Noviembre 21, 2024

DEL PURGATORIO AL ALBA DE LOS ACANTILADOS – Entrevista con Raúl Zurita

 

Por Claudia Posadas

 

 

Los farellones de la costa chilena

 

Tres imágenes de los acantilados de la costa Norte de Chile abren el volumen de 750 páginas que inicia con un diálogo fuera del tiempo entre una ausencia paterna que nunca responde y que pareciera emanar desde un cielo anterior, aunque presente y una orfandad, la de aquel Little boy, que es una de las identidades desde las que hablará el autor del libro quien, como un testimonio de su paso por la Tierra, podría escribir, con letras de luz, en esos farellones contra los que golpea el mar y los cuerpos de los desaparecidos, transformados en limo y memoria, sus últimos 22 versos de amor, de locura, y de muerte:

 

Cielo abajo

 

Mañana me marcho papá (…).

No me despedirá de nadie. Me habría gustado dejarle

Algunas flores a Veli, pero ya hace mucho que

aquí las únicas flores que se dan son las piedras.

Hondo es el pozo del tiempo. ¿Ves allá al fondo

esas montañas? Sus cumbres están tapadas y

quizás llueva. ¿Te imaginas el mar cubriendo

otra vez ese pedrerío papá? No me hablas papá.

 

Así comienza Zurita, del poeta chileno Raúl Zurita (Santiago, 1950), editado en su país por la Universidad Diego Portales en 2011; en México por Aldus en 2012 y, ése mismo año, en España por el sello Delirio. Este libro se divide, a nivel general, en tres momentos o especie de capítulos, situados alrededor del 11 de septiembre de 1973, día del Golpe de Estado que derrocara el gobierno de Salvador Allende: I. Tu rota tarde, que abarca el atardecer del día 10; II. Tu rota noche, situado en la noche entre el 10 y el 11 de septiembre, y III. Tu roto amanecer, que se ubica en la mañana del 11.

 

Asimismo, a lo largo estas tres instancias el libro se estructura en secciones organizadas a partir de aquellas 22 frases con que el autor cerraría su trayectoria.

 

El ciclo de dante

 

Zurita es, en ese orden, una revisión de la memoria chilena y su historia reciente más descarnada: la dictadura. Es el testimonio del desgarramiento colectivo de una nación torturada pero a la vez, un testimonio íntimo y expuesto en torno a la experiencia del autor que fue detenido, encerrado y torturado en una de las bodegas del carguero Maipo, junto con varios de sus compañeros, en el puerto de Valparaíso, en esos instantes decisivos entre la muerte del sueño de un país, y la imposición del horror.

 

Además, el volumen es una desembocadura respecto del anterior ciclo escritural del autor, que ha implicado un canto cósmico que ha ido del purgatorio al ante-paraíso o anhelo de un mundo y vida nuevos y que en ese sentido, significa una paráfrasis de la cosmogonía de Dante, muy querida en la visión anímica del poeta porque su abuela Josefina Pessolo, Veli, de origen italiano, le contara de niño pasajes de La divina comedia: Purgatorio (1979), el cual, como se sabe, es la referencia a esa quemadura auto infringida en la mejilla izquierda y que significó un acto desesperado de protesta ante el fascismo y uno de los momentos más desolados del autor, aunque en dicho instante, la visión de la estrella, conllevara la esperanza –de allí la imagen “mi mejilla es el cielo estrellado-; Anteparaíso (1982), que es la referencia a otros dos actos simbólicos: el intento de auto enceguecerse arrojándose amoníaco a los ojos (que significó para el poeta buscar las visiones de su memoria en el cielo -los rostros de los desaparecidos- desde la no-visión), y la escritura en el cielo de Nueva York del poema “La vida nueva”, mediante cinco aviones que trazaban las letras con humo blanco de quince frases de 7-9 kilómetros de largo, y La vida nueva (1994), que integró diversos libros que fueron proyectados unitariamente, pero que conformarían en el tiempo el proyecto mayor ya referido: El paraíso está vacío (1984), Canto a su amor desaparecido (1985), El amor de Chile (1987) y Canto de los ríos que se aman (1993).

 

Cabe señalar que en 2019 se ha publicado La vida nueva. Versión final (Lumen), que implicó una restructuración e incluso la escritura de nuevos poemas respecto de la versión original la cual, por motivos editoriales, tuvo que reducirse drásticamente. Asimismo, esta versión, la definitiva y definitoria para el autor, asimiló 100 de las 200 páginas (mas unos dibujos de los mapas de los ríos de Chile) de un manuscrito original que el poeta, en su juventud, en una época de necesidad, vendió a un coleccionista, y que actualmente localizó y pudo consultar.

 

También, esta versión, como la primera, cierra con la fotografía de la escritura en el desierto de la frase “Ni pena ni miedo”, que fue escrita en 1993, con ayuda de buldozers en el desierto de Atacama, y que puede verse, según el poeta, durante algún vuelo de avión de Antofagasta a Atacama.

 

Este libro, en tanto incluye los volúmenes más importantes del poeta que hablan sobre la dictadura y su terrible legado y que incluye la voz de los ríos como entidad ancestral mancillada ahora en manos del mercado, más testimonios poéticos (muy parecidos estructuralmente a los que se encuentran también en Zurita en torno a los sobrevivientes de la bomba nuclear lanzada en Hiroshima) de los habitantes de los pueblos originarios de Chile y de los familiares de los detenidos-desaparecidos, es el gran testamento amoroso del autor en torno a la herida de su país: “Un libro donde los pobladores anónimos, los ríos que hablan y padecen y aman, las fotografías de un país desolado, los detenidos desaparecidos, las ciudades, los sueños, el amor (…) se entrelazan en un canto alucinado que le devuelve a la poesía el aliento épico, la grandeza, confirmando A Zurita como una de las más grandes voces de la poesía contemporánea”.

 

Al mismo tiempo cabe señalar que esta etapa podría concluir con Inri (FCE, 1ª ed, 2003; 2ª ed. 2017), un canto estremecedor y de crudeza que no implica redención ni piedad alguna a los huesos, las médulas, las historias truncadas, de los torturados y asesinados por los regímenes dictatoriales, que conforman los pilares y el humus de las cordilleras y el mar.

 

Escultura de palabras, una pietá

 

Zurita debe leerse como una asimilación-reestructuración respecto del anterior ciclo, del planteamiento cosmogónico de la historia-herida de un país y sobre todo, de la revisión más pura y descarnada de la historia personal del autor.

Incorpora entonces, y específicamente, ciertas partes de Purgatorio (los encefalogramas, los esquemas médicos y algunos poemas) “pero vistos como ruinas. Como vestigios que el autor va dejando a lo largo de su escritura conforme amanece. Lo mismo pasa con Poemas militantes, de los cuales incluyo algunos poemas, vistos también, como ruinas”; de Anteparaíso se inserta la última parte. De La vida nueva, partes mínimas, por ejemplo, los muy conocidos diagramas de los galpones y nichos de Canto a su amor desaparecido.

Se inserta Inri en su totalidad y, completos, Los países muertos (2006), Las ciudades de agua (2007), In memoriam (2008), Cuadernos de guerra (2009) y Sueños para Kurosawa (2009) que, en su momento, fueron publicados individualmente como adelantos de Zurita.

 

Se incluye esta escritura, pero desde una estructuración radicalmente distinta, no desde el orden biográfico y bibliográfico, sino conforme a una trayectoria de conciencia. Zurita es el testimonio de esa voz-conciencia que, desde la memoria, el futuro, el no lugar, conforma una trayectoria simbólica de existencia y un canto de cisne, aunque también epifánico, que transcurre por la obra entera del escritor.

 

Zurita es la voz poética que habla desde un yo perteneciente a ese cuerpo en incertidumbre, lacerado, humillado en el barco que a su vez, es una suerte de conciencia más allá de sí misma que mira el cielo y las cordilleras desde la pequeña ventana de ese el buque carguero. Al mismo tiempo es la voz de los cuerpos destrozados de los otros, asumidos, asimilados y redimidos por el paisaje chileno, sus costas, sus mares, sus cordilleras que, a su vez, son los cuerpos de todos los detenidos desaparecidos en la historia debido a las guerras del poder y la imposición de cualquier sistema: Hiroshima, Troya, Auschwitz, las dictaduras, la voz de todos los vencidos.

 

Así, en tanto que Raúl Zurita concibe la escritura, la poesía, como la construcción de una escultura personal frente a la muerte, es decir, una Pietá, el libro es la cabal “escultura de palabras”, como dijera Jorge Eduardo Eielson, la Pietá del autor.

 

Desde el Acantilado

 

Como se ha visto, estamos ante una voz poética inconfundible propia, además, de un discurso latinoamericano de renovación de la escritura y con una herencia muy chilena de monumentalidad de lenguaje.

 

Un punto en común en su ejercicio poético, son diversas imágenes recurrentes, como la ausencia del padre que aparece con mayor fuerza en Las ciudades…, e incluso implica una diversificación de la voz poética y del yo en Zurita; los cuerpos destrozados, sin dignidad, de los desaparecidos; la imagen de la alta estrella (que podría ser la estrella de la bandera de Chile, la estrella de Dante o la estrella que anunció la llegada de El salvador), como una esperanza, vista desde una pequeña escotilla de la bodega del Maipo y las ciudades y el paisaje en acenso.

 

Pero por sobre todo, predomina esa voz universal que se mencionó. Es, como se ha observado, una conciencia omnividente y omnipresente que dice desde un tiempo pasado, presente y eterno; que objeta, observa, se lamenta, llora. Al respecto, Zurita ha dicho: ¿Quién realmente escribe esas cosas? ¿Quién se mete dentro de uno? ¿O es tu muerte futura la que habla?”.

Es una voz que, desde los acantilados y las eras, desde su encarnación en la Tierra, observa y a la vez padece el mal de violencia y de tiempo intrínseco al hombre y, como una última visión que cerraría su proyecto magno de escritura en el paisaje, esos 22 versos escritos en los acantilados del norte de Chile. “No sé si podré o alcanzaré a hacerlo. Si bien la escritura en el cielo y el desierto conformaron las imágenes de la vida, esta escritura de los acantilados es la imagen de mi muerte”.

 

Por el momento, esta Visión última se ha cumplido en el espacio metafórico de la escritura ya que Zurita cierra con las mismas imágenes de los acantilados con los que abrió su libro, en los que ya podemos leer estas hermosas frases vistas por el delirio de una conciencia y su materia antes del fin.

 

Pero mientras, en la antesala de las imágenes intervenidas en Zurita, Little boy escribe:

 

¿Eras tú papá?

 

Después de cinco semanas esperando que se despejara

La neblina sobre la costa norte pude ver

Los acantilados. Kilómetros y kilómetros de paredes

De granito cortándose a pique y mil metros más

Abajo el océano Pacífico. Había imaginado unas

frases escritas sobre esos paredones, veintidós

exactamente, de amor, de locura y de muerte

(…)

Años después moría. Eran millones

Y millones de hombres y mujeres arrojándose,

Muchedumbres inacabables que se detenían por

Un instante en el borde de los paredones y luego

Se lanzaban. Algunos lo hacían tomados de la

Mano, se miraban a los ojos y daban el último

Paso, otros sostenían niños en sus brazos y

Lloraban quedamente mientras el viento del

desierto hacía flamear sus ropas. Sentí un brazo

posarse en mi hombro ¿eras tú papá? Y el vacío

se abrió bajo mis pies sin estruendo, igual que

una boca muda y dulce. Al frente, el azul del

inmenso amanecer se iba fundiendo con el

Pacifico y las frases de amor, de locura y de

Muerte, se me pegaron en los labios también

sin estruendo, suavemente, como un último silencio.

Así:

 

Hay una trayectoria del yo que comienza en Purgatorio, que es este yo autolacerado que habla desde registros externos y desde el no género. Después, ese yo se transmuta hasta llegar a Zurita, donde se convierte en una voz-conciencia asimilada a la historia. ¿Qué implica este trayecto?

Siempre he tenido una relación contradictoria con la poesía. Por un lado es un arte. Por otro, es el cotejo con lo real. A veces, desde la distancia que hay entre el poema y la experiencia, dicha relación me ha sido dolorosa. Siempre he tratado de que esa distancia sea la menor posible a sabiendas que nunca la poesía va ser la vida. Sé que utilizo el nombre de “Zurita” y que ese “Zurita” no va a decir nunca mi experiencia de las cosas, pero también apela a algo que ya no está pero que debe ser dicho si escribes con riñones, con el corazón. Mi obra es un libro recogido en distintos momentos de esa relación conmigo mismo que siempre vuelve a sí mismo, aunque transformada. Purgatorio está escrito desde el comienzo de la dictadura y en todo lo que ha seguido, ha estado presente la historia de Chile, que me ha modificado. Esto empieza a aparecer donde he enganchado con los sentimientos y los movimientos colectivos, es una obra sensible al afuera.

Es fundamental la inclusión del paisaje como un escenario en el que se introyecta el dolor de lo colectivo. ¿Cómo se da esta asimilación?

Es un misterio para mí por qué ha aparecido el paisaje. Creo que tiene que ver con lo siguiente: cuando viene el golpe, los militares empiezan a utilizar los símbolos patrios, la bandera, la canción nacional, como parte de su discurso legitimador. Y eso incluye el paisaje, así que hablar de éste fue una manera de recuperarlo y protestar, porque ellos nos lo habían quitado. Es ahí donde comienza la lucha por disputarles los contenidos que nos habían robado. Es una lucha feroz.

Se trata de una asimilación del discurso en esta vastedad y la historia. ¿Cómo se habría llegado a esta visión?

Tú ves la cordillera, y sientes que te antecede y que seguirá existiendo, pero al mismo tiempo sientes que es tu mirada la que la levanta. Los paisajes son como un gran telón que los seres humanos van llenando con sus pasiones. Yo sentía que eran un referente más fuerte, más vasto, más hondo que cualquier queja privada. Que la queja o la esperanza eran pequeñas frente a ellos, porque no hay frontera donde termina tu experiencia y donde comienza el paisaje. Tú vas entrando a la cordillera y ella está entrando en ti.

En obras con mayor referencia a la dictadura como La vida… e Inri, hay un discurso que fusiona este paisaje con las visiones de los cuerpos de los desaparecidos. ¿Cómo es esta relación?

Todos sabíamos que habían tirado cuerpos al mar, lo cual se reconoció mucho tiempo después. Por eso ya nunca iba a poder mirar ese mar de la misma manera y porque la única piedad que habían tenido esos cuerpos fue la de los paisajes y no la de mi país, ya que los cadáveres no fueron de vuelta. Con ello te das cuenta que la única compasión con dichos cuerpos fue la de estas cosas: el mar, las olas, las cordilleras, porque fueron las que infinitamente los abrazaron. En ese orden Inri fue una catarsis, lo escribí de un solo tirón, creo que no levanté cabeza. También, en ese tenor, un poema central es Canto a su amor...

Para estos cuerpos, ¿existirá redención en la palabra? En Inri habría un momento de ascensión…

Inri no finaliza en el cielo, sino en la decepción absoluta. No hay redención, los cuerpos terminan en la desnudez y el despojamiento total. Inri y Canto a su amor… no son sino tremendas derrotas porque el haberlos escrito significó el que hayan pasado esas cosas. El más grande poema es que no hubieran sido escritos. La palabra no salva, no le quita un gramo de dolor al dolor.

Epílogo:

Cientos de cuerpos fueron arrojados sobre las montañas, lagos y mar de Chile. Un sueño, quizás soñó que habían unas flores, que habían unas rompientes, un océano subiéndolos salvos desde sus tumbas en los paisajes. No.

Están muertos. Fueron ya dichas las inexistentes flores. Fue ya dicha la inexistente mañana.

 

La escritura fusionada en estas vastedades se materializa en su escritura monumental. ¿Cuál es el fundamento?

No es que me haya propuesto hacer una obra que incorpore los grandes temas o el todo, o haya trabajado en función de un manifiesto. Tampoco he pretendido ampliar o desampliar los límites de la poesía, sino que han sido visiones o necesidades casi del estómago. Durante la dictadura sentía que el discurso debía ser lo suficientemente intenso, de tal forma que fuese equivalente a la destrucción. Cierta poesía me parecía insuficiente frente a la magnitud de lo que estaba sucediendo y nada de lo que podía conocer podría servirme: ni la antipoesía de Parra, que no daba cuenta de ese quiebre, ni la portentosidad de Neruda, que era un canto; debía ser algo que incorporara la fisura y que fuera vasto y potente.

¿Cuál es su perspectiva de este discurso? ¿Qué implicaría la escritura en los acantilados?

En lo que he estado escribiendo después de Inri, esos escenarios se me alejan, como despidiéndose, y va quedando la soledad de la experiencia a secas, que has intentado construir con tus recuerdos, tus derrotas, tus posibles logros, con la desnudez contigo mismo y probablemente se trate de la antesala de una serie de adioses. Por otra parte, mi último proyecto tiene que ver con la escritura en los acantilados. Creo que los más grandes poemas, las más grandes visiones que no están plasmados en ningún papel, van a morir conmigo. Por ejemplo, imaginé millones de rostros en el cielo dibujados con el viento. Eso no va a ser posible pero mi fortuna es por lo hecho y por las cosas de las que he sido el único espectador.

El tema de la orfandad adquiere un matiz más amplio en su reciente obra porque es tratado como un diálogo fuera del tiempo con la ausencia. ¿Qué ha implicado esta figura?

La ausencia del padre no es algo que experimentes de niño o joven; es mucho después cuando la vida te hace pedazos. Me pasó así, de golpe me vi destrozado de la paternidad, pero esa conciencia me interpeló ya adulto, por eso aparece tardíamente como tema. Contra todo lo que se cree, no te hace falta el padre ni cuando niño ni cuando joven, sino después, y tiene que ver con una serie de cosas que nos has sabido resolver. Por otra parte, estos poemas sobre el tema incluidos en Zurita pertenecen a Las ciudades…, donde ya se da el diálogo con la orfandad.

Otro elemento a señalar es el uso del lenguaje coloquial e incluso local en su trabajo, aspecto que podemos observar en mayor medida en sus recientes obras. ¿Cómo se inserta dentro de su discurso?

Aquí apelo a la antipoesía, al lenguaje callejero, a la jerga, como uno de los tantos registros que se pueden emplear. He utilizado diversos registros, desde lo más coloquial, hasta los lenguajes más “poéticos”, por así decirlo. En Los países…e In memoriam uso lenguajes más cercanos a la jerga, y es casi la invención de un idioma, que sería un idioma chileno. Pero eso va contrastado con la máxima exposición y crítica a ciertos personajes y a mí mismo. Son una serie de contrapuntos. Lo veo como un recorrido inédito y como retomar zonas de lo que he hecho en Canto a su amor... Algo que me ha importado es no tener una sola forma, sino crear todas las formas posibles, pasar de un lenguaje a otro, de modo que choquen entre sí. En Anteparaíso está esa frase “Oye Zurita, sácate de la cabeza esos malos pensamientos…”. Los países… e In memoriam son todos esos malos pensamientos, esa especie de regreso a lo más duro, a lo mas desnudo, a lo más despojado.

Podrían identificarse tres elementos de los que surge su discurso: esa a visión de las estrellas, como una esperanza, vista desde el fondo del Maipo; la orfandad y la visión de los cadáveres arrojados al mar. ¿Cómo se entrelaza este imaginario?

La experiencia del barco fue central. Lo otro fue en 1985, al haberme dado cuenta de forma radical de la ausencia de protección, de lo desvalido que puede llegar a ser uno. Y todo lo que creo estar haciendo ahora tiene que ver con esos dos momentos que se entrecruzan y se funden: el barco y la ausencia del padre. Por último, está la visión de los cuerpos de los desaparecidos. Creo que esos tres momentos son cruciales y de ellos surge el discurso.

Siempre está constante el ascenso de las cordilleras, del pacífico, de los cuerpos, las estrellas, como imágenes proyectadas en el cielo. ¿Qué significa para el poeta la mirada hacia estas ascensiones?

A lo mejor se explica con lo siguiente. En el poema Altazor, de Huidobro, todo está visto desde arriba hacia abajo. Es alguien que viene descendiendo de un paracaídas y ve el mundo desde la altura. Yo pensé que la mirada nuestra, más bien, es la mirada de abajo para arriba. Ése es el punto de vista que estos poemas han adoptado, ese mirar desde abajo, como si alguien se arrastra por el suelo y solamente desde ahí pueda abrir los ojos y ver el increíble espectáculo de las estrellas. Tú tienes que arrastrar tu cara sobre el polvo y desde allí levantar los ojos. Es una mirada que siempre es la mirada del golpeado, del humillado, que mira hacia arriba y curiosamente en Huidobro la mirada es la mirada del dueño del fundo (de la hacienda).

Zurita es una visión del futuro, que mira retrospectivamente, y es un recorrido por el purgatorio, el paraíso y los diversos momentos de su obra. ¿Es el testimonio más absoluto y definitorio de una conciencia poética, de una existencia?

Lo crucial es la estructura. Una estructura paralela a la estructura de la vida, que tenga sus movimientos, pero que a su vez sea algo de lo que puedas reconocer las partes. Eso ha sido una obsesión, cuál es la dirección de los poemas, qué sentido tienen, cómo se pueden referir unos a otros. Es una estructura paralela a la vida, probablemente tan contradictoria como la vida misma, por lo que este conjunto tiene su coherencia e incoherencia, sus contradicciones, sus retornos. Entiendo una obra como un tránsito por lo precario, lo entumido, lo doloroso, por nuestras pasiones contrahechas. Y desde esa fragilidad, poder levantar la cara y mirar el cielo estrellado aunque sea desde lo más profundo de la fosa. He querido expresar esos momentos en lo cual lo más duro se junta con lo más esplendente. Siento que es como haber dado una larga vuelta, para volver no al punto de partida, pero sí a la desnudez de la experiencia. Finalmente, creo que nunca se me hizo más certera la realidad que aquella que se mira con los ojos empañados de lágrimas. Las lágrimas producen una distorsión de la luz, una cosa parece tener un aura y ésa es la visión nuestra. La poesía es escribir desde el borde de las lágrimas…

Costa norte de Chile, acantilados

 

Verás un mar de piedras

Verás margaritas en el mar

Verás un Dios de hambre

Verás el hambre

Verás un país de sed

Verás cumbres

Verás el mar en las cumbres

Verás esfumados ríos

Verás amores en fuga

Verás montañas en fuga

Verás imborrables erratas

Verás el alba

Verás soldados en el alba

Verás auroras como sangre

Verás borradas flores

Verás flotas alejándose

Verás las nieves del fin

Verás ciudades de agua

Verás cielos en fuga

Verás que se va

Verás no ver

 

Y llorarás

 

***

 

*CLAUDIA POSADAS. Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte, FONCA SECRETARÍA DE CULTURA, 2011 y 2016. De la misma instancia ha sido becaria en el Programa de Intercambio de Residencias Artísticas para Chile (2008), en Jóvenes Creadores en Poesía (2000-2005), y en el Programa de Fomento a Proyectos y Coinversiones Culturales con una investigación sobre literatura iberoamericana contemporánea (2002). Ha publicado La memoria blanca de los muros (1997) y Liber Scivias (2010), Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines 2009, reeditado por la UNAM en 2016. Poemas y ensayos de su autoría, y entrevistas con autores hispanoamericanos de primer orden han sido incluidos en antologías en América Latina y España.

 

 

 

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