Noviembre 23, 2024

Teillier político

 

 

Por Juan Carlos Villavicencio*

 

 

Desde muy joven Jorge Teillier ya tenía asumida su vocación, su entrega como ser humano a un camino por el que transitaría con una serie de códigos infranqueables, que lo harían resistir firmemente los embates del medio. Su tono poético viene desde un principio siendo asumido por la crítica como dando cuenta de un desastre desolador, de la pérdida sin retorno de una época idílica, de un mundo acabado también para la historia o la esperanza.

El poeta debe tener una actitud tal que considere su entorno, desde sus más profundas raíces hasta al prójimo que cruce en su camino. Debe vivir la poesía como un hecho cotidiano,[1] enfrentado a la injusticia de la existencia sistémica, siempre de la mano de principios de alto valor ético y poético:

 

«Tú sabías que la poesía debe ser usual como el cielo

que nos desborda,
que no significa nada si no permite a los hombres acercarse
y conocerse.
La poesía debe ser una moneda cotidiana
y debe estar sobre todas las mesas
como el canto de la jarra de vino que ilumina los caminos
del domingo.
Sabías que las ciudades son accidentes que no prevalecerán frente
a los árboles,
que la poesía no se pregona en las plazas ni se va a vender a
los mercados a la moda,
…y que de nada sirven
los grandes discursos tartamudos de los que no tienen nada
que decir.
La poesía
es un respirar en paz
para que los demás respiren».[2]

Lamentándose de no poder escribir una poesía social, comprometida con las causas populares, tenía la certeza de que la verdadera guerra debía ser dada por la poesía, armada de la belleza para «superar la avería de lo cotidiano»[3]:

 

«Hijo de comunista, descendiente de agricultores medianos o pobres y de artesanos, yo, sentimentalmente, sabía que la poesía debía ser un instrumento de lucha y liberación y mis primeros amigos poetas fueron los que en ese entonces seguían el ejemplo de Neruda y luchaban por la Paz y escribían poesía social o de ‘realismo socialista’. […] Pero yo era incapaz de escribirla, y eso me creaba un sentimiento de culpa que aún ahora suele perseguirme. Fácilmente podía ser entonces tratado de poeta decadente, pero a mí me parece que la poesía no puede estar subordinada a ideología alguna, aun cuando el poeta como hombre y ciudadano (no quiero decir ciudadano elector, por supuesto) tiene derecho a elegir la lucha a la torre de marfil o de madera o de cemento. Ninguna poesía ha calmado el hambre o remediado una injusticia social, pero su belleza puede ayudar a sobrevivir contra todas las miserias».[4]

Teillier, simpatizante de ideas de izquierda y del que sería luego Presidente de Chile, Salvador Allende Gossens, se mantuvo siempre ajeno a todo aquello que lo pudiera finalmente vincular con el poder. De hecho, optó por refugiarse en su trabajo en el Boletín de la Universidad de Chile en vez de buscar un cargo más expuesto a partir de su prestigio o simpatía con la izquierda. Si bien fue cauto a la hora de abanderarse con las políticas sociales implementadas, primero por Frei Montalva y luego por Allende, no dejó de apoyar lo que veía como un camino más justo para Chile. A propósito de la victoria de Salvador Allende y la Unidad Popular en las elecciones presidenciales del 4 de septiembre de 1970, escribió:

 

«Me gustó ir a mi pueblo en la hora del triunfo. Se respira un aire nuevo hasta en las ramadas donde se cantaba Venceremos. Un aire nuevo que no soportan los momios que hablan de irse al extranjero, amenazan de muerte a los dirigentes locales de la Unidad Popular. Claro, no se pueden conformar con un mundo nuevo en donde, entre otras cosas, no puedan darle leche a los chanchos como lo hacen ahora, antes de venderla a un precio justo. Había un aire nuevo. Nuevo como la sangre bullente de las manzanas en la chicha con la cual bebimos este Dieciocho con los viejos amigos que esperaron y lucharon 18 años por el triunfo de Allende y la Unidad Popular»[5].

 

Los principios familiares, sin embargo, se habían visto ya enunciados en «Retrato de mi padre, militante comunista»[6], poema escrito a principios de la década de 1960, tiempo por el cual expresaba en una entrevista su opinión tanto de Chile como de América Latina en general:

 

«Vivimos una situación de orfandad y dependencia que hace que todos los chilenos tengamos una actitud mendicante y un complejo de inferioridad. […] Nos hemos fijado metas que no nos corresponden. No es el único valor tener solamente dinero. […] Es necesario que empecemos a existir».[7]

 

 

El golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 produce un quiebre en la vida de los chilenos y de manera muy profunda también en la del poeta Teillier, que ve cómo buena parte de su familia parte al exilio. Su alcoholismo se acrecienta y deja de publicar tan continuamente. Tras estar más de una semana hospitalizado en el hospital de la ciudad de Viña del Mar, tras una crisis hepática, deja este mundo de manera definitiva el 22 de abril de 1996. Nunca recibió el Premio Nacional de Literatura.

 

 

 

RETRATO DE MI PADRE, MILITANTE COMUNISTA

 

 

 

En las tardes de invierno
cuando un sol equivocado busca a tientas
los aromos de primaveras perdidas,
va mi padre en su Dodge 30
por los caminos ripiados de la Frontera
hacia aldeas que parecen guijarros o perdices echadas.

O llega a través de barriales
a las reducciones de sus amigos mapuches
cuyas tierras se achican día a día,
para hablarles del tiempo en que la tierra
se multiplicará como los panes y los peces
y será de verdad para todos.

Desde hace treinta años
grita «Viva la Reforma Agraria»
o canta «La Internacional»
con su voz desafinada
en planicies barridas por el puelche,
en sindicatos o locales clandestinos,
rodeado de campesinos y obreros,
maestros primarios y estudiantes,
apenas un puñado de semillas
para que crezcan los árboles de mundos nuevos.

Honrado como una manta de Castilla
lo recuerdo defendiendo al Partido y a la Revolución
sin esperar ninguna recompensa
así como Eddie Polo –su héroe de infancia—
luchaba por Perla White.

Porque su esperanza ha sido hermosa
como ciruelos florecidos para siempre
a orillas de un camino,
pido que llegue a vivir en el tiempo
que siempre ha esperado,
cuando las calles cambien de nombre
y se llamen Luis Emilio Recabarren o Elías Lafferte
(a quien conoció una lluviosa mañana de 1931 en Temuco,
cuando al Partido sólo entraban los héroes).

Que pueda cuidar siempre
los patos y las gallinas,
y vea crecer los manzanos
que ha destinado a sus nietos.

Que siga por muchos años
cantando la Marsellesa el 14 de julio
en homenaje a sus padres que llegaron de Burdeos.

Que sus días lleguen a ser tranquilos
como una laguna cuando no hay viento,
y se pueda reunir siempre con sus amigos
de cuyas bromas se ríe más que nadie,
a jugar tejo, y comer asado al palo
en el silencio interminable de los campos.

En las tardes de invierno
cuando un sol convaleciente
se asoma entre el humo de la ciudad
veo a mi padre que va por los caminos ripiados de la Frontera
a hablar de la Revolución y el paraíso sobre la tierra
en pueblos que parecen guijarros o perdices echadas.

 

1961

 

 

 

 

en Muertes y maravillas, 1971

 

 

 

 

 

ESTAS PALABRAS

 

 

 

Estas palabras quieren ser
un puñado de cerezas,
un susurro –¿para quién?—
entre una y otra oscuridad.

Sí, un puñado de cerezas,
un susurro –¿para quién?—
entre una y otra oscuridad.

 

 

 

EL VIENTO DE LOS LOCOS

 

 

 

Sopla el viento por las calles.
El viento de los locos.
El viento de los locos.
Las brujas
hacen que enciendas fuego en la chimenea
al mediodía del pleno verano,
los niños descalzos abandonan en el atajo sus morrales de

piel de conejo
y no volverán más a la escuela.
Tú ya no distingues una garza de un halcón.

Esta noche
sopla el viento norte,

el viento de los locos
y tú recuerdas a las bellas de otros días
que ahora se pasean insomnes
por los corredores de tristes pensiones
sin siquiera pensar en hacer el amor:
María, Ana María, Mariana, María Antonia.

Nadie te va a mostrar cómo florece la higuera.
Ninguna niña te llevará de la mano
para que despiertes junto a las pimpinelas.
Nadie puede ayudarte:
ni el canto de los escarabajos ni la brújula de los girasoles.
El viento te lleva a una isla desierta
donde nunca llegará un arca ni construirás una canoa.

Sopla el viento de los locos
y hace que tu cerebro se llene de agujeros
por donde entra el vino
que te hace soñar en trenes de los cuales eres el único pasajero
que parte hacia lugares
donde cuchillos y tijeras trabajan todo el día en tu corazón.

 

 

 

 

 

 

 

DUNAS

 

No saben que están muertos
los muertos como nosotros
no tienen paz

Vittorio Sereni

 

Ya desaparecieron las muchachas entre las dunas.
Hermanos, hay que encender el fuego
con la leña traída
por los hermanos de Pulgarcito.
(Ellos no saben que el padre
los va a llevar a morir al bosque).
Mañana no habrá nada que comer,
hermanos, seamos felices:
llegó la medianoche y aún estamos vivos.
Nadie ha venido todavía
a echar abajo nuestras puertas.
Un avión espía el oleaje.
Los amigos yacen bajo el epitafio de la espuma
efímero como sus anhelos.
Los armonios de los cactus no los olvidan
y entonan su réquiem para ellos.
Un motociclista de negro los acalla.
Las gaviotas gritan como almas en pena
y ni al verano se le permite un último deseo
antes de ser condenado a muerte.

 

 

 

 

 

EN EL MES DE LOS ZORROS

 

My dreams are of a field afar

And blood and smoke and shot

  1. E. Housman

 

En el mes de los zorros
En el mes de los días de sol frío
Los ancianos que habían abandonado sus ojos a las

tinieblas vieron a las montañas ebrias

mirarlos fijamente y luego disolverse

como relojes de arena.
Es otro sol el que se anunció con el ruido reluciente

de los cuchillos en la cocina
que despertaron buscando las gargantas de las aves

de los brezales.

El pozo familiar cerró su boca

acallando las ranas parientas de aquellas con que

jugábamos con los rústicos en las cantinas.
Y llegaron las hechiceras a reanimar los fríos

braseros de la nevazón de los ciruelos.

Quién nos devolverá los amigos muertos
ese mes de los zorros y los días de sol frío
después que los ancianos olvidaron sus juegos en el

pozo y hundieron sus cuchillos
en la garganta de los pájaros descubridores de la

ventana por donde no entra la noche.

Quién nos devolverá
esa calle que ahora los ancianos vigilan airados
porque no pueden extirpar la zarza de ardientes raíces,
porque el viento mueve las hojas del bosque

predicando esperanza
mientras las hechiceras remueven en sus calderos
la sangre de sus víctimas que beben friolentas

porque ningún sol cantará en sus oídos.

Grande fue nuestra caída

bajo la burla de los zorros y el sol frío
deslumbrados por las hechiceras de grandes pechos blancos.

Insomnes oíamos el rechinar de la horca,
nuestro amigo el grillo no cuidaría nuestras tumbas.

Pero las hechiceras nada pudieron
contra el ciruelo inmaculado de la casa que incendiaron

y sus pétalos caídos formaron la alfombra
que enviaremos a los viajeros inesperados del

retorno mientras los ancianos de nuevo

se hundirán en un pozo que el cielo no conoce
sin dejar una sombra que legar a sus nietos que sólo

se acordarán de nosotros que nunca

dejamos de escuchar a los bosques secretos
predicando libertad con cada una de sus hojas.

 

 

en Para un pueblo fantasma, 1978

 

 

 

 

CAPÍTULO III

APARECE ‘BLACK DOG’ EN LOS CONSEJOS DE GUERRA

 

 

 

Viejo tripulante de los Navíos Nocturnos, como sabrás los perros negros y salvajes han hecho de las suyas: han bombardeado todas las provincias de la costa y todos los sueños de los niños, y han poblado de sangre las calles y los anhelos del verano. La guerra parece desatarse y los corazones de los hombres ya no sueñan ni las primaveras bailan con los trigos. Me gustaría cambiarme de posada: mi corazón también sangra como mis padres en medio de las rocas, me agradaría, te lo confieso, llegar a una playa donde sobreviva como las huellas infinitas del silencio, pero no como un viejo vagabundo, pues los años pesan demasiado para dormir al aire libre viendo a las mariposas desaparecer en los aleros desgastados de la dicha, aun cuando las estrellas o los vientos nos sean favorables en el rostro. Partir ya no es una simple necesidad para tu amigo, sino el agua inconmensurable de los días. Bebe lo que puedas: por mí y por los amigos, por los gatos y el otoño. Por aquí, extrañas infamias parecidas a los lobos, surcan las galeras verdes de mis ojos, y ya no hay tiempo para nada, ni para envejecer en los molinos del Ingenio.

 

 

 

en La Isla del Tesoro (Jorge Teillier & Juan Cristóbal), 1982

 

 

 

 

SIN SEÑAL DE VIDA

 

 

 

¿Para qué dar señales de vida?
Apenas podría enviarte con el mozo
un mensaje en una servilleta.

Aunque no estés aquí.
Aunque estés a años sombra de distancia
te amo de repente
a las tres de la tarde,
la hora en que los locos
sueñan con ser espantapájaros vestidos de marineros
espantando nubes en los trigales.

No sé si recordarte
es un acto de desesperación o elegancia
en un mundo donde al fin
el único sacramento ha llegado a ser el suicidio.

Tal vez habría que cambiar la palanca del cruce
para que se descarrilen los trenes.
Hacer el amor
en el único Hotel del pueblo
para oír rechinar los molinos de agua
e interrumpir la siesta del teniente de carabineros
y del oficial del Registro Civil.

Si caigo preso por ebriedad o toque de queda
hazme señas de sol con tu espejo de mano
frente al cual te empolvas
como mis compañeras de tiempo de Liceo.

Y no te entretengas
en enseñarle palabras feas a los choroyes.
Enséñales sólo a decir Papá o Centro de Madres.
Acuérdate que estamos en un tiempo donde se habla en voz baja,
y sorber la sopa un día de Banquete de Gala
significa soñar en voz alta.

Qué hermoso es el tiempo de la austeridad.
Las esposas cantan felices
mientras zurcen el terno único
del marido cesante.

Ya nunca más correrá sangre por las calles.
Los roedores están comiendo nuestro queso
en nombre de un futuro
donde todas las cacerolas
estarán rebosantes de sopa,
y los camiones vacilarán bajo el peso del alba.

Aprende a portarte bien
en un país donde la delación será una virtud.
Aprende a viajar en globo
y lanza por la borda todo tu lastre:
los discos de Joan Báez, Bob Dylan, Los Quilapayún,
aprende de memoria los Quincheros y el 7° de Línea.
Olvida las enseñanzas del Niño de Chocolate, Gurdjíeff
o el Grupo Arica,
quema la autobiografía de Trotzky o la de Freud
o los 20 Poemas de Amor en edición firmada y numerada
por el autor.

Acuérdate que no me gustan las artesanías
ni dormir en una carpa en la playa.
Y nunca te hubiese querido más
que a los suplementos deportivos de los lunes.

Y no sigas pensando en los atardeceres en los bosques.
En mi provincia prohibieron hasta el paso de los gitanos.

Y ahora
voy a pedir otro jarrito de chicha con naranja
y tú
mejor enciérrate en un convento.
Estoy leyendo El Grito de Guerra del Ejército de Salvación.
Dicen que la sífilis de nuevo será incurable
y que nuestros hijos pueden soñar en ser economistas o dictadores.

 

 

 

en Cartas para reinas de otras primaveras, 1985

 

*Juan Carlos Villavicencio (Puerto Montt, Chile, 1976). Poeta, traductor y editor de Descontexto. Editor de antologías de Jorge Teillier y, junto a Carlos Almonte, de antologías de varios poetas chilenos y latinoamericanos. Traductor de Trakl, Eliot, Pessoa, Clapés y Teasdale, entre otros. Ha publicado los poemarios “The Hours” (2012), “Breaking Glass” (con Carlos Almonte, 2013), “Oscuros ríos” (2018) y “Visiones de María Magdalena” (2020).

[1] Dice Teillier: «[La poesía] es la verdadera vida. Es vivir. […] En la poesía se descubre el verdadero mundo que está dentro de uno». (en Anamaría Maack: «Poesía es libertad», El Sur, Concepción, 29 de septiembre 1985).

[2] Jorge Teillier: «El poeta de este mundo», en Muertes y Maravillas, Editorial Universitaria, 1971.

[3] Jorge Teillier: «Sobre el mundo donde verdaderamente habito o la experiencia poética», en Muertes y Maravillas, Editorial Universitaria, 1971.

[4] Ibidem. Años más tarde diría: «No puedo escribir así aunque debiera hacerlo. Muchas veces he sentido esa contradicción y me digo ‘si tengo esa arma que es el verso o la escritura’ por qué no usarla para denunciar cosas que me molestan, como las desigualdades sociales, el estado de brutalidad, el imperio del poder sobre la razón. Pero simplemente no nace y no puedo forzarme: sería artificial». (en Hernán Ortega Parada: Jorge Teillier, arquitectura del escritor, LOM Ediciones, Santiago, 2004, p. 76).

[5] Jorge Teillier: «Los días del triunfo en Lautaro», Puro Chile, Santiago, 5 de octubre 1970, p. 7.

[6] Jorge Teillier: «Retrato de mi padre, militante comunista», en Muertes y maravillas.

[7] En Hernán Loyola: «Poemas del país de nunca jamás», El Siglo, Santiago, 22 de marzo 1964, p. 2.

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