Noviembre 23, 2024

ALFONSO ALCALDE: LA MUDANZA SIN TÉRMINO

 

Durante octubre de 2014, la Fundación Pablo Neruda organizó un ciclo de homenaje al escritor chileno Alfonso Alcalde en el Centro Cultural La Sebastiana, denominado “Alfonso Alcalde: La mudanza sin término”.

El viernes 10 de octubre, a mediodía, se inauguró la exposición “Nosotros los chilenos, interpretación visual de vida y obra de Alfonso Alcalde”, de la artista plástica Paula Espinoza. Luego, a las 19:00 hrs. se realizó un conversatorio entre Hilario Alcalde Uschinsky, hijo del escritor, y Cristián Geisse, uno de los principales estudiosos y divulgadores de la obra de Alcalde.

Al día siguiente, el sábado 11 de octubre se realizó un encuentro con cuatro editores, que ya habían publicado o estaban por publicar parte de la obra de Alfonso Alcalde. Ellos fueron: Ernesto Guajardo, de Ril Editores, Patricio González, de Altazor Ediciones, Cristóbal Gaete, editor de Perro de Puerto y Camilo Brodsky, editor de Das Kapital.

Finalmente, el mismo sábado 11 de octubre, a las 19:00 hrs. se realizó una mesa de conversación, denominada “Lectura personal de Alfonso Alcalde”, donde participaron Soledad Bianchi, Leonardo Sanhueza y Carlos Decap.

Presentamos a continuación los textos leídos el año 2014 en La Sebastiana por Ernesto Guajardo, Camilo Brodsky y Soledad Bianchi. Dos breves textos nuevos, escritos especialmente para esta oportunidad, por Cristóbal Gaete y Carlos Henrickson. Y una grabación, enviada por Soledad Bianchi, que es un archivo histórico inédito. Parte de la entrevista que Soledad Bianchi le realizara a Alfonso Alcalde, el 28 de julio de 1987, cuando estaba trabajando en la elaboración del libro La Memoria: Modelo para armar / Grupos Literarios de la década del sesenta en Chile.

 

 

 

Ernesto Guajardo. Alfonso Alcalde: relatos como botellas al mar (fragmento)

 

Hemos dicho que los libros de Alfonso Alcalde tuvieron una escasa recepción, cuantitativamente hablando, en los medios de comunicación de masas; sin embargo, en esa estrecha difusión, quienes acudieron a la cita representaban a la escena cultural de la época. Sin embargo, pareciera que ello no necesariamente tuvo incidencias en los índices de lectoría o conocimiento de su obra, así como tampoco en el consumo de la misma. ¿Por qué decimos esto? En realidad, por una observación del propio autor. En un artículo firmado por Sherlock Holmes, publicado el 13 de octubre de 1971, se señala lo siguiente: “En la reciente ocasión de dos entrevistas diferentes -una televisada y otra escrita-, Alfonso Alcalde se presenta como un autor sin lectores, porque ‘la gente no compra los libros que yo hago’”. A continuación el articulista señala que él conoce solo El auriga Tristán Cardenilla y Alegría provisoria. A la fecha en que escribe el artículo, en todo caso, no es poca cosa.

Un “escritor secreto”, se definió Antonio Avaria. Y Luis Sánchez Latorre recordará, en 1992, que: “En la Academia Chilena de la Lengua no escuché nunca su nombre. En la Sociedad de Escritores de Chile, una que otra insinuación acerca de sus méritos bastaban y sobraban. Entre los periodistas, jamás oí decir que hubiera el propósito de rendirle un homenaje”.

Queda, por último, otro espacio posible de recepción de la obra de Alfonso Alcalde, otro territorio, social, económico y cultural: la recepción de su obra en los sectores populares. ¿Por qué sería de interés indagar al respecto? Entre otras cosas, porque la gran mayoría de sus cuentos son programáticamente el reconocimiento de dichos sectores, entonces, es del todo razonable preguntarse al respecto, y tratar de ubicar los delicadas huellas que dan cuenta de esto: murales, obras de teatro, cuecas, funciones de títeres, poemas publicados en revistas poblacionales; todo ello es un fragmentado universo de recepción que claramente no es crítica sino, si se permite, es más bien apropiativa.

Finalmente, considerando todo lo anterior, ¿cuál es el sentido de publicar los cuentos completos de Alfonso Alcalde? Creo que ello depende de algunas consideraciones. La primera de ellas es cómo se publican. En RIL editores hemos optado por una edición lo más completa posible, no solo en lo que dice relación con los cuentos en sí, sino en la cantidad de información asociada a ellos que pueda ser de utilidad al lector; los no siempre considerados paratextos: bibliografía, notas a pie de página, comentarios editoriales. Junto a ello, teniendo claro que sucesivas ediciones de la obra en sí no resolverán el problema de la recepción de la creación literaria de Alfonso Alcalde. Si se me permite el clarísimo pie forzado, se requeriría de una obra para sí; digo esto con todo el sentido irónico del mundo, por cierto, pero que me permite explicar la idea.

Creo que es posible pensar en, a lo menos, tres líneas posibles de desarrollo, en relación a la obra de Alfonso Alcalde. La primera es, claramente, la necesidad de escribir –y editar, obviamente una biografía suya. Si no se conoce al amigo, es difícil interesarse en lo que él hace. La segunda es recuperar la voz de Alcalde, es decir, sus opiniones, sus pareceres, sus definiciones; ¿dónde podríamos encontrar esto?, creo que en las entrevistas que le realizaron. Una recopilación de las mismas quizás podrían ayudar a comprender de mejor manera los desvelos, afanes y objetivos de Alcalde. Algo similar a lo que le ocurre al lector (bueno, digo, al menos a mí, con el libro Arte de vida, de Efraín Barquero). Por último, pensar en la posibilidad de editar un libro que compendie todos aquellos trabajos críticos sobre Alfonso Alcalde, desde la década de las sesenta. No son muchos, en realidad, y es probable que haya que invitar a crear sobre la creación de Alcalde, pero no importa, el punto es generar algo nuevo a partir de lo que él nos entregó. Poesía, cuento, crónica, teatro, existen muchas aristas a partir de las cuales se pueden intentar diversos abordajes.

No solo continuar realizando lo que ahora hacemos, sino hacer más aún. No para que la mudanza tenga algún día un término, pero sí para que tenga un mayor sentido el andar acarreando los trastos de acá para allá, aunque ello sea hecho con cuidado, con cariño, con esperanza.

 

 

Camilo Brodsky. Editor de Das Kapital Ediciones.

 

¿Por qué editar de nuevo la poesía de Alfonso Alcalde? Tal vez porque todavía recuerdo lo feliz que estaba ese día de fines de los años ochenta, o quizás comienzos de los noventa, cuando encontré en San Diego El panorama ante nosotros, la edición del ’69 de Nascimento, un libro grande de portada gris donde una mano que ocupa casi todo el plano sostiene lo que parece un pincel.

O porque guardo todavía las Variaciones sobre el tema del amor y la muerte que editó el año ’91 la editorial El árbol de la palabra, libro diagramado por su hijo Hilario, y que corresponde a la última de las versiones de un texto que conoció, si no me equivoco, al menos dos ediciones anteriores, una de ellas bilingüe publicada en los años de la UP, y que incluso el mercurial cura Valente alabó, diciendo que era “uno de los poemas más notables que se hayan escrito en Chile en los últimos años”, y al que yo siempre he sentido emparentado con una cierta forma de enunciar quizás tributaria del Howl de Ginsberg, aunque con un pie completamente acá, en esta hondonada donde sólo para Alcalde es posible el perdón y la bendición, al menos en la forma que brota desde las Variaciones… hacia las periferias, que acaban redimidas en su verbo.

 

 

Soledad Bianchi. Alfonso Alcalde. Buscador a borbotones. (comentarios en los márgenes de una entrevista)

 

En un invernal y frío día gris, el 28 de julio de 1987, antes de partir a entrevistarlo, me dijeron que encontraría un hombre alegre, dicharachero, divertido, bueno para los chistes y las historias, pero después de una larguísima visita, me pareció que habían cambiado a Alfonso Alcalde. Era, sin duda, imaginativo, amable y lúcido (todo parecía haberlo pensado, tal vez demasiado); interesante, claro está, por –y con- sus múltiples relatos. No obstante, yo percibí en él algo de amargura, incluso de resentimiento y un escepticismo brutal, aunque intentaba parecer (y no quiero usar la palabra “simular” para que no mal entiendan),   intentando parecer –insisto- ¿despreocupado?, ¿indiferente? (y lanzo interrogantes, sin atreverme a afirmar). Entonces, con posterioridad a su generosa y extensa conversación, me dio la idea que Alcalde viniera de vuelta (como se dice), viniera de vuelta de muchos asuntos que lo atañían, porque de regreso sí que venía pues había llegado desde el extranjero tras varios años de exilio. Y si le había puesto fin a su destierro en el exterior, yo sentí que, ahora, en esa tarde fría y gris de julio, en que hablamos largamente, en su casa y en nuestro propio país, él era un exiliado, un exiliado interior, un exiliado dentro de Chile, país al que, posiblemente, había puesto todo su empeño en regresar. De esto no charlamos, ni él nunca lo sostuvo explícitamente, mas aludió, en numerosas ocasiones –y casi con orgullo- a su aislamiento y soledad.

Se me figuró alguien herido y no digo “derrotado”, porfío y digo “herido”, a pesar de querer presentarse y mostrarse, él, como alguien lejano, quizá displicente y hasta altivo o soberbio, a veces.

Más tarde, repasando sus dichos y actitudes, comencé a dudar: ¿sería cierto que le gustaba estar solo? Si me habló de su amistad con Neruda, De Rokha y Droguett, ¿cómo aseguraba que no se reunía con escritores? Cuando proclamaba, enfático: “Yo nunca he querido publicar un libro” y, a los pocos minutos, describía su ida a dar a conocer el manuscrito de Panorama ante nosotros a don Carlos George Nascimento, el dueño de la Editorial Nascimento, quien ya había impreso, en 1947: Balada para la ciudad muerta, la primera publicación de Alcalde, ¿qué entender y cómo entenderlo? y ¿qué se propondría al plantearlo de ese modo? Al “garantizar” que no sabía de poesía, con posterioridad a haber escrito más de diez poemarios, ¿qué imagen quería que uno se hiciera de él como poeta, como literato? y ¿qué imagen se haría él de sí mismo? Me dio la idea que le gustaba llamar la atención y que, por este motivo, se desdecía y se contradecía. Pero había más. En ocasiones, pensé que él fabulaba (no pretendo decir que mintiera). Tal vez, especulé, Alcalde imaginaba para construir un personaje de él mismo, para hacerse él mismo y, en una búsqueda para “componer” su propia biografía pues le exasperaba que lo moldearan, eso es indudable, y prefería elegir él y optó por elegir y decidir él… hasta el final, hasta su final. Y en esta búsqueda, borroneaba, dejaba zonas en el misterio, desajustaba lo sencillo, desconcertaba, negaba evidencias y linealidades causales, exageraba una y otra vez y tanto exceso puede llevar a sospechar, incluso, por ejemplo, de sus múltiples y diversos oficios y profesiones, acaso datos indiscutibles de su vida temprana. Luego, Alfonso Alcalde no era nada de simple (“soy complicado”, me declaró, ufano, con su voz pastosa). Era enriquecedoramente complejo, contradictorio, independiente, polémico y polemista, desmedido, rotundo, y hasta chismoso, se confesaba, y como todos somos más o menos chismosos, sabemos que “pelar” (como decimos en Chile) es un trabajo de la imaginación y la palabra, dos instrumentos fundamentales en los quehaceres de Alfonso Alcalde y en su imaginario.

Y por ella, por la palabra, llegué a Alfonso Alcalde. La palabra ajena, la poesía ajena, fueron las intermediarias. En esa época, yo realizaba entrevistas a poetas que se habían iniciado en la década del 60, y a sus cercanos aliados. El resultado de esta investigación fue el libro: La memoria: modelo para armar. Grupos literarios de la década del 60 en Chile que, en 1995, publicó la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos. En mi conversación con Cecilia Vicuña, la poeta y artista visual, fundadora de la “Tribu No”, ella había mencionado a Alfonso Alcalde, destacándolo como uno de los pocos escritores que la habían escuchado… y leído. Y, a pesar que habían trascurrido 15 años desde ese encuentro, Alcalde reconstruyó las situaciones de 1972, cuando él dirigía la colección “Nosotros los Chilenos”, de la Editora Nacional Quimantú, y Cecilia, de 24 años, llegó a visitarlo con un manuscrito bajo el brazo. Y en cuanto lo leyó, como Quimantú editaba muy poca poesía, él se lo dio a conocer a otros enterados en edición y, además, la puso en contacto con las Ediciones Universitarias de Valparaíso, de la Universidad Católica de Valparaíso, a través de su amigo, Oscar Luis Molina, su Director. Allí, la joven poeta inédita llegó a firmar un contrato de publicación, que nunca se concretó, pero… ¡esa es otra historia! Lo que yo quisiera subrayar es esta otra búsqueda de Alfonso Alcalde, demostrada en su actitud hacia los poetas jóvenes. Especial mención hizo, asimismo, de Claudio Bertoni, a quien –junto a la anterior, a Marcelo Charlín y a Francisco Rivera, todos integrante de la “Tribu No”- incorporó, codeándose con Neruda y los “grandes”, en su artículo, “Visión poética de Chile”, aparecida en el Almanaque, “libro del año 1973”, de la Revista del Domingo, de El Mercurio. (Debo aclarar que, en mi entrevista de 1987, Alcalde mismo se encargó de hacer difusa e imprecisa su relación con los nuevos escritores de Concepción y sus “galaxias”: Tomás Harris, Egor Mardones, Carlos Decap, por nombrar a algunos. En su vaguedad, su expresión producía el efecto de advertirlos sin percatarse o como que los percatara, sin advertirlos, y sobre todo, sin querer que lo notaran). No obstante, en 1972, Alcalde no sólo se abre a la búsqueda de la literatura recién producida por sus contemporáneos de las promociones venideras sino que la difunde.

Señalé que cuando Alcalde acogió a Cecilia Vicuña, él dirigía la colección “Nosotros los chilenos” que, incuestionablemente, fue otra de sus búsquedas pues en ella, el escritor quiso entregar miradas a sectores, parajes, poblaciones, aires, poco respirados, mal observados, entendidos con estrechez, y para terminar con esta miopía, él propuso un tipo de periodismo sin fingidas objetividades; un tipo de periodismo cercano, tanto a lectores como a objetos. Siendo así, como en un caleidoscopio, en abundancia de facetas, éstas se iban integrando hasta evidenciar otras realidades, y aprendimos nuestra realidad en profusas perspectivas a causa de la heterogeneidad de nuestro territorio y de “nosotros los chilenos”.

En verdad fueron muchas las búsquedas de Alfonso Alcalde y fueron muchas sus realizaciones. Todas ellas circulaban por la palabra y la escritura. Como él mismo declaró, poco antes de decidirse a morir, había publicado 28 libros. Sin embargo, no estaba satisfecho, nunca estuvo satisfecho, y no sólo en este ámbito. Mi idea es que en sus búsquedas en ese “maldito trabajo de escribir” (lo cito), al no hallar la palabra, continuaba su pesquisa y, así, llenaba y llenaba hojas que, más tarde, llegaban a ser libros, pero… siempre… la búsqueda proseguía y, así, los libros se fueron sumando, pero la búsqueda, las búsquedas, debían continuar para, según Alfonso Alcalde y sus palabras: “no permanecer sino en el recuerdo del olvido”.

 

 

Cristóbal Gaete. Al frente del cartero. (Inédito)

 

La única forma de acercarme a un escritor es ir a buscar su mundo. Es una idea, mala, si el bus baja rajado a Tomé y uno cree caer encima de la caleta como en un cuento surrealista y popular, buena, si Camila Mellado te acompañan al cementerio espantando los perros. Compramos flores y Camila pide las herramientas para arreglar la tumba. Preguntamos por Alfonso Alcalde y nos dicen que está enfrente del cartero. Para mensajeros no hay jerarquías en el cielo, ambos al borde del acantilado, con una panorámica al horizonte que los hará parte de él en un par de terremotos/maremotos. Al ladito, Tagore Biram, poeta brasileño que encontró un lugar en el sur. Le dejo un poco de cerveza también a él, para la media sed que debe tener. Tengo la escoba en la otra mano. A lo lejos, la caleta, donde están los hombres que poblan la galaxia de obra de Alcalde en todos los géneros literarios. Voy allá.

Después de comer, ir por el ponche de mariscos al Roly. Espero a Darwin Rodríguez, quien lo conoció y me contó de las vidas de los personajes como la Tetas con trifulca, que continúa a la ficción. Quisiera volver y conocerlos, pero temo a la realidad, tan mezquina en colores; Alcalde es un mago que la transforma. Al rato llega otra potencia de la literatura penquista, Egor Mardones. Imitamos una foto de Alfonso, en el mismo bar, muchos años antes. Me acompañan al paradero, pasamos a metros del lugar donde el escritor eligió terminar sus días. El hoyo negro que traga la galaxia.

 

 

Carlos Henrickson. (Inédito)

 

Sería falaz hablar de la huella de Alcalde en la literatura chilena. Porque más que huella, se trata de un fantasma en pleno derecho, testimonio como Carlos Droguett de la épica/ética de una capa social en ascenso, llamada a tomar la hegemonía cultural en profunda y consciente conexión con la hegemonía social y política. Al recordar a Alcalde, se recuerda al último gran proceso de construcción de una nueva forma de identidad nacional, orgánicamente ligada al pasado y proyectada hacia el futuro, de lo cual no solo es muestra su obra, sino que además su labor editorial en la colección Nosotros los chilenos, de Editorial Quimantú.

Su labor de desaurador profesional de la cultura literaria chilena, al modificar brutalmente el eje de esta hacia la centralidad de la experiencia popular y alejándola de la venerabilidad y las máscaras heroicas de los tribunos literarios o los propagandistas fáciles, obliga a remontarse a las prácticas periodísticas y hasta al trabajo publicitario como instancias válidas de construcción de un sujeto intelectual crítico y abierto hacia posibilidades no escritas de desarrollo social e histórico.

El fantasma de Alcalde no deja de recorrer la literatura chilena, como un mal sueño para el sistema de genialidades consecutivas y exclusivas que durante tanto tiempo ha castrado a la posibilidad de una literatura genuinamente crítica.

 

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