Por Ernesto González Barnert
Poeta y académico, viene hace rato construyendo una obra contundente y crítica, ácida en su y nuestro malestrar. En su último trabajo poético, se adentra, o cuaja, con el tema de la inmigración, en uno de los trabajos en Chile, al menos, que mejor la han abordado sistematicamente y líricamente en tanto tengo registro como lector de poesía. Y lo hace sin perder de vista, digamos con una expresión de viejo cuño, cada árbol tanto como el bosque. Un libro breve, de pulso mayor, efectivo, político, ambicioso, que trata intelectualmente la inmigración pero sin perder la emoción y el sentir de esa búsqueda y preocupación, encrucijada y problema social. Un libro actual y perenne que se hace cargo de nuestro tiempo, en vista por ejemplo al trato de los haiteanos en la Pandemia por los medios y autoridades esta semana.
¿Cómo ha sido a lo largo de tu escritura tu relación con Pablo Neruda?
La poesía de Neruda constituyó una de las primeras formas de entender lo americano, desde una óptica que daba cuenta de la complejidad afectiva, natural y política de sus paisajes. La potencia de la voz nerudiana con todo lo que tiene de hímnica y vaticinio me cautivó e infundió ganas de sumarme a esa idea de lo colectivo latinoamericano. El rol sustantivo que tiene el imaginario de la naturaleza en su poesía me impulsaba a integrar en mi escritura las notas de campo y provincia con las que comenzaba a nombrar mis primeros versos. Yo también percibí a Chile y al mundo desde un sur particular, no en el sentido de provincia como cosa secundaria (que es como suele entenderse en las capitales), sino que como espacio de permanente interacción con los elementos. No podría nombrar mis afectos y mis hipérbatos sin el granizo, sin los álamos encorvándose por la tormenta, sin la casa como un refugio donde pasar los cuatro o cinco días seguidos de lluvia. Así también la ola rompiéndose, yo la vi en los mares del sur, pero Neruda me la dio para el verso.
¿A propósito del estallido social chileno, cómo lo ves desde tu perspectiva de alguien que es además de poeta y académico, vivió en Francia?
Ha sido un estallido de poesía. En el frontis de la Biblioteca Nacional se ha desplegado un gran telón con la frase “La poesía está en la calle”. Esto se ha vuelto más patente desde el 18 de octubre porque literalmente se puede salir a leer la ciudad en cuyos muros ha florecido con fuerza el arte urbano del grafiti, así como en las marchas la pancarta de frase inteligente y con gracia. En su conjunto estas manifestaciones nos muestran un poema desolador que habla de las durísimas condiciones de vida de los chilenos y de un sentimiento de injusticia que cruza la percepción de la sociedad de modo transversal.
Como poeta y profesor no puedo sino celebrar que la reflexión sobre la política, la cultura y las formas de convivencia pase por pensar la óptica particular con la que el lenguaje nombra nuestro mundo. Una frase que me ha conmovido por su inteligencia y el horror que trasunta es “en Chile vivir cuesta un ojo de la cara”, en cuyo caso no es la alusión a la frase coloquial usada para referirse a lo caro la que me impacta, sino la correlación que establece entre la manifestación como expresión vital y el riesgo real de perder los ojos a merced de los balines. En este caso, la expresión popular, anodina en su coloquialidad, nos reenvía a lo real abyecto. Esto le hiela la sangre a cualquiera.
¿Qué significa para ti en lo personal Éxodos (Cástor y Pólux, 2018)? ¿Qué libros u otros medios influyeron en tu registro poético mucho más documental que en tus libros anteriores para tratar el tema de la Migración?
Para mí significa en primera instancia un libro que fue publicado por el impulso de mis amigos. Yo lo tenía muy callado y Carmen Berenguer me lo pidió y comenzó a enviárselo a editores de manera espontánea y generosa (no sé qué otros adjetivos retraten mejor lo que ella ha sido para la poesía y para mí). En ese ir y venir de síes y mutismo, apareció Paula Ilabaca y David Villagrán, grandes amigos, decididos a publicar Éxodos en su sello Cástor y Pólux, con portada del artista visual colombiano Nia de Indias.
Es un libro que catalizó una serie de situaciones. Suelo decir que es el libro de un lector de tres diarios, Le monde, El país y El Mercurio. En sus páginas me fui involucrando diariamente con el atroz destino de la inmigración. Claramente en los diarios europeos y de países mediterráneos esto fue tema principal primero, sin que hubiera un correlato entre el ingente número de víctimas de embarcaciones que zozobrabran en el mar y las eventuales reacciones que en materia de política exterior podría haber tomado la Unión Europea o algunos de sus países miembros. Recuerdo una semana en la que sumando las noticias que leí, di con dos mil ochocientos muertos por inmersión. Me preguntaba entonces hasta cuándo podría seguir la indiferencia. Todo cambió el día que circuló a través de la prensa global la foto del cadáver de Aylan Kurdi, niño sirio de origen kurdo, en una playa de Turquía. Su color de piel y su vestuario lo hacían ver bastante occidental lo que, intuyo, ayudó a que con él llegara la compasión y la responsabilidad internacional. Las anteriores víctimas no conocieron piedad. En cualquier caso, no hubo cambios demasiado radicales. Se instauró una lógica de cuotas de inmigrantes que sería repartidos por diversos países de Europa. La suerte que corrieron en cada uno de ellos es opaca, salpicada con protestas de vecinos hostiles a los campos de refugiados, incendios intencionales de algunos de estos albergues y la consolidación de los partidos de extrema derecha por todo el continente.
De un momento a otro durante el 2014, puse en línea mi estupefacción frente a estos hechos con recuerdos personales de mi paso por Francia que, si bien estuvo muy lejos de las desmedradas condiciones que caracterizan la crisis migratoria, no estuvo exento de sinsabores derivados de la propia porosidad de vivir en un sitio del que no vienes y de los avatares vitales que, en ocasiones, son más áridos de lo que uno espera. En cualquier caso, fui muy feliz viviendo ahí y gocé de una posición estupenda trabajando en dos de las universidades más antiguas de Europa, Poitiers y Bordeaux. Aprendí como nunca y conocí divinas amistades, pero hubo un ruido de fondo parecido a la ansiedad que a veces lo transfiguraba todo. Y esa fue la tierra nutricia desde donde surgió Éxodos, ya que, en general, los poetas no escriben de sus mejores fiestas o triunfos, sino de los momentos gruesos y de las ensoñaciones más aciagas.
¿Qué poema o verso llevas como un mantra?
“Orompello es el año veintiséis de los tercos adoquines y el coche de caballos
cuando mi pobre madre qué nos dará mañana al desayuno,
y pasado mañana, cuando las doce bocas, porque no, no es posible
que estos niños sin padre.
Orompello. Orompello.”
“Orompello” de Gonzalo Rojas
*
“¿Que fue cruel? Olvidas, Señor, que le quería,
Y él sabía suya la entraña que llagaba.
¿Que enturbió para siempre mis linfas de alegría?
¡No importa! Tú comprende: ¡yo le amaba, le amaba!”
“El ruego” de Gabriela Mistral
*
“Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.
Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, eran tan solo
las dimensiones del teatro.
Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.”
“No volveré a ser joven” de Jaime Gil de Biedma
*
Le Poète est semblable au prince des nuées
Qui hante la tempête et se rit de l’archer ;
Exilé sur le sol au milieu des huées,
Ses ailes de géant l’empêchent de marcher.
-L’albatros de Charles Baudelaire
*
De los sus ojos tan fuertemente llorando,
Tornaba la cabeza y estábalos catando.
Vio puertas abiertas y postigos sin candados,
Alcándaras vacías, sin pieles y sin mantos,
Y sin halcones y sin azores mudados.
Suspiró mío Cid pues tenía muy grandes cuidados.
Habló mío Cid, bien y tan mesurado:
Cantar de Mío Cid
¿Qué poema tuyo te gustaría leer en una sala de clases?
Todos los anteriores y, afortunadamente, lo hago periódicamente.
¿Cuál crees tú es el aporte de la literatura o de la poesía en la educación en estos días?
No es muy distinto al que ha tenido siempre: entrar en imaginarios y estructuras muy heterogéneas y desde ahí desarrollar el pensamiento, infundir una tibieza humana a partir de la identificación con personajes y hablantes, desarrollar la empatía, validar las fantasías tenidas por prohibidas, matar el tiempo y desinflamar la sensación de soledad, juntar las copas de una misma resaca, inflamar el ideal y animar la revuelta, por mencionar solo algunos de sus más inmediatos aportes.
¿Qué le dice el académico al poeta y viceversa?
Académico al poeta: No te censures.
Poeta al académico: Guarda distancia del objeto de estudio.
¿Un libro, álbum u obra que te haya marcado este 2019?
Coyhaiqueer de Ivonne Coñuecar y 11 de Carlos Soto Román.
¿Cuál es el peor error que puede cometer un poeta?
Tratar de no equivocarse. El error es un procedimiento básico de la poesía.
¿Qué poeta o escritor actual francés nos recomiendas?
Pienso en Abdelá Taia, un escritor marroquí que reside en Francia donde publica todo (y por eso lo considero francés), ya que en Marruecos está proscrito a causa del tratamiento abierto de la homosexualidad en su obra. Las novelas que más me han interesado por su mirada sobre la sexualidad, la familia y la sociedad marroquí son Celui qui est digne d’être aimé (El que es digno de ser amado) y Mon Maroc (Mi Marruecos). Están publicados en castellano por editorial Cabaret Voltaire.
Luego pienso en Vanessa Springora quien con su novela Le consentement ha dado mucho que hablar por la denuncia que ella presenta respecto de la virtual normalización de la pedofilia en la clase intelectual francesa de los ochenta y su historia personal de dominación por parte de un escritor consagrado en los círculos literarios de mayor prestigio. Es un tema demasiado importante que ha logrado emerger de a poco en la sociedad francesa donde este tema es tabú gracias a la influencia de movimientos tales como Ni una menos y Me too. No ha sido traducido aún.