Noviembre 21, 2024

“Los dioses duermen en el barranco” Entrevista a Álvaro Ruiz

 

Por Ernesto González Barnert

 

Álvaro Ruiz Fernández (Ottawa, 1953), poeta de culto –con una docena de libros–, cronista dotado, fue uno de los integrantes más jóvenes en su momento de la Unión Chica, que lideraba el príncipe Jorge Teiller [que conmemoramos este mes] y que reunía durante la Dictadura en Chile un manojo brillante, a contramano del poder y del contrapoder, de vates, escritores y visitas en cada encuentro en el mítico bar capitalino… una verdadera universidad desconocida como diría Bolaño. Álvaro, dueño de una poesía clara, contundente, cada vez más radical y decisiva, sin perder la inefabilidad y el misterio de la poesía, sigue siendo un hijo ilustre de la tradición lárica, pero con su propia carga, condensa las preocupaciones de la propia vida, de la poesía y su tradición, y de momentos históricos y políticos como telón de fondo o grieta, con imágenes que depuran un discurso coherente, sagaz, nómade y profundo. Un poeta aguerrido y órfico que admiramos, vive en el corazón salvaje de la poesía desde que pasó un poema de “De la Vega” por suyo a los 9 años y que ahora acampa en el “Litoral de los poetas”, trazando su despeñadero o barranco, en este país ingrato con sus poetas mayores. De todas maneras se las arregla, a duras penas, como tantos estos días, relee “Don Quijote de la Mancha”, escucha Nina Simone, se deleita con los cuadros de su amigo pintor Andrés “Titi” Gana, en este país que se está hundiendo en el mar, sin norte, como bien dice.

 

¿Cómo vives estos días de pandemia, de estallido, en Punta de Tralca, Litoral de los Poetas? ¿La patria nos está engañando?

Fondeado, pero ni tan fondeado, ya que necesariamente debo salir a comprar cada ciertos días, ya que no acaparo. Claro, la patria nos está engañando, nos está poniendo los cuernos con los capitales extranjeros, con el medio ambiente, con la repartija de las ganancias, Chile está perdiendo su norte, se está hundiendo en el mar.

 

¿Qué poema tuyo de tu antología “Horizonte vertical” leerías en una sala de clases el día de hoy?

Leería el “Poema de la gruta”, perteneciente a mí libro “Cola de gallo poemas”.

 

¿Qué libros, arte, música le estás hincando el diente esta temporada?

Releo “Don Quijote de la Mancha”, y escucho a Nina Simone. Y como siempre deleitándome con los cuadros del pintor y amigo Andrés “Titi” Gana.

 

¿Cómo resumirías tu arte poética?

La idea es la columna vertebral del poema

El origen, el clima, la intención, el lenguaje

Las palabras, el color, el vestido, la danza y la música

La botánica, la geografía, la aritmética

La medicina, la astronomía y el espejo

Colindantes absolutos de patio

Ciencias al servicio del engaño poético

De ser una voz que aún no silba en los bosques.

 

¿Qué verso o frase llevas como un mantra dentro de ti en estos días aciagos?

Los dioses duermen en el barranco.

 

¿Qué poetas fueron significativos en tu decisión de ser poeta, escribir poesía?

Primeramente, Pablo Neruda y Vicente Huidobro, que fueron fundamentales, Rainer Maria Rilke y Friedrich Hölderlin, entre otros. También un poco más tarde y de manera gravitante las dos generaciones de románticos ingleses, especialmente Coleridge, Wordsworth, Lord Byron, Shelley y Keats. Aparte no tengo claro si fue una decisión ser poeta, sino más bien un oculto mandato.

 

¿Qué recuerdas de tu vida poética en el exilio fuera de Chile en varios países?

El paisaje, los paisajes, siempre el paisaje.

 

¿Un libro que nunca has podido terminar de leer?

“En busca del tiempo perdido” de Proust.

 

¿Qué viene a tu mente cuando piensas “poesía chilena” como alguien nacido en Ottawa, Canadá?

“No doy nombres porque la poesía

es una y es sola…” en cualquier país, idioma o paisaje.

Y al decidir si escribiría en inglés o en castellano ganó por paliza la Cordillera de los Andes.

 

¿Cómo ha sido tu relación con la obra nerudiana?

En mi adolescencia Neruda fue importantísimo, en mi exilio canadiense leí sus obras completas, tenía 20 años de edad, y “Residencia en la tierra” me sobrepasó, pero felizmente me desligué de su influencia.

 

–Eres uno de los poetas de la mítica “Unión chica”, donde compartiste con varios escritores eximios ¿qué enseñanzas te dejaron esos encuentros de poesía bajo el manto oscuro de la Dictadura en Chile, al calor del bar?

La solidaridad entre los poetas, el saber defenderse ante la injuria y la calumnia, la lectura prolija, el desprecio por la figuración, la lealtad y el buen sentido de la amistad.

 

¿Qué le dirías a Jorge Teillier o Rolando Cárdenas si los tuvieras al frente?

No les diría ni media palabra, los abrazaría y con suerte balbucearía ¡Salud!

 

Podremos ver la edición de la correspondencia entre Jorge Teillier y Juan Cristóbal publicada este 2020 o 2021?

Lo presenté al Fondo del Libro y lo rechazaron. Una editorial independiente sería una buena solución, pero negociado, no estoy para el 10% de las ventas. Además le mandaría un cheque decente al poeta peruano Juan Cristóbal, que gentilmente me las cedió cuando viví en Lima. Son treinta años de fluida correspondencia, la última carta fechada cuatro meses antes que muriera Teillier.

 

¿Cómo fue eso de que “La colorina” (Stella Díaz Varín) te sacó a bailar a propósito de la presentación de “La Virgen de los Tajos”?

Está en un video que regalé y quién sabe si existe. Efectivamente después de la presentación del libro que citas un grupo de amigos nos fuimos a “El insomnio”, de pronto llegó Stella, con la que tenía una muy buena y afectuosa relación, se fue a la barra, se sirvió unos brindis al seco y acto seguido, al son de una música gitana andaluza, con el corazón y las manos alzadas, bailamos, en un acto de amor y fraternidad. Esa es la realidad de los hechos, una anécdota, nada más.

 

¿Qué le dirías a un poeta que está recién iniciándose en el oficio de escribir?

Que lea, lea mucho, y no se abanderice con nadie, que no se apresure en publicar y que evite meterse con poetas de dudosa calaña.

 

¿Cómo fomentarías –si tuvieras el sartén por el mango–, a nivel nacional la lectura de poesía en el país?

Con altos tirajes en la impresión de los muchos excelentes libros nacionales y extranjeros, autores muertos para evitar discordias, libros que jamás regalaría sino que vendería a precios casi al costo. Además organizaría giras literarias con gente especializada en literatura universal, con poetas libres de superflua egolatría y autobombo, con gente que quiera a su pueblo y amé la poesía.

 

–Hace unos años publicaste un libro de crónicas desde La Serena. ¿Cómo fue ese proceso de pasar desde la reflexión intelectual, desde la poesía, a la prosa?

Ese fue un libro que publicó el Gobierno Regional de Coquimbo. Fue presentado a concurso público por una pequeña editorial serenense, y clasificó gracias a una señora que lo rescató desde los proyectos rechazados, señalando que la selección anterior era arbitraria y demasiado regional, de ese modo gané y se publicó.

Su escritura fue fácil, es sabido que el poeta cuando quiere tiene dominio de la prosa, y fue más fácil aun porque son recuerdos personales, y también contiene varios artículos que escribí en México para un diario oaxaqueño.

 

¿Qué libro estás trabajando estos días?

Trabajo en “El despeñadero”, un poemario que reúne buena parte de todos mis últimos poemas, la gran mayoría de ellos absolutamente inéditos.

 

¿“Morir en Lima” o en el Litoral de los poetas?

 

“Morir en Lima” es el título de mi último libro, publicado hace unos pocos meses por “Una temporada en Isla Negra”, otra pequeña editorial de este litoral, y que tuvo un tiraje bajísimo de doscientos ejemplares. Es prosa, reúne mis últimos trabajos además de otros que ya habían sido publicados en “Prosa reunida” en La Serena. “Morir en Lima” fue un intento de novela que quedó reducida a este único capítulo, trata de reflexiones varias que fueron concebidas y escritas durante los años en que residí en el Perú, y que fundamentalmente aborda lecturas de autores peruanos. También aborda el suicidio como temática, como es el caso de “El joven Werther” de Goethe, y la prácticamente desconocida obra “Emilia Galotti” de Lessing, independientemente de mi estado de ánimo durante ese tiempo limeño.

Y si de morir se trata que me entierren en el cementerio más cercano del lugar de mi deceso. Que quede claro que no deseo incineración, sino tierra, mucha tierra sobre el ataúd.

 

Aparte de ti, ¿Qué otros poetas merecen el Premio Nacional?

Yo no merezco nada ni me interesa, con suerte debieran darme una patada en el trasero, que es lo que llaman el pago de Chile. Además para mí ese premio está totalmente desprestigiado, desvalorizado, me importa un comino. Que la plata se la den a la descendencia de Alfonso Alcalde, Jorge Teillier o María Luisa Bombal, en señal de justicia y como un mínimo acto reparatorio. De lo contrario, habría que hablar con los muertos, especialmente con Gabriela Mistral, que recibió este ambicionado galardón cinco años después del Premio Nobel, y preguntarle qué opina al respecto. Qué tal Chile, país de poetas.

 

 

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