Nicolás López-Pérez no tiene miedo a tener muchas ventanas abiertas en el PC, ni a depositar su trabajo escritural en múltiples soportes.
Así es como nos entrega Escombrario en una cajita que contiene, entre otros, una fotografía tipo polaroid, un “cuaderno” de Berlín, el propio texto Escombrario, una hoja escrita en Braille, un recorte de diario, etc, confiando en que la poesía se hace así misma, sin tanto esfuerzo de síntesis, como esos fierros que unen los bloques de concreto en las construcciones.
Su apuesta, a mi modo de ver, es que en la torrencialidad de esta escritura-lectura abierta en distintos frentes, el lector pueda encontrar estos hierros-poesìa, finalmente- que en silencio lo unen todo. Así es como nos encontramos con pasajes como: “Un poema es un documento, un pasaporte al plano cartesiano”, “Hay un solo continente. Volver a Pangea”, “Todavía recuerdo. Lo diré para que sigas existiendo como poema, como firma en el muro de mis lamentos” que definen una estética: hacerle el quite a la noción de identidad. Los escombros son los restos de algo que se pretendió construcción fija. En esa especie de fracaso, Nicolás deja que lo que fue vaya tomando forma y sentido, desnudándose, y pone el foco en que lo importante es mirar lo que va, o quedó muchas veces, a medio camino.