidos.
“Canto general” es un clásico de la literatura hispanoamericana y de la poesía universal de siglo XX, al que Neruda llamó en sus memorias mi “libro más importante”. Obra de carácter enciclopédico-histórico donde mezcla múltiples temas, géneros y técnicas bajo un denominador común, una misma idea: América. Constituyéndose así en una historia de las historias lírica del continente, pero también social y política. Y dentro de este inmenso canto, con sus alturas y mesetas, una de las cumbres casi insuperables del idioma: el gran canto que es “Alturas de Macchu Picchu”, una proeza inspirada e inspiradora del castellano escrito en Chile para el mundo.
En el prólogo de la edición de Cátedra, Enrico Mario Santi, sostiene que son 15 secciones, cerca de 330 poemas y más de 15 mil versos. Además de traducido a los idiomas más importantes del mundo, ilustrado por grandes artistas y del que importantes compositores han musicalizado sus partes. Simplemente, un trabajo formidable del vate, visto desde las cifras, fundamental para nosotros. Y que rápidamente despertó el fervor de las mejores mentes de su generación como del pueblo que encontró eco aquí de su sentir más profundo y americano del todo en una misma masa madre.
Pablo Neruda tenía claro el objetivo al escribir este libro: “En la soledad y aislamiento en que vivía y asistido por el propósito de dar una gran unidad al mundo que yo quería expresar, escribí mi libro más ferviente y más vasto: el Canto general. Este libro fue la coronación de mi tentativa ambiciosa. Es extenso como un buen fragmento del tiempo y en él hay sombra y luz a la vez, porque yo me proponía que abarcara el espacio mayor en que se mueven, crean, trabajan y perecen las vidas y los pueblos.”
Juan Villegas, escribe “Hacia los años cincuenta la figura del autor del Canto general dominaba el ámbito poético tanto por su producción literaria como por la imagen humana y personal. La aureola de poeta e intelectual comprometido, sus vínculos con los republicanos españoles, el haber sido perseguido en su propia tierra por las fuerzas del mal condicionaron de una u otra manera a las nuevas generaciones poéticas a aceptarle como maestro indiscutible determinando el modo de hacer arte literario en un buen número de principiantes.”
Sí, conmemoramos los 70 años de este inmenso trabajo de la lengua americana que una gran mayoría de poetas al menos chilenos hoy ya no leen ni dominan, con un Neruda leído mal y poco, tergiversado por la propaganda de la derecha y los plutócratas, los discursos someros a base de eslóganes, sacado de contexto histórico y real, en la destrucción de todo lo que huela a meritocracia en un país controlado por una elite económica y endogámica de la misma condición social para asegurar sus privilegios, apoyado por ese vicio de intolerancia santurrona que campea en sectores de izquierda. Todo esto contra lo que Pablo Neruda luchaba y lo llevó a ser un héroe en vida para los más humildes e intelectuales.
Por ahora me interesa ya de lleno revisar algunas de las opiniones del poeta que admiro, en contemporaneidad, con la poesía de Canto general. Así descubro que, por ejemplo, Canto general, fue la obra que más le fascinó a Octavio Paz, a pesar de su desencuentro político, “Mi conclusión es que Neruda es el mejor poeta de su generación. ¡De lejos! Mejor que Huidobro, mejor que Borges y que todos los españoles”. En “Los hijos del limo”, sostiene que este libro es «enorme, descosido, farragoso, pero atravesado aquí y allá por intensos pasajes de gran poesía material: lenguaje-lava y lenguaje marea.”.
Jorge Teillier, que conmemoramos la semana anterior en el Portal Cultura de la Fundación Pablo Neruda, sostiene: “el héroe poético de mi generación era Pablo Neruda, que perseguido por el Traidor se dejaba crecer barba y atravesaba a caballo la Cordillera. (…) llamaba a cantar con palabras sencillas al hombre sencillo y en nombre del realismo socialista convocaba a los poetas a construir el socialismo. Hijo de comunista, descendiente de agricultores medianos o pobres y de artesanos, yo sentimentalmente sabía que la poesía debía ser un instrumento de lucha y liberación y mis primeros amigos poetas fueron los que en ese entonces seguían el ejemplo de Neruda y luchaban por la Paz y escribían poesía social.”
Por su parte, a modo de contracara, Enrique Lihn, que esperó ocupar el lugar que dejaba Neruda con su muerte, par excellence, el cual le fue negado por ceguera e inquina de la izquierda más rancia a los errores y terrores de Cuba y la mirada del crítico (y poeta), tolerado por el régimen dictatorial de Pinochet, Ignacio Valente. Además claramente la cada vez mayor presencia de Nicanor Parra y Gonzalo Rojas, más allá del marco de los entendidos, la entrada rutilante en la escena de Raúl Zurita –el niño mimado de la poesía chilena–, por su debut literario colosal e indiscutible que lo posicionó entre los grandes de su época, con razón. Así, en esa situación intelectual y emotiva, contrapuso Lihn a Canto general su canto particular, en una movida sardónica y audaz, inteligente, al Paseo Ahumada, en el centro de Santiago de Chile. Y acabó interpelándolo y interpelándose, en su ominoso “Diario de muerte” en contrapartida a la del poeta de La Chascona, isla negra y La Sebastiana, con el poema “Muerte no te desasosiegues…”: “ocupar con toda propiedad / el lugar del Neruda del Canto General.”, con motivos de sobra para ser el pope de las letras nacionales.
Nicanor Parra, diez años menor, al igual que Octavio Paz, sostiene que Pablo Neruda, amigo literario por lo demás, a propósito de su “Discurso de bienvenida a Pablo Neruda”, que “tarde o temprano todos tenemos que ser medidos con ese metro en expansión permanente que es Neruda”, cuando Canto general era apuntado como el gran poemario americano.
Por esos días, el crítico Mario Ferrero, señalaba que es, “una obra densa y monumental, la de mayor amplitud temática y síntesis americanista que se haya realizado en el continente”. Y más acá, otro de los aludidos, nuestro inmenso Raúl Zurita apuntaba a boca de jarro: “Una poesía –la del “Canto general–, indudablemente grande” y agrega “Pablo Neruda al escribir su Canto General no sabía que ese libro iba a ser la prueba de que los pueblos que a través de él lo escribieron y que allí se mencionan, debían atravesar todavía otra “muerte general” –las nuevas dictaduras y su interminable secuela de asesinados y desaparecidos- dándoles a todas esas víctimas, a los oprimidos y marginados de nuestra historia, la sanción póstuma de encontrar en la poesía la vida nueva que debía esperarlos y que no los esperaba.”
Hace poco, Héctor Hernández Montecinos, me respondió: “El Canto general le da a la geografía americana una historia. Sin embargo, no se trata de los hombres y sus acciones sino de sus reacciones ante una naturaleza que los sobrepasa. Una naturaleza también humana que es la del poder. Asimismo, le da a dicha historia un nuevo decir desde la poesía y convierte los monumentos de nuestras luchas por la libertad desde el siglo XVI hasta el XX en documentos para una ciudadanía continental desde Cholula hasta Lota. Su triunfo en la poesía le hace un contrapeso a lo común de la derrota. Después del Canto General somos todos más americanos, sin lugar a dudas.” No podríamos estar más de acuerdo con el profesor y poeta novísimo.
Jaime Quezada, lo resume con dominio y brevedad: “Canto general viene a ser la primera epopeya moderna fundamentada en una concepción dialéctica de la historia de los pueblos americanos”. O nuestro Armando Uribe Arce, “Canto general es poesía de pasiones, retrata una parte genuina de su ser en conversaciones.”
Porque como bien dice el chilote Carlos Trujillo desde el mismísimo Chiloé ahora, después de tantos años en EEUU: “A casi medio siglo del fallecimiento de Neruda y con tantísimo libro sobre el poeta y su obra, cualquiera pensaría que queda muy poco que decir sobre él. Cualquiera podría pensarlo. Sin embargo, cada lectura de Neruda nos ilumina más y mejor su universo poético, su compromiso con la vida y la belleza y las causas más nobles de la humanidad. Hoy celebramos los setenta años de Canto general, libro admirado u odiado por igual durante los oscuros años de la guerra fría, pero una vez acabada esa época sería una tarea muy difícil para cualquier lector negar la grandiosidad de ese proyecto poético inigualable no sólo por entregarnos la visión de una América enorme y variada y sufrida y permanente atropellada, ya por los conquistadores, ya por los poderosos de turno de nuestros propios países. Neruda nos entregó un libro tremendo no sólo por su volumen y su enorme cantidad de poemas sino muy principalmente porque obligó al mundo (y también nuestro propio continente) a abrir los ojos de una vez por todas para aceptar que la historia de “nuestra América” no comenzó con la llegada de Colón sino que había comenzado a escribirse muchísimo antes de la llegada de los europeos, pero que hasta la publicación de Canto general era totalmente negada hasta en los libros de historia. Salud, poeta, “sube a nacer conmigo, hermano”.”
Sí, espero que este clásico criollo se lea más entre nosotros y se redescubra a la luz de todo lo que sigue viviendo nuestra América de polo polo, este a oeste. Un libro monumental a escala humana, un hilado de sueños y esperanzas para nuestra tierra. Un apretón de manos –como pedía Celan al poema–, a cada uno de los que nos tocó en esta tierra, con estos poemas o cantos, en alguna parte del sistema nervioso o del corazón. Sobre todo para los que sufren estos días, para los que pelean por el bien común, trabajadores, cesantes, que no han podido enterrar a sus seres queridos, como tantas veces en esta tierra nuestra.
Soledad Fariña a propósito de estas reflexiones, pensando en Pablo Neruda, me decía: Nos llega aún el eco permanente de su Canto, tal como nos lo susurró hace años al oído: “testigo de estos días/yo soy y siento y canto…”.
Me permito por último un recuerdo personal, adolescente –a propósito de esta conmemoración de los 70 años de Canto general– en este país que en su interminable agonía de resistir día a día los golpes de los dueños de Chile, emociona–. Y es la de haber sido parte de un Teatro Caupolicán lleno, cantar al unísono: “Sube a nacer conmigo hermano”, a fines del siglo XX, con la instrumentación celestial de los Jaivas, con el Gato Alquinta en vivo y directo. Un poema que no nos enseñaban en la Escuela o Liceo. Y eso que pasé por el mismísimo Liceo Pablo Neruda de Temuco, el mismo donde estudió Neruda al lado del compañero, poeta también.
En fin, casi todos en esos días nos sabíamos “Sube a nacer conmigo hermano” sin querer memorizarla, ayudados por los Jaivas, claramente, desde la adolescencia o niñez. Y era como una llave que nos acercaba los unos a los otros en nuestro dolor y desesperación, un tema –el más icónico– del álbum, que nos daba fuerza y esperanza, luz, a pesar de las cosas que sucedían tanto puertas hacia adentro en cada una de nuestras casas como en esta democracia en la medida de lo posible.
Nunca tuve el casete o disco pero al igual que muchos de mis amigos, entendíamos que Sube a nacer conmigo… era un himno intergeneracional, más allá de clases o diferencias, estaba por sobre nuestra pequeña vida, era un llamado de lo americano, una invitación al valor y coraje, al pueblo más profundo. Y así lo intuíamos. Cada vez que la oímos la cantamos a todo pulmón, desafinados, emocionados, catárticamente, ese día y tantas veces antes o después, aquí o allá, cuando alguien se la sabía en guitarra de palo. Acá me encontré con el video de esa tarde noche inolvidable:
A modo de coda, les dejo al propio poeta –Pablo Neruda–, recitar ese poema completo, sostener por casi 30 minutos uno de los tesoros aportados desde nuestra lengua castellana escrita en Chile al mundo:
“Soy nada más que un poeta: os amo a todos,
ando errante por el mundo que amo:
en mi patria encarcelan mineros
y los soldados mandan a los jueces.
Yo no vengo a resolver nada.
Yo vine aquí para cantar
y para que cantes conmigo.”
[Que despierte el leñador]