Abril 25, 2024

“Escribir poemas de amor hoy es ejercer un oficio anacrónico, comparable al estirador de somieres o a la zurcidora de medias” Entrevista a Carmen Andrea Mantilla

 

Por Ernesto González Barnert

 

 

Carmen Mantilla (Chillán, 1978), vengo siguiendo hace mucho como lector a esta poeta, atento sobre todo de su poesía de corte amoroso, ejercicios fascinantes e intensos de posicionamientos y desafueros, sarcasmo y ternura. Un cóctel explosivo en sus manos, que de paso mapea sin pelos en la lengua las relaciones amorosas puertas adentro. Mantilla, escribe como si jugara fútbol americano, pero sin equipo de protección, en un estadio lleno, sin hacerle el quite a las heridas tan chilenas de la frustración, envidia, los malos tratos, el malestar, los miedos. Así juega o escribe de cara y de frente, fiera, femenina y concreta.

 

¿Cómo llevas este período de aislamiento?

Estoy muy acostumbrada a periodos de aislamiento de varios días. Vivo sola y mi casa es un espacio puertas adentro y de soledad que agradezco y espero con ansias, pues por mi trabajo estoy por muchos días seguidos volcada al espacio público, al contacto social intenso y durmiendo en hostales o casas de amigos y amigas en diversas ciudades. Sin embargo, estar ahora “obligada” aquí ha sido difícil, básicamente porque hemos signado la productividad como deseable y he sido lo menos productiva posible: he trabajo poco y mal y además me he hecho cargo muy deficientemente de las cosas domésticas. Me apena estar de “espectadora” de lo que sucede y la pena me inmoviliza.

 

¿Qué libros fueron gravitantes para llegar a ser la poeta que eres?

Vengo de una familia pobre en la que no existió biblioteca, por lo que mi experiencia de lectura de infancia no fue una experiencia guiada. Sin embargo, hubo algunos libros que llegaron en algún momento a casa fortuitamente y fueron importantes para mí porque constituyeron mi primer acercamiento a un libro de poesía y también mi primer esfuerzo sistemático de memorización para la declamación poética que emprendí con 8 o 9 años. Esos libros fueron ejemplares de la colección ochentera de Ercilla, de tapas rojas, específicamente Poesía religiosa de Sor Juana y otro con poesía de Lorca y uno pequeñito que era una selección de poemas de Desolación de Gabriela Mistral, que también venía de regalo con alguno de los diarios de circulación nacional. Los considero gravitantes porque marcaron evidentemente mi infancia con el gusto de la lectura de poesía, ampliaron mi vocabulario y además son poemas que hasta hoy (más de 30 años después) aún recuerdo de memoria. Tenía 13 años cuando comencé a escribir, pero llevaba más de cuatro años aprendiendo y recitando la poesía mistraliana, y no cualquiera de sus obras, si no quizás la más triste y menos adecuada para una niña, que además tenía una fuerte identificación con la religión. Creo que ello necesariamente forjó algo diferente en mí.

 

¿Un texto tuyo que leerías en una sala de clases chilena hoy?

Durante los últimos años, en aula, he compartido textos poéticos principalmente de otras escritoras y escritores. En las pocas veces que he llevado textos propios, han sido aquellos que hablan de mujeres conflictuadas. Mientras una más se instruye, más necesita deconstruir de sí misma y en muchas ocasiones, entre el diagnóstico de que algo debe ser desmantelado y el desmantelamiento efectivo media un tremendo trecho, porque somos personas que levantamos discursos de lo deseable y de lo posible, pero cargamos con nuestras miserias personales: amores mal llevados, abandono materno y daño, maternidades en rechazo, estrecheces económicas… Cuando se me presenta como escritora feminista, de lo que suelo hablar, tanto a través de los textos como en el diálogo abierto, es justamente de ese trabajo vital adicional que significa mirarse desde el feminismo y que implica poner en tensión nuestro cotidiano. Es un ejercicio de franqueza y también de algún modo es una excusa anticipada. Como en los avisos más exasperantes: Aquí todavía “Estamos trabajando para usted”.

 

¿Qué verso o frase llevas como un amuleto en estos días en tu corazón, de memoria?

Tarareo con frecuencia, en forma involuntaria, versos de una canción de la argentina Teresa Parodi que se llama “Resistiendo”. Habito una sensación de despojo total, hemos sido expropiados de los más elementales estándares de seguridad; pero en paralelo me habita la esperanza de que hay algo que todavía nos pertenece, el arte, la resistencia colectiva desde la ternura y me doy ánimos: “Nos han robado hasta la primavera pero no pueden con nuestra canción…”

 

¿La poesía que ha sido para ti?

Como en esos juegos televisivos ochenteros, creo que ha sido una gran casa llena de puertas con premios y desengaños: Soy una niña ilusionada ante cada nueva puerta y con toda mi fe sigo jugando…

 

¿Qué le dice la poeta a la gestora cultural y la gestora cultural a la poeta?

La poeta a la gestora suele ignorarla y no le dice nada; pero la gestora a la poeta la acorrala por su “ausencia de Excel”, por la falta de rigurosidad, de planificación, por dejar trabajos poéticos a medias, por no gestionarse, por no aplicar las más elementales medidas de marketing cultural para sí misma, por ser el símbolo de que “En casa del herrero, cuchillo de palo”.

 

¿Un libro que nunca has podido terminar de leer?

A pesar de que lo he intentado muchas veces La Vejez de Simone de Beauvoir no logro leerlo completo. Hace años que lo leo por partes, pero siempre le he dejado inconcluso.

 

¿Nos podrías regalar algunos de los libros, álbumes, películas o pinturas que estos días son cruciales?

En la música, me acompaña siempre la obra de la española Mayte Martín, en todos los géneros musicales en la que la he escuchado me estremece, estos días en particular he puesto muchas veces el disco Al cantar a Manuel. También he estado atenta a las nuevas voces latinoamericanas que me presenta la trovadora Cecilia Concha Laborde, quien es una trabajadora incansable de ese rescate.

He estado realizando una relectura muy crítica y pausada de dos libros: uno por gusto y el otro por trabajo. Veneno de Escorpión Azul de Millán y el otro “Tierra, indio, mujer. Pensamiento social de Gabriela Mistral”, de Lorena Figueroa, Keiko Silva y Patricia Vargas, el que a pesar de los 20 años desde su edición, sigue tan vigente y hoy lo he tomado de base para un trabajo escénico que preparo respecto a la obra de Gabriela Mistral.

 

¿Qué significa para ti escribir poemas de amor estos días?

Escribir poemas de amor hoy es ejercer un oficio anacrónico, comparable al estirador de somieres o a la zurcidora de medias.

 

¿Cómo ha sido tu relación con la obra nerudiana?

Es una relación que entró en crisis hace un par de años. Cuando hablamos del feminismo como un lugar controversial en mi vida íntima, obviamente que a la figura de Neruda también le cayeron balas. Sin embargo, hay un lugar innegable: es parte del sustrato poético de Chile y ha influenciado la obra escritural por oposición o por identificación de generaciones completas de escritores y escritoras de nuestra lengua. En el fuero todavía más personal, hace 30 años me aprendí de memoria completamente el libro Veinte Poemas de Amor y una Canción Desesperada y sigo guardando como un tesoro esa tarde que logré sostener con firmeza en mi mano esa brida de 21 poemas.

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