Por Ernesto González Barnert
Con su libro 11, una cuidada autopublicación, recibió el Premio Municipal de Literatura 2018, este poeta y traductor que experimentó a lo Juan Luis Martínez, pero no con discursos artísticos, culturales, literarios o poéticos de su época y tradición, sino con las fuentes mismas del discurso oficial de la Dictadura para reconstruir toda la barbaridad y salvajismo de Pinochet y sus partidarios civiles y militares. Y denunciar con fuerza, no menos poesía, la represión, las desapariciones o prácticas genocidas sistemáticas en su línea discursiva genérica, burocrática, banal. Así Carlos, subraya el discurso de los perpetradores para dejarlo caer en toda su maldad, ignorancia y violencia, no sin cierta belleza estética en el entramado y los ecos de este terror con que ajusta cuentas de manera precisa y soterrada, subversiva y política. Un libro que da escalofríos, necesario y urgente, desolador, que en esta segunda lectura estos días de mayo 2020 vuelve a desgarrarme y dejarme desolado a la luz de los acontecimientos del estallido y la pandemia, el reflejo oscuro de Chile o lo que queda dé, convengamos.
¿Cómo llevas este período de aislamiento?
Hasta el momento lo he llevado con calma. He aprovechado la ocasión para tratar de hacer una especie de orden mental, aunque observo la pandemia con preocupación. Tengo la sensación de que esto va a ser mucho más largo de lo que imaginamos y que las formas de relacionarnos a las que estamos acostumbrados se verán profundamente afectadas. Nos va a tomar un buen tiempo regresar a esa normalidad que conocíamos y será interesante ver cómo nos reinventamos para enfrentar la crisis que viene. Quizá éste sea por fin el momento de implementar economías alternativas, como la del trueque, y modos más solidarios de interacción. En lo práctico, me veo enfrentado a una sobrecarga laboral que viene de antes del Covid-19, la que no me ha dejado tiempo para avanzar en varios proyectos literarios que tengo en pausa o para explorar la avalancha de links que he ido acaparando durante el confinamiento, que es lo que me gustaría estar haciendo ahora.
¿Qué libros fueron gravitantes en tu formación como poeta?
“Canto a su amor desaparecido” de Zurita me marcó mucho en su momento. También los caligramas de Huidobro y su “Altazor”, el trabajo visual de Parra, que fueron mi primer encuentro con lo que me gusta llamar “anómalo” dentro de la poesía. “El hundimiento del Titanic” de Hans Magnus Enzensberger fue fundamental para mí en los tiempos en que trabajaba en “Haikú Minero” y “Holocaust” de Charles Reznikoff, cuando estaba metido en la factura de “11”. Este último me obsesionó tanto que terminé traduciéndolo al castellano.
¿Un texto tuyo que leerías en una sala de clases para alumnos de secundaria?
Un verso breve: “las cosas ocurren demasiado rápido para la poesía”.
¿Qué verso o frase llevas como un amuleto en estos días en tu corazón, de memoria?
Una frase que alguna vez vi tatuada en el cuello de Sinead O’Connor en un fugaz avistamiento en el aeropuerto de Santiago, cuando vino para el Womad del 2015 y que además es el nombre de un álbum de George Harrison: All things must pass. Todas las cosas deben pasar.
¿La poesía que ha sido para ti?
Un refugio, una trinchera. Un espacio desde donde establezco complicidades, afinidades. Una especie de filtro o lente más bien, en el cual se configura una manera de mirar y entender la realidad. También es desde donde respondo a ella, la mayoría de las veces.
¿Qué poetas te gustaría traducir de lengua inglesa?
Me gustaría mucho traducir “El libro de los muertos” de Muriel Rukeyser, por el cruce entre lo documental y el sino trágico de los mineros, que son temas que me convocan. También “One Big Self” de C.D. Wright, que se compone de testimonios de prisioneros del estado de Louisiana; “Citizen” de Claudia Rankine, libro que explora las tensiones raciales en EE.UU. y algo de Lisa Robertson, quizá “Cinema of the Present” o “Occasional Work and Seven Walks from the Office for Soft Architecture”, que es un libro de ensayos maravillosos. Aunque creo que hay alguien que ya está trabajando en “Citizen”, lo que me parece fantástico. Voy a celebrar mucho la aparición de ese libro en castellano.
¿Un libro(s) que nunca has podido terminar de leer?
“Umbral” de Juan Emar y “Finnegans Wake” de Joyce. A éste último le estoy haciendo empeño nuevamente.
¿Nos podrías regalar algunos de los libros, álbumes, películas o pinturas que estos días son cruciales?
Por supuesto. La mayoría son obras que por diversos motivos siempre estoy consultando. En libros recomendaría “La poética del espacio” de Bachelard, “Especies de Espacio” de Perec y “La Filial” de Matías Celedón, que me parece se ajustan a este periodo de reclusión. En poesía, la antología de Cristina Rivera Garza “La fractura exacta” y “Antígona González” de Sara Uribe, que es un libro tremendo, muy terrible y necesario en Chile, que pronto estará disponible bajo la edición de Libros del Cardo. En cine sugeriría explorar la filmografía de la directora neozelandesa Jane Campion, mis favoritas son “In the cut” y “An Angel at my table”. En arte, invito a descubrir la obra de la artista conceptual Eleanor Antin y las fotografías de Francesca Woodman y Alix Cléo Roubaud. Y finalmente en música, “Fetch the Bolt Cutters”, que es lo último de Fiona Apple, el trabajo de Hildur Guđnadóttir para las bandas sonoras de “Joker” y “Chernobyl” y la sinfonía número 3 de Henryk Górecki, pero la versión dirigida por Krzysztof Penderecki, interpretada por Beth Gibbons de Portishead y la orquesta de la radio nacional polaca.
También aprovecho de recomendar en Instagram la cuenta del colectivo Frank Ocean [poemas contra la policía], que es de un grupo de traductorxs jóvenes que están respondiendo a la contingencia con traducciones urgentes y necesarias. Un interesante proyecto para seguir y difundir durante la cuarentena.
¿Qué viene a tu mente cuando piensas en poesía chilena?
Un cuadro de Hieronymus Bosch, “El Bosco”. El jardín de las delicias, podría ser…
¿Cómo ha sido tu relación con la obra nerudiana?
Algo distante ahora, pero en algún momento fue más cotidiana. “Residencia en la tierra” y “Canto General” fueron obras importantes durante mi inicio en la escritura. Curiosamente ahora, a través de un encargo de la poeta Ghazal Mosadeq, he tenido que volver a revisar “El libro de las preguntas” para un proyecto que ella está realizando. También recuerdo con mucho cariño las visitas que hicimos a la Chascona con la poeta Rachel Blau DuPlessis y a La Sebastiana con los poetas Ryan Eckes y Frank Sherlock. Fue una bella forma no solo de compartir la historia de la poesía chilena sino también la historia trágica del país.