Septiembre 19, 2024

“Volverme humito si pinto un punto de más al estar” Entrevista a Camila Fadda

 

 

Por Ernesto González Barnert

 

 

El Círculo de Críticos de Arte, premió el 2019, como mejor poemario, su libro “Mover el agua”, libro que la sitúa “dentro de las mejores poetas chilenas actuales, por devolvernos la fe en la poesía y poner el acento en la naturaleza, los cauces, la mujer y el agua.”, reconocimiento que se suma a otros de Camila Fadda Gacitúa (Santiago, 1969) como poeta, traductora y gestora cultural. Como traductora ha traducido importantes poetas de habla alemana: Michael Donhauser, Marie T. Martin, Lydia Daher, Mariella Mehr, Leta Semadeni, entre otros. En 2017 obtiene beca de residencia en Banff Centre for Arts & Creativity, Canadá. En el 2018 participa en Cantera de Traductores (Alianza Iberoamericana para la Promoción de la Traducción Literaria – ALITRAL), Colombia. En febrero de este 2019 fue becaria de Übersetzerhaus Looren (Casa de Traductores), Suiza. Trabaja para la Delegación de la Unión Europea en Chile.

De la obra galardonada de Camila Fadda ha escrito Agustín Letelier, profesor de la Facultad de Letras de la Universidad Católica y crítico, “El agua no es la de las olas del mar, ni la de las cascadas, ni las tormentas, es agua calma que separa dos orillas, un agua en la que intenta decir algo al tocarla, al generar una leve onda, que va hacia la otra orilla, donde ella piensa que quizás nadie la ve. Camila Fadda nos dice que escribe en el agua, donde los trazos no permanecen, pero permanecen y crean ondas que bajan a las honduras y se expanden en la superficie. “Mover el agua” conmueve”. Francisco Véjar, poeta, antologador, cronista, agrega: “Fadda logra asir lo que ya no se puede capturar. Aquello que no alcanzamos a pronunciar o susurrar. Pero que si se puede escribir en el agua. Son instantes de flujo, reflujo y trazos, no exentos de luces y sombras. Es válido destacar, además, su artesanía del verso, es decir, el trabajo de pulir cada texto hasta llegar a la palabra exacta de su expresión poética.” O el librero y poeta Alejandro Lavquén refiriéndose a “Cauce”, primer libro de Camila, “cada poema es un movimiento que activa la sincronía entre el cuerpo y la mente, donde la palabra poética no reemplaza los hechos de vida, sino que los complementa. La impronta de Fadda no es la poesía por la poesía –o el lenguaje por el lenguaje-, es el sujeto social en su intimidad, en la auto exploración de sus sentidos…”. Conversamos con esta destacada escritora y traductora, en estos días de pandemia, estallido, sobre su quehacer literario, cuya poesía admiro, me parece un susurro de luz mordido por la fluidez de los elementos primarios y consuetudinarios del hombre y la mujer, el leve trazo de las emociones y experiencias personales, el suave y sutil galope de la música de las palabras en el yo más exuberante y emotivo.

 

 

¿Cómo llevas este período de aislamiento?

Con contradicción: lamento profundamente que haya quedado trunco (o más bien en pausa) un movimiento social histórico, una efervescencia sostenida que estaba empujando un nuevo ideal de sociedad chilena y que se concretaría en el plebiscito del 26 de abril (me atrevo a decir que en un “apruebo” contundente). Habrá que esperar hasta el 25 de octubre. Por otro lado, siempre me ha gustado estar sola en mi casa, así es que ha sido en cierto modo un regalo invaluable que me hace decir “gracias por favor concedido”. No tengo la más mínima necesidad de salir ni de participar en actividades sociales. Desde que descubrí el gusto por la soledad y el silencio, me cuesta trabajo planificar algo fuera de “los confines de mi reino” en La Reina. En estos días me he contestado una pregunta que circula por ahí: “¿Qué te gustaría hacer cuando termine la fase de aislamiento?” Y mi respuesta es: Estar sola en mi casa. Me reconozco una privilegiada, sin duda. Puedo estar en mi casa a gusto y a mis anchas. No me falta entretención o quehacer y trato de no ver noticias para no angustiarme. Difícil imaginarse lo que será para muchas familias que tienen que pasar todo este tiempo hacinadas en viviendas mínimas, en condiciones indignas. Ya van apareciendo brutales datos sobre el alarmante aumento de la violencia doméstica, fundamentalmente hacia las mujeres, no directamente producto del confinamiento por la pandemia, sino por un mal que aflora purulento en cuanto encuentra oportunidad: el patriarcado.

 

¿Qué libros fueron gravitantes para llegar a ser la poeta y traductora que eres?

Muchos y ninguno. Mi horrorosa memoria me impide poder hacer referencia a los textos que iluminaron o abrieron el camino literario para mí, simplemente porque no recuerdo lo que leí. Es terrible. Puedo haber terminado de leer un libro que me atrapó y que devoré hace una semana, pero sólo quedan las sensaciones o impresiones generales. Siempre fui igual. Lo que sí recuerdo haber leído con rigurosidad y con extraña atracción desde la adolescencia, es la obra de Kafka, aunque creo que poco tiene que ver con mi camino literario. Tiene que ver, eso sí, con una profunda sensación existencial de “no pertenecer”, que traspasa toda la obra de Kafka. Eso sí tiene que ver conmigo y con mi escritura. Pero sí hay un libro que me gustó mucho, no porque me formara en nada, sino porque simplemente me acercó a otras realidades como la mía: “Poetas que traducen poesía”, de Jorge Fondebrider. En la universidad, estudiando traducción, tomé el ramo electivo “Grandes autores del siglo XX”, que dictaba el Profesor Agustín Letelier (con quien tenemos una muy bonita amistad hasta el día de hoy), donde leímos y analizamos intensamente a Mann, Kafka, Joyce, Beckett, entre otros. No tanto las lecturas, pero sí la clase, el aula, el profesor. Eso sí fue gravitante.

 

¿Un texto tuyo que leerías en una sala de clases chilena hoy?

 

En mi libro “Mover el agua” (Los Perros Románticos, 2019) hay un poema que se llama “gravedad”, que tiene que ver con la incomprensión en un vínculo, con lo difícil que resulta a veces canalizar la rabia, verbalizarla y, también, con cómo nos afecta la emoción y la palabra…

 

 

Lanzar con fuerza la palabra

para hundirla en la blandura

es un acto grave que afecta

expansiva y silenciosamente

todo el amoroso territorio

que abarca desde muy aquí

hasta donde se pierde el corazón

allá en la otra orilla.

 

Imagínate en tu orilla

imagina la palabra como piedra

imagina la blandura como agua

y la gravedad como gravedad.

 

No puede caer sin afectar

no sin mover el agua de mi orilla.

 

 

¿Qué verso o frase llevas como un amuleto en estos días en tu corazón, de memoria?

Hay una canción del folclor venezolano “El bien mandao” (Amaranta Pérez, cantautora venezolana) que conocí hace algunos meses cuando con la Paula y la Tita comenzamos a cantar juntas y a tomar clases de cuatro venezolano. En ese tema, en una de las estrofas dice: “volverme humito si pinto un punto de más al estar”. Cuando reparé en ese verso supe que es así como entiendo mi estar en el mundo y como entiendo la relación con el otro: esfumarme, hacerme humo si estoy dando más de lo que me piden, en el sentido de “invadir”. Lo convertí en mi lema. Me lo tatuaría.

 

¿La poesía qué ha sido para ti? ¿Qué le dice la poeta a la traductora y la traductora a la poeta?

La poesía: Después de hartas vueltas en la vida, resultó ser la voz que nunca tuve. Siempre he sufrido mucho con la idea de no poder comunicar bien. Desde chica fui muy introvertida y sentía una vergüenza perturbadora cuando tenía que expresarme frente a otras personas. Eso duró mucho tiempo. Yo diría que hasta hace no mucho. Es más, aún me pasa en ciertas circunstancias: los pensamientos se vuelven una maraña en mi cabeza, no puedo pensar con claridad, me demoro en contestar, me palpita algo incómodo en todo el cuerpo, me espanta la idea de hacer el ridículo… Muchas veces terminé muda, con un bloqueo mental bien desesperante. Entonces, cuando me encontré con la poesía, primero en la lectura, se me empezó a abrir un portal como a otra dimensión, algo que me empezaba a hacer sentido, un asombro muy íntimo, una revelación. Yo escribí desde bien chica. Recuerdo bien lo primero que escribí a modo de poema (pero inconsciente), escondida bajo mi cama. Pero no es hace tanto tiempo que di con la voz que me permite “sacar afuera”, y con el pulso para decir las cosas a mi manera. Además, creo que la poesía no es escribir buenos poemas. La poesía es una forma de mirar el mundo. Puede alguien no haber escrito o publicado nunca un poema y ser el/la mejor poeta. Y mientras digo esto se me cruzan Mariano Puga y la Filo, una nana de la infancia, por la cabeza.

Una a la otra se dicen: “Tan fiel como sea posible, tan libre como sea necesario”

Ésta es una especie de máxima de la traducción en alemán. En el caso de la traducción se refiere obviamente al desafío de traducir un texto. En el caso de la escritura, me lo repito para no fallarme a mí misma, a ese pulso interno que debe una escuchar clarito cuando escribe. Y si no lo escuchas, no escribas. Creo que ha sido fundamental escribir poesía para traducir poesía. Conozco traductores/as del alemán que dominan el idioma extranjero mucho, pero mucho mejor que yo y que frente a una encrucijada “traductoril” en un poema, no encuentran el camino para resolverlo y eso, creo yo, es simplemente porque falta la mirada poética, que es mucho más plástica y expansiva.

 

¿Un libro que nunca has podido terminar de leer?

Muchos. Demasiados. Uno de los de la ruma que tengo sobre el velador: “Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe”, de Octavio Paz. Y muchos de poesía, porque la poesía jamás la leo como libro de comienzo a fin. Y jamás uno a la vez. Soy muy caótica en eso. Llevo años intentando cambiar ese (mal) hábito, pero no puedo. Tampoco he podido hacer orden entre mis libros, que ya no caben en los libreros y se amontonan y se amontonan sobre la mesa de centro en el living. ¡No hay dónde poner la copa de vino!

 

 

¿Nos podrías regalar algunos de los libros, álbumes, películas o pinturas que estos días son cruciales?

Película: “La celebración”, de Thomas Vinterberg, 1998. Retrata los más oscuros conflictos familiares que afloran en el cumpleaños del patriarca. La vi hace unos días. Profunda, impactante y descarnada.

Álbum: “Trino”, de Aca Seca Trío (Argentina), “Caipira”, de Monica Salmaso (Brasil), “Orangután”, de Tomás González (Chile). Pura belleza latinoamericana, pura sensibilidad, puro talento.

Libro: “El infinito en la palma de la mano”, de Gioconda Belli (que leí hace muchos años y que ahora vuelvo a él y me vuelve a maravillar). El Génesis desde una mirada muy humana y con gran genialidad. Una exquisitez.

De pintura no sé nada.

 

¿Qué significan para ti los reconocimientos como traductora y poeta que obtuviste en estos últimos años?

Me da pudor o desconfío. Cada vez que hay un reconocimiento, sea premio literario, beca, participación en festivales de poesía, tengo un primer pensamiento de autoboicot que dice: “seguro nadie más se postuló” o “no puede ser”. Lidio con eso un rato hasta que por fin lo supero y empiezo a disfrutarlo, con serenidad. Ahí se me asienta algo en el pecho. Cuando alcanzo ese punto, corroboro que tengo una voz y que esa voz de alguna manera y a alguna orilla, llega.

 

¿Cómo ha sido tu relación con la obra nerudiana?

Ha sido curiosa, un poco atípica, pienso. Neruda me llegó por otros caminos antes que por la lectura. Mi primer contacto con la obra de Neruda fue “El libro de las preguntas”, que me regaló mi papá. Yo tenía como diez años. Hasta ahí eso podría ser parte de cualquier historia… A comienzos de los 80´, y más bien por casualidad, llegaba hasta mi pieza la voz de Neruda, que salía de unas grabaciones del sello EMI, de los “20 poemas de amor” y “Los versos del Capitán”, que escuchaban mi papá y mi hermana mayor desde su pieza, justo frente a la mía. Visité las casas de Neruda y me maravillé con ellas, con sus colecciones, sus recovecos, sus vistas, sus espacios exquisitos. Ya en la universidad, gracias a mi gran amigo Héctor Moro (entonces estudiante de percusión en la UC y hoy exitoso compositor en Alemania) tuve la suerte de participar en los ensayos y estreno (1989, Campus Oriente) de la obra “Suite Rock para siete pájaros” del compositor y cantautor chileno Daniel Campos, basada en Arte de Pájaros. Héctor era el baterista. Era una propuesta muy original, que me sorprendía más y más mientras iba viendo cómo se armaba. No tenía nada que ver con nada y todo que ver con Neruda. Fue una bella locura que me abrió la cabeza. El 2016 salió esa obra en una nueva versión que se llama “6 pájaros” (no sé por qué uno menos), pero no la conozco. A comienzos de los 90’ leí “Mi vida junto a Pablo Neruda”, de Matilde Urrutia, y conocí su vida desde otra vida, desde la vida de una mujer. Un testimonio conmovedor, con descripciones de los encuentros furtivos, la convivencia, los conflictos… Años después, el 2004, para el centenario del nacimiento de Neruda, hubo un concierto que se llamó “Neruda en el Corazón” con 18 cantantes internacionales que fue televisado y lo vi y me lo lloré de comienzo a fin. De los que recuerdo estaban Ana Belén, Jorge Drexler, Pedro Guerra, Pablo Milanés, Julieta Venegas, Miguel Bosé… Tengo ese CD. Así me entró la obra nerudiana: por los oídos y por los poros, antes que por la lectura rigurosa. Lo demás, lo sabido: leerlo, descubrirlo, elevarlo, des-idealizarlo, criticarlo… Admirar la enormidad y trascendencia del poeta, sin dejar de ver al ser humano, con sus debilidades y sus miserias…

 

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