Por Ernesto González Barnert
La página web de Paula Ilabaca (Santiago, 1979) abre con estos versos de Marguerite Duras: “Escribir: es lo único que llenaba mi vida y la hechizaba. Lo he hecho. La escritura nunca me ha abandonado.” Una declaración de principios que lo admite y lo llena todo. Y que interpreta a ésta escritora geminiana, de tomo y lomo, con sus múltiples reconocimientos y becas, su maciza obra, la dedicación y disciplina que brillan en su oficio e editorial, su amor por la enseñanza de los secretos de la escritura y la literatura, su generosidad y camadería como compañera de ruta en estos 20 años de arte y parte en el quehacer literario. Conversamos con nuestra Premio Pablo Neruda 2015 en estos días de estallido, pandemia, maternidad y dos decadas fascinantes y laboriosas de lectura y escritura. Que gracias a su padre, aprendió a observar. A no tener otro futuro que el de escribir. Cuya escritura y lectura le salvaron incluso de la propia vida muchas veces.
¿Cómo llevas este período de aislamiento?
Me encantaría darte una respuesta romántica – ya que está tan en boga romantizar las acciones cotidianas – pero la verdad ha sido bien estresante este periodo. La incertidumbre, los proyectos que quedan suspendidos en el aire, perder el contacto con los otrxs, en fin, siento que mis pensamientos y sentires con respecto a esta pandemia son bastante oscuros y lucho a diario para no vivirla también oscuramente. Me angustio, me peleo conmigo misma, veo con horror la indiferencia de muchos y muchas. Un espanto la verdad. No me compro la farsa del país solidario, creo que esta pandemia nos está alejando y potenciando nuestro individualismo y las relaciones virtuales a pasos agigantados. Entiendo que es vital el encierro y no me opongo ni lo cuestiono, pero no tengo ninguna esperanza de que de este encierro salgamos mejores personas. No. Cuando esto pase, seremos igual o peor que antes, porque habremos aprendido a soportar el control, a callar nuestros pesares y deseos; habremos aprendido a aguantar y a ser más individualistas que antes.
¿Qué libros fueron gravitantes para llegar a ser la poeta que eres?
De mis primeras lecturas te diría que Poemas árticos de Vicente Huidobro, Hojas de hierba de Whitman, Lumpérica de Diamela Eltit. Uno de mis tíos (mis dos tíos, hermanos menores de mi madre, fueron los gravitantes de mucha escritura en mi niñez y adolescencia) el Rodrigo Núñez, me leía Hojas de hierba en inglés y me la traducía. Nos veíamos en la casa de mi abuela materna, la Alejandrina, que quedaba en el paradero 7 de la antigua avenida Pajaritos, en Maipú. Yo tenía 17 años y pensaba, qué latero este gallo, pero después empecé a encontrarle sentido y belleza a lo que me leía. Le encantaba When lilacs last in the dooryard bloom’d […] y esa imagen se viene a mí cuando me hablan de Whitman, porque Rodrigo insistía en ella y yo encontraba que sí, que eso, esa imagen de esas flores en esa puerta, eran algo poético, profundamente; y ojo, sin saber profundamente qué era la poesía, pero algo había allí. Después yo estaba leyendo La Eneida para la universidad y el mismo Rodrigo me mostró una traducción misteriosísima de Godofredo Iomi, tipografiada en máquina de escribir, sobre el poema de Ungaretti “Coros descriptivos del estado del alma de Dido” y que es un texto que me acompaña hasta hoy. Por ahí me fui formando. Y siempre estuvo Huidobro, siempre, mi gran amor. Y Diamela, que con su obra me acompañó en los primeros años de Letras en la universidad y que me entregó pasión, disciplina por la escritura. Después vino todo lo demás, pero ellos fueron en un inicio.
¿Un texto tuyo que leerías en una sala de clases chilena?
“Destroyada”, el último poema de mi primer libro Completa y que escribí en el taller de Sergio Parra. Dejar de ser niña, adentrarse en la mujer.
¿Qué verso o frase llevas como un amuleto en estos días en tu corazón, de memoria?
“La oración a la Maestra” de Gabriela Mistral, siempre la llevo conmigo, hace años es parte de mí. Me es muy relevante en los momentos cruciales.
¿La novísima qué ha sido para ti?
La novísima es un mito y es amor. Es el inicio de sentirse poeta, es la pandilla, la familia que aún tengo y que será hasta el infinito. Recuerdo exactamente la primera vez que vi a Héctor, a Pablo a Diego, a Gómez. Cada uno por separado. Recuerdo con precisión la primera vez que los escuché leer sus textos. Eran rabiosos, divertidos, tristísimos, marginales, delirantes. Eran exactamente todo lo que me habían dicho o enseñado, desde el canon y la institucionalidad, que no sonaba bien en un poema. No rimaban, eran música. Muchos no tenían versos, eran prosas raras. No tenían los finales de los típicos poemas, porque se quedaban en la cabeza de uno. No se iban. Tengo en mí esas voces, aún. Se confunden y viven en mí. Me gusta, además, porque para ellos nunca fui “la poeta mujer” o la representante de la “escritura femenina”, fui una más. Siento que he sido una tensión, un hilo de una madeja, un pedazo de vidrio en el vitral que somos. Me gusta, también, que primero la novísima fue en Santiago, luego en regiones, luego Latinoamérica. Esta novísima ampliada es un hito de la lengua, un hito en una forma de escribir. Muchos nos “odian”, me da lo mismo. Otros se ríen de nosotros; otros dicen que no sabemos escribir, que nuestros libros son repetitivos, que son páginas y páginas mal editadas, irrelevantes. Me da igual. Me da risa. Lo encuentro increíblemente gracioso el devenir y protagonismo que ha tenido durante casi veinte años mi grupo de amigues.
¿Qué le dice la poeta a la narradora y la narradora a la poeta?
No sé si se hablen, no tengo muy claro si exista en mí una poeta o una narradora. Desde hace años defiendo el concepto de la escritora, pues qué hace una escritora más que escribir, y yo escribo desde hace mucho. Entiendo el sentido de la pregunta y varias veces me han preguntado si es que me considero más poeta o más narradora… o si voy a seguir dedicada a la poesía o la narrativa. Esa necesidad de las etiquetas… siempre digo que amo el lenguaje, la lengua, sus ritmos, sus oscuridades. La verdad me siento mejor pensándome a mí misma como escritora, pues es una de las pocas cosas en la vida que sé hacer más o menos bien.
¿Un libro que nunca has podido terminar de leer?
Miles… soy muy desordenada y amo andar de libro en libro. En un tiempo, antes de armar familia, vivía en un departamento enano en Bellas Artes y estaba lleno de libros por todos lados. Amaba eso, de ir caminando y tenerlos a la mano, estaban en la cocina, cerca de la ventana, fue el lugar más de escritora que tuve de joven. Me encanta tenerlos cerca, los pongo a mi lado, incluso ahora, hay un estante de libros de 5 compartimentos de alto a mi lado. Yo siento que me hablan. Bajo libros a mi celular, a mi tablet. Leo un par de capítulos y me siento feliz. Puede sonar defraudante, pero es verdad. Me encanta intrusear, vivir en ellos, irme y regresar. Son casas, templos, iglesias, bosques, lugares de silencio para mí.
¿Nos podrías regalar algunos de los libros, álbumes, películas o pinturas que estos días son cruciales?
Me reconozco catártica, por lo que me atrevería a proponer una revisión de películas, series, cortometrajes que si bien no traten de pandemias, enfermedades, de manera directa, sí indagaría en la cultura y en la estética de estos últimos 20 años. Ya en el verano había vuelto a mi amado Twin Peaks, volviendo ver las 3 temporadas casi completas: la primera con regocijo, la última todavía con asombro y estupefacta, la segunda con un delirio de teleserie que nunca logro soportar ni terminar, aunque sea muy fan de Lynch. Ya en el encierro mismo, me puse a revisar Black Mirror partiendo por mi capítulo favorito, “Blanca Navidad”, que continúa siendo para mí una exquisita y muy inteligente metáfora del control y la persuasión en todas sus aristas y acepciones. Ya estas últimas semanas estuve ordenando y poniéndome al día en la filmografía de David Fincher, de hecho no descarto volver a ver de nuevo algunos capítulos de Mindhunter. En relación a literatura soy un caos, porque ando con varios libros abiertos en mi tablet, en el celu y en papel… además como preparo clases vuelvo sobre Vallejo, Mistral, Kamenzsain; me leí con devoción una madrugada de la semana pasada, La función de la crítica literaria de Eagleton, tan vigente siempre, volví a leer a Preciado, Braudillard, Benjamin, Said, como que me da por todo eso amado y pendiente… por lo que recomendaría retomar y seguir esas obsesiones y deseos que no nos habíamos permitido o que por alguna razón habíamos dejado de lado.
¿Qué significa para ti ser madre y escritora estos días?
Tu pregunta me traslada a un recuerdo. Teo y yo, él de 6 meses de vida, en el pediatra, un doctor antroposófico, al que fuimos un par de veces. Le dije, doctor, yo escribo, bueno, soy escritora blabla y hablaba entre confusa y enredada y el punto era este: había una lectura de poesía al día siguiente y yo quería ir con mi hijo y quería saber si era bueno exponerlo al frío – era invierno- a tanta gente, a salir del nido. Él me miró y me dijo: pero si él es hijo de una escritora, qué vas a hacer más que llevarlo. Él te eligió a ti y ya no vas a poder cambiar eso, es mejor que se vaya acostumbrando. Luego cambiamos de tema, hablamos de peso, alimentación del niño, en fin. Salimos de la consulta y yo sentí fuertes ganas de llorar, como que ese pediatra me trajo de vuelta, pues yo pensaba desde que estaba embarazada: ahora que seré madre, cómo voy a escribir… ese mito muy patriarcal que existe de que tienes una guagua y desapareces del campo literario. Y sí, puede ser, de mi vida se fue mucha gente, y yo también desaparecí de la vida de muchos interlocutores e interlocutoras literarios desde que tuve al Teo. Sin embargo, la escritura nunca se ha ido. Nunca. Ni en las noches más complejas, esas que no duermes, esas que te enfermas con tu hijo, nunca. La escritura es firme e imperecedera. Nunca se va. Nunca se ha ido, y ya creo firmemente que nunca se irá. Y bueno respondiendo tu pregunta (jaja) yo resumiría así mi respuesta: criar y crear. Esa es mi respuesta como escritora mamá.
¿Cómo ha sido tu relación con la obra nerudiana?
Disonante, extraña. Geográfica. Amor y odio. Son muchas las preguntas que tengo en relación a una obra abismante, que abunda y engaña. No pondría nunca en duda su calidad, sería estúpido de mi parte e ignorante. Siempre he pensado que su voz telúrica está presente en cada poetx chilenx. Creo que las discusiones y complejidades van por otro lado, toman otras aristas y devenires de acuerdo a ciertas ideologías de recepción, a lo que podríamos plantear sobre su estética, a lo que podríamos leer desde un modo crítico. Al uso de la palabra, su palabra, a su abundancia, a sus versos, que no los veo como plenitud, si no que como un lujo. Lujo en el sentido de la muerte, por pensarlo con cierto filósofo. Me parece y siempre me ha parecido lujoso Neruda. Exuberante. Y ahí está. En su tumba, en Isla Negra, en la Chascona, en esa mesa que un día nos sentamos cuando éramos poetas muy jóvenes y tomamos sus copas fingiendo que brindábamos y alguien de la casona vino a retarnos, porque “no éramos del taller de Neruda”. Y claro, no éramos, nos había llevado un amigo que sí era tallerista, que logró entrar como en el año 2001. Yo entraría años más tarde; fui de la generación del 2007. Otro recuerdo: esa pieza donde nos metimos con un grupo de poetas chilenas, cuando era el año 2004 y todas andábamos por los 23 o 25 años y Marcelo Simonetti hizo un artículo precioso, muy generoso y agudo, para la Revista El Sábado. Ahí estábamos con la Carmen, la Rosario, la Lila y otras poetas, riéndonos en esa y otra de las habitaciones de la Chascona; nos tomaban fotos, posábamos y había cierto rumor hermoso que nadie decía, pero que sonaba muy fuerte, algo como un: No te tenemos miedo, Neruda. Nunca te tendremos miedo. Seguiremos adelante con nuestros poemas pequeños y filosos, no te tememos. Algo así.