Noviembre 7, 2024

“Ojalá el tiempo tan sólo fuera lo que se ama.” Entrevista al poeta argentino Guillermo Pilía

 

Por Ernesto González Barnert

 

Nos leyó parte de su obra en el Espacio Estravagario el año pasado, gracias a la colaboración del poeta Andrés Morales. Poco después fue nombrado Presidente de la Academia Hispanoamericana de Buenas Letras y Secretario General de la Sociedad Argentina de Escritores. Guillermo Eduardo Pilía, nacido en La Plata en 1958, escritor y filólogo argentino, se inserta en la “Generación de la Dictadura”, la que ocurrió en el país trasandino entre 1976 y 1983. Graduado de la Universidad Nacional de La Plata, a fines de los 70 se conocieron sus primeras incursiones poéticas, además de una intensa labor como narrador y ensayista desde el primer momento. Ejerció la docencia como profesor de lenguas clásicas y de teoría literaria. En la actualidad dicta conferencias sobre Poetología en universidades de Latinoamérica. Su poesía en lo personal sabe guardar el tiempo y los detalles de la vida en una atmosfera rica en reflexiones, urdida con artesanía, en cuadros narrativos de carácter clásico, con fuerza poética, bajo la luz de la templanza y el sosiego, sin caer en la ironía epigramatica facilona de muchas obras de raigambre grecolatina, sin perder de vista las problematicas de nuestro tiempo, el país, personales y eternas del hombre.

 

¿Cómo llevas este período de aislamiento?

Con algunas carencias y un poco de incertidumbre, como todos. Pero creo que para un intelectual, para una persona de libros, el confinamiento no es tan grave. Leo, corrijo algunos trabajos, trato de mantener la sociabilidad por las redes y veo bastante cine en casa, que es una de las cosas que más me gusta. Si repasamos la historia del arte, grandes obras se gestaron durante las epidemias. Desde ya que no va a ser mi caso cuando esto termine.

 

¿Qué libros fueron gravitantes para llegar a ser el poeta que eres?

No me considero un hombre de un solo libro, tendría que hacer una larga lista. Pero quizás la poesía de García Lorca, leída en algún verano perdido de mi infancia, y la de Rimbaud en mi tormentosa adolescencia, fueron la señal de que apuntaba a escritor.

 

¿Un texto tuyo que leerías en una sala de clases?

Escribí dos libros para chicos, uno sobre mitología y otro de leyendas medievales: “Viaje al país de las Hespérides” y “Días de ocio en el país de Niam”. Los escribí para ellos, así que los leí con los que eran en esos años mis alumnos. La poesía ya me daría más pudor. No obstante, en las conferencias que ahora dicto en distintas universidades incluyo un par de poemas míos, pero para explicar el artificio de la construcción: “El milagro” y “Los maestros” de mi libro “Ojalá el tiempo tan sólo fuera lo que se ama”.

 

¿Qué verso o frase llevas como un amuleto en estos días en tu corazón, de memoria?

No sé si como amuleto, pero me viene mucho al pensamiento ese breve poema de Quasimodo: “Cada uno está solo sobre el corazón de la tierra / atravesado por un rayo de sol. / Y de pronto anochece”.

 

¿Qué le dice el poeta al académico y el académico al poeta?

El académico al poeta, que tenga siempre templado el instrumento del idioma, porque su destino, como decía Borges, fue la lengua castellana. El poeta al académico, que no se olvide de que es académico porque antes fue poeta. Y ambos, el académico y el poeta, me dicen a mí, como a los generales romanos: “Acuérdate que eres sólo un hombre”. En todo caso, ambas actividades me permiten vivir en el amor de las palabras.

 

¿La poesía que ha sido para ti?

Mi forma de comprenderme y de comprender al mundo, la rememoración de la experiencia de vivir, la celebración del milagro de la existencia y del amor, mi diálogo con mis muertos, un lenitivo frente a la inexorabilidad de la muerte, incluso una de las maneras de religarme con Dios.

 

¿Un libro que nunca has podido terminar de leer?

Supongo que hablamos de esas grandes obras que generan un sentido de culpa. Durante muchos años fue “En busca del tiempo perdido” de Proust, hasta que me compré los siete tomos y los leí de principio a fin. Hay muchas obras que no he leído y me hacen sentir en falta. Una es “Guerra y paz” de Tolstoi.

 

¿Nos podrías regalar algunos de los libros, álbumes, películas o pinturas que estos días son cruciales?

Hay muchas obras que parecerían haberse concebido para estos tiempos de pandemia. En materia de libros, además de “La peste” de Camus, “La muerte en Venecia” de Tomas Mann. En cine, “El séptimo sello” de Bergman y “Nosferatu” de Herzog. Creo que las pinturas de El Bosco van bastante bien con la situación del mundo.

 

¿Cómo ha sido tu relación con la obra nerudiana?

Su poesía amorosa iluminó mi adolescencia. Más tarde me quedé con el Neruda de “Residencia en la tierra”, que es para mí su mejor libro, con algunas odas y varios fragmentos de su “Canto general”. Hay otros libros que sinceramente no me gustan, cuando pone la poesía al servicio de la política. También hay que valorarlo como prosista. “Confieso que he vivido” fue un libro que me deslumbró a los 16 años y que seguí releyendo ya de adulto. Neruda fue como el polo opuesto a nuestro Borges, tanto en su vida de hombre como de poeta. Conocí La Chascona en 1990, en mi tercer viaje a Chile. En 2007 peregriné exclusivamente para ir a las tres casas de Neruda, cosa que volví a hacer en 2019. Neruda es como esos lugares de la infancia a los que uno abandona pero de los que siempre se siente nostalgia. Y cuando se puede se regresa.

 

 

 

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