Septiembre 19, 2024

Pira de hueso y hueso –Una panóramica veloz de 20 años de la escritura poética de Sergio Rodríguez Saavedra–

 

 

Por Ernesto González Barnert

 

 

La obra de Sergio Rodríguez logra aunar lo mejor de la tradición epigramatica, lárica y chilena, sin perder de contexto las viejas y nuevas escrituras, la tradición latinoamericana, clásicos. Se nos impone además como una voz poética atenta a la cultura popular sin desdeñar lo culto y libresco. Siempre nos lega poemas resueltos con precisión y belleza, honestidad y oficio, insertos en un quehacer, con una clara vocación ética-política, anclados de memoria e historia.

 

La cantidad de premios y galardones en esta ocasión subrayan la labor de éste poeta que está en su casa, en el centro de su sueño, maneja con pericia y certeza su lenguaje, los silencios de su lenguaje y búsquedas, que admiro.

 

Ciertamente no es un poeta secreto en el Reino de Chile, pero extrañamente no tiene el lugar que se merece en atención al nivel desplegado. Tengo algunas respuestas. Pero no me detendré mucho en esto porque merecería un ensayo de otro tenor y poco atingente a este trabajo que busca celebrar a uno de nuestros grandes poetas, en la medianía de su oficio, de impecable factura, con una obra que cada vez tiene menos puntos bajos y se nos impone a grandes trazos como una de las aventuras creativas más sólidas en el campo cultural y poético chilenos, digno de nuestra atención, postdictadura.

 

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Ya, a finales del siglo pasado, Bernardo Chandía Fica, decía –a propósito de Ciudad Poniente (El Siglo, 1999), segundo libro de Sergio Rodríguez Saavedra–, “… es un poeta marginal, esos que son la mayoría en Chile, que refrescan su garganta en el patio trasero de una sociedad, de un modelo cuya fuerza es la compra-venta. Por eso es admirable que su lenguaje, su búsqueda, logre asimilar y demostrar ese conflicto interno de la masa, la angustiante autorreflexión de “soy por lo que tengo” o “soy porque existo” y luego sostenía “la poesía de Rodríguez mantiene un compromiso indudable, de genuino amor con esa porción de seres humanos que sufren el abandono, la soledad hambrienta de nada tener. Es, en términos generales, una poética ligada a un atrincheramiento con el ser humano indefenso, llámese indígena, drogadicto, enfermo mental, artista, asesora del hogar sin otro futuro que su presente.”. Un mantra que acompaña desde sus inicios al poeta santiaguino y que con lucidez comprende Bernardo.

Porque Rodríguez sabe que: “no podemos perder/ porque nunca hemos ganado.”

 

Jorge Lizama, señala tiempo después en la revista Rayentrú sobre el libro Militancia personal (2008): “no es un regreso a ninguna parte, a ningún edén intimista, es simplemente la recopilación de un conjunto de textos con un fuerte compromiso con la escritura. Dividido circunstancialmente en tres partes: “Militancia personal”, “Todo por la causa” y “Rimbaud en la poesía chilena”, capítulos que recogen un aliento intenso, agónico y, al mismo tiempo, festivo en su inmersión radical en la realidad. En cada uno de los textos el hablante lírico se enfrenta a ella asumiendo todos los riesgos, jugarse en cada poema parece ser la consigna clave de esta militancia.”

 

Un punto no menor que cruza toda la obra de Sergio Rodríguez es ese compromiso o militancia con la escritura, no solo con los que estuvieron antes que él, sino con los que están y los que vienen. Algo que como profesor también está en su ADN y de cualquier poeta de fuste. Nada es más pernicioso y agotador en la actualidad que un poeta queriendo llevarse la pelota para la casa, cerrar el ciclo, no vivir en comunidad, entender que un bosque no es una plantación de sus propias obras sino un bosque variopinto. Y que uno es parte de un flujo que no se acaba con su propia vida y obra.

 

 

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La poesía chilena alcanzó su edad de oro en menos de un siglo. Y es incontrarrestable el nivel que aún hoy mantiene en sus mejores poetas dada la vara que dejaron más de un centenar de poetas. Como señala el poeta Armando Uribe es la gran disciplina intelectual del Siglo XX y los albores del Siglo XXI sin temor a equivocarnos. Creo que uno de los grandes aportes de la poesía de Sergio Rodríguez -si me apuran un poquito–, es su resistencia como ciudadano antes que mero consumidor, dado su compromiso con la escritura, esa dimensión ética que trenza su poética de lealtades, entregas, crítica social, en el ámbito humano, del ciudadano de a pie, atento no solo a lo que pasa, sino a lo que fue y será. Y es interesante señalarlo porque también es crucial atender a como moldea con ingenio el pathos melancólico de cierta poesía de raigambre lárica o latinoamericana, que termina naufragando como crítica o mirada atingente de las cosas, al no darle la vuelta de tuerca, cosa que sí hace la obra poética de Rodríguez.

 

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Debería acá comenzar a hablar de testimonio. Y como la historia y la crónica entran a enriquecer la voz del poeta, su discurso metaliterario y político, su territorialidad y memoria. Y como despliega ludicamente todo eso para lograr una orden y una obediencia con una nueva carta de navegación para poetas y lectores y se vuelve de alguna manera, como poeta: “Un ángel que pone/ la basura en su sitio”.

En Centenario (Ediciones Santiago Inédito, Santiago, 2011) por ejemplo, el poeta y crítico Roberto Onell sostiene de nuestro autor que no es una escritura avasalladora la suya, en tanto memoria (y testimonio) y por tanto es “…urgente y morosa, en síntesis, de tono pausado y continuo.”.

 

 

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Un pasado que retoma de lleno en un ambicioso trabajo, de factura mayor, en una ficticia reconstrucción del país a partir de los changos, como metafora del territorio, la historia de Chile un testimonio siempre sobrepasándonos, en “Patria Negra Patria Roja” (Ediciones Santiago Inédito, Santiago, 2016.). El poeta Santiago Barcaza sostiene a proposito de este libro clave y mayor, entre los libros del último tiempo, que sus personajes dentro del poemario “aparecen y desaparecen como fantasmas provenientes de civilizaciones milenarias. Escriben y pintan sobre frescos de barros, y mezclan semillas, y desde algún lugar entre Coquimbo y Patronato, vuelven, nos encuentran y se van, no sin antes mencionar la palabra justicia. O mantienen el deseo de desaparecer en el acto de ver. Vale decir: ven aquello que es, y ven, por vez primera en cada ocasión, como si fuera la última.”. Como se desprende del texto de Barcaza, un libro en el meollo del corazón de la Patria, secuestrada por plutocratas en la actualidad. Y lo hace buscando en el inicio aquel punto de no retorno, lo que lo aleja de las miradas cortoplacistas, complacientes, que ponen ese quiebre en el golpe de 1973. El norte como punto de encuentro, marcha, riesgo y límite: “En chango comienza el norte. En chango se oculta el sol. Allí donde el paso del niño quemado y la pelota cruzan el mismo espacio, donde alguien sopla el polvo sucio que se pega a la crema protectora”. Sí, polvo. Patria sangre, patria muerte. O bien como dice Francisco Véjar en Revista de Libros del Mercurio sobre esta obra: “El acento está puesto en el mundo de la heredad, en contraposición al desarraigo, pero sin prescindir de nuestro tiempo”, o “El autor hace aquí un collage de hechos históricos, biográficos y culturales. Y logra algo nada fácil: que pasado y presente se den cita a través de su poesía” siempre, “con un lenguaje poético depurado y contemporáneo”. Un libro, que merece más y mayores lecturas por la propuesta mayor de su autor. Y no deja de sorprendernos la escasa repercusión. O más bien no nos sorprende en un país donde los poetas saben tanto de poesía como de ornítología.

 

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Salto al libro Nombres Propios (Amargord, Madrid, 2017), una antología que da cuenta espléndida del poeta que algunos sitúan en la llamada “generación apagada”. Aquí se reúnen sus mejores poemas de ocho poemarios: Suscrito en la niebla (1995), Ciudad poniente (2000), Memorial del confín de la tierra (2003), Tractatus y mariposa (2006), Militancia personal (2008), Centenario (2011), Ejercicios para encender el paso de los días (2014) y Patria negra, patria roja (2016). Y propone un viaje invertido, desde lo más nuevo de su creación a lo más viejo, con lo que además comprobamos el mérito y calidad, sostenida de su trabajo escritural y coherencia interna sin perder las múltiples voces a los que su poesía les da cabida y memoria, asume su “testimonio” y “homenajea” como cuestión ética y política, sin perder su expresión personal, belleza y desolación.

 

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Hace unos pocos días atrás releí su última antología, llamada Antología de agua y hueso (Gamar editores, 2018, Colombia). Espero que con estas dos antologías sus lectores extranjeros sepan ver lo que este país ha celebrado pero sin poner la atención debida a una de las obras poéticas que merece igual atención que la de Jaime Huenún, Yanko González, Malú Urriola, Damaris Calderón, Armando Roa Vial, Víctor Hugo Díaz, etcétera.

 

Esta antología abre con uno de los más bellos diagnósticos sobre poesía chilena y cierra con la construcción de una pira, la ceniza. Un libro de casi 60 poemas que no fallan, iluminan, esta época de dulce y agraz. Dan cuenta de 20 años de oficio. Con mucha alegría y felicidad celebro a este portador del regreso, a este poeta que nos ha iluminado a través de estos años con poemas que siempre pegan fuerte y duro en el corazón, sin perder la ternura.

 

 

Coda

 

 

Este 2019 acaba de recibir un nuevo premio, por su poemario “Días como peces”. Un largo poemario dividido en varios fragmentos de inusitada belleza y fuerza lírica a través del flujo y estancamiento de las aguas, de los peces oscuros y claros, del lodo “chileno”. Además del anzuelo y la pesca. Un libro en el que como Elizabeth Bishop, deja escapar al pez. Y no sin música. Gracias Sergio Rodríguez por ese catálogo urgente y necesario de Santiago Inédito y sobre todo por tu obra. Abrir cada uno sus libros es saber que no nos están estafando y robando el tiempo. Porque salimos de cada uno de sus libros un poco mejores, como poetas y personas. Su poesía es un recodo de consciencia donde echarse a leer atentos y disfrutar su entrega. Ojalá los lectores menos atentos se avispen, los que sabemos algo, estamos hace rato celebrando en estos 20 años de oficio una obra luminosa y paciente, férrea y cabal.

 

 

 

 

 

 

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