Cuando el tiempo ordene nuestra “bella época”, el canon, intuyo que este poeta y profesor será todavía leído. Y su cuarteto de obras a la fecha será un referente ineludible para cada uno de sus lectores según sus afinades y sensibilidades, la poesía situada que contienen haciéndose cargo de su propia biografía y canto rodado. Lectores que debieran llegar, tarde o temprano, porque lo bueno, nunca muere inédito o desconocido. Leandro Hernández (Osorno, 1970), comenzó tarde, es decir, temprano, pero debutó ya con todo, a mediana edad, es decir, a los cuarenta, en días donde el talento está sobrevalorado, y la fe en el milagro del libro precoz y grande, raya en lo ridículo. Leandro Hernandez, a los 50, ya cierra con 4 poemarios, un corpus no menor de buenos libros, buenos poemas, en equilibrio y pleno dominio, casi todos al alero de la editorial Das Kapital (Umo, Ovejería y Maicillo/Sauló) y ahora ad portas de la publicación de la versión completa de su divertido, emotivo y ácido “Pato Nietzsche” por Andesgroun, un ajuste de cuentas con el mundo universitario, el deslumbre de la poesía, la juventud divino tesoro bajo el enclave de la dictadura, baco y el amor por los libros. Ovejería, por lo demás, es quizás uno de los grandes libros que se han escrito desde el Rahue, o sur de Chile este último tiempo, un libro que emociona y conmueve siempre, un libro que nunca terminamos de cerrar en la memoria y la lectura.
Por Ernesto González Barnert
-Leandro, cuál crees es el aporte de la enseñanza de la poesía en la educación chilena?
El aporte de la poesía en la educación chilena puede ser el permitir el desarrollo de una mirada sobre el mundo y sus cosas, una forma de acercarse a la reflexión, a la creación como una manifestación del intento por conocer.
-Cuáles son los ejes o problemáticas que has buscado desarrollar en tu poesía?
La experiencia y la manera en que el lenguaje puede o no dar cuenta de esa maravilla. La intención por encontrar las cuerdas precisas que permitan construir un texto que no se caiga, que se mantenga firme, tenso en la simpleza. La reflexión por el sentido que puede tener el hacer poesía en estos tiempos de analfabetismo letrado. La porfía por continuar mirando lo complejo que muchas veces reside en lo simple.
-Vives a caballo entre la enseñanza y la poesía, qué le dice el profesor al poeta, el poeta al profesor?
El profesor le dice al poeta: intenta ser claro y evita los metaforones.
El poeta le dice al profesor: habla menos, lee más, escribe más.
-En tu mirada como poeta cómo ha sido tu relación con Pablo Neruda?
Inicialmente, como un referente claro; luego, como un referente incómodo y eludible; actualmente, como un referente invisible o, más bien, fantasmal como el padre de Hamlet, pero necesario. Como una idea que hay que comprender y valorar.
-Cuál es el peor error qué puede cometer una poeta?
Explicar sus poemas. Los poemas debieran explicarse solos.
-Diez libros que te hayan marcado a fuego?
Difícil hacer la selección, aun cuando sea un canon personal. De todas maneras creo que hay que fijar al menos un par de criterios que permitan entender por qué estos títulos y no otros. Voy a ocupar un criterio cronológico, referido a los momentos en que esos textos se aparecieron, se cruzaron y finalmente se incrustaron. Otro, relacionado con lo que éstos provocaron en momentos precisos de mi educación sentimental vital, lectora y escritural. Por último, en un criterio lúdico, pienso esta lista como una oncena titular, más tres en la banca:
Oncena Titular: Los cuentos de mi tío Ventura, La metamorfosis, Crimen y castigo, Pedro Páramo, El aleph, Rayuela, Antología de Spoonriver, Poemas humanos, A partir de Manhattan, De muertes y maravillas, Tala.
En la banca: Los detectives salvajes; 2666, especialmente La parte de Archimboldi, la inconclusa; El libro del desasosiego.
-Qué verso llevas como un mantra dentro de ti?
A los 19 ó 20 años mastiqué y rumié mucho tiempo el entonces ineludible de Vallejo: “Hay golpes en la vida tan fuertes, yo no sé”. Luego, ya más viejo, me alimentó el “Make it new” de Pound o “El estilo es el vómito” de Lihn o “El poeta es un fingidor” de Pessoa. Hoy me revolotean “País de la ausencia, extraño país” de Gabriela Mistral y “Que la vida es mentira, que la muerte es verdad” de Violeta Parra.
-Cuál crees tú es el gran aporte de la enseñanza literaria a la crisis actual que vive el país?
Que sea una de las posibilidades de mirar, de leer el mundo. La literatura, el arte, la creación humana, el pensamiento, la experiencia, la reflexión, en fin, la música que nos acompaña no son sino expresiones de múltiples búsquedas de preguntas, de esas preguntas que debieran ser una especie de hoja de ruta que nos impulsen a caminar. Sé que suena como un cliché, pero hay que leer más, hay que crear más. Y esas dos acciones: leer y crear, en el caso de la enseñanza literaria, debieran ir siempre juntas. La ciudad ahora mismo, por ejemplo, está completamente escrita e inacabadamente leída.
-Qué poema tuyo leerías en una sala de clases hoy?
Ninguno, por cortesía y por un mínimo de pudor.
En cambio, encantado leería “Bello barrio” de Mauricio Redolés o “Un hombre pasa con un pan al hombro” de César Vallejo.
-Entrando a la contingencia política y social que vive Chile, qué medidas concretas ayudarían al chileno o chilena desde tu mirada de poeta y profesor?
En primer lugar, creo que ya nadie duda que estamos viviendo un momento histórico complejísimo. Un profundo cuestionamiento a un estado de las cosas por mucho tiempo normalizado: El abuso sistemático, la cuchufleta consuetudinaria. El “yo me salvo solo”. El mito de la meritocracia. La desconfianza en los otros como punta de lanza de la competencia. El chaleco amarillo que todos llevamos dentro. El consumo y el acceso al crédito como tótem y tabú del neoliberalismo.
Obviamente, a ese cuestionamiento rotundo al sistema hegemónico, éste ha respondido, por un lado, con violencia material que, peligrosamente se va convirtiendo en una rutina; por otro, con una retórica envanecida que pretende hacernos creer, nuevamente, que lo que queremos “la inmensa mayoría de chilenos de buena voluntad”, es seguir como estábamos. O sea, unos ajustes por aquí, otros por allá, pero en lo medular el sistema no se puede tocar porque de lo contrario: tsunami. Y así, es como que a veces la realidad nacional girara en círculos y por su propia fuerza centrífuga fuera expulsando muertos, heridos, mutilados.
Dicho lo anterior, creo que las medidas concretas, en el plano institucional, están relacionadas con una nueva Constitución, paritaria y con representación de los pueblos indígenas que, al menos, realice el cambio desde el actual Estado subsidiario a un nuevo Estado garante. Si se logra o no ese cambio, será uno de los puntos que permitirán medir el éxito o fracaso de ese camino. Para lo cual se necesita, por cierto, no sólo ir a votar, sino que seguir movilizados, seguir debatiendo, seguir hablando de política, discutir respecto de la manera en que pensamos un país más justo y con igualdad de oportunidades. Pero también, y ojo aquí, develar y combatir los fanatismos. En definitiva revalorar/resignificar/recuperar el debate político en su más amplia acepción.
¿Es Ovejería, un ajuste de cuentas con la zona del Rahue y tu infancia?
Creo que fue pagar una deuda que de pronto sentí que tenía. Ovejería siempre me ha rondado. Puede ser porque migré desde ahí. Raya para la suma: de mis 50 años sólo los primeros 20 los viví ahí, los otros 30 lo he hecho en Santiago. Entonces, salí de ahí pero no del todo. Siempre hay una pitita que nos mantiene conectados con ese tiempo y ese espacio, que cambian de manera constante, porque siempre depende de cómo, cuándo y desde dónde se mire o recree ese tiempo/espacio. Ese territorio. Creo que más que un ajuste de cuentas es el intento por construir o reconstruir un territorio de memoria individual y colectiva a través del lenguaje.
¿Qué es lo que más te gusta de Umo?
El que sea mi primer libro. Como tú sabes, publiqué ya viejo, o sea, a los 40 años. Pero los textos de Umo son principalmente de 2001/2002 y es la concreción de algo que en un momento de mi trabajo con la escritura me propuse: escribir simple. Eso: escribir simple. No sé si lo logré del todo, pero fue una apuesta por una manera de trabajar con el lenguaje. Entonces los textos de Umo son fruto de esa decisión, que por lo demás mantengo hasta hoy.
¿Por qué titulaste Maicillo/ sauló («que no es otra cosa que granito en descomposición») tu segundo libro
Tiene que ver con los parques urbanos y con las plazas de barrio cuyo suelo puede estar cubierto de maicillo, esa especie de arenilla gruesa amarillenta. Pero que bajo el modelo inmobiliario dominante en Chile han tendido a desaparecer, a descomponerse y con ello también han tendido a desaparecer esos espacios comunes, lugares de encuentro con las y los otras, espacios de ocio y reflexión tanto para grupos como para solitarios. Un parque sobre el maicillo no es sólo un espacio es también un momento de experiencia y reflexión.
¿Alguna vez podremos ver publicado completamente «Pato Nietzsche»?
Espero que este año pueda salir, nuevamente gracias a los amigos de Andesgraund Ediciones que tuvieron la gentileza de publicar la plaquette en 2013.
¿Cuál es el poema que más te emociona de tu obra?
“Azucena” de Ovejería.
-Un libro crucial de poesía chilena que no pudiste terminar?
Aún no termino de leer “La musiquilla de las pobres esferas” de Enrique Lihn. Creo que nadie ha terminado de leer ese libro. Creo que nadie ha terminado de leer a Lihn.
-Qué poetas de fuera de Chile te llaman profundamente la atención en estos días?
John Donne, Shakespeare, Francois Villon, William Carlos Williams, Cesare Pavese, Alejandra Pizarnik, Blanca Varela, Leonard Cohen, Lou Reed, Nina Simone, entre tantos y tantas.
Entre los vivos, últimamente estoy leyendo con bastante atención a dos poetas peruanos: Lucho Chueca y Mario Montalbetti.
-Qué libro te gustaría haber escrito?
“Las últimas composiciones” de Violeta Parra. Los textos de esas catorce canciones (sin contar la maravilla de su música) conforman un tremendo libro.