Diciembre 22, 2024

Gonzalo Rojas: Valparaíso y Darío

Por Sergio Muñoz

 

Quiero partir con un largo fragmento de un texto de Gonzalo Rojas, tremendamente iluminador, leído por el propio poeta, el 14 de abril de 1965, hace más de 50 años, cuando él se acercaba a cumplir 50 años, en el homenaje que le rindió en Santiago, la Sociedad de Escritores de Chile.

Dice ahí Gonzalo Rojas:

 

Vivimos, gran Quevedo, vivimos tiempo que ni se detiene, ni tropieza, ni vuelve. Pero no dejo de tener diez años    –qué voy a hacerle- y allí mismo está Dios, y la iluminación de lo absoluto. Larga niñez sagrada, fundamento de mis visiones. Visiones reventadas a los quince cuando se abre el abismo a mis pies, a mis costados, y estoy solo en el Hoyo igualmente absoluto. Exacerbación sensual más que sensitiva. Ánimo de fuga. Y las muchachas, las radiantes muchachas prohibidas. ¿Dónde irás a parar? Vamos, vuela, sonámbulo. Chile es largo como el mundo. Hay que partir. Me embarco en Talcahuano lloviendo. Me voy a Iquique en el Fresia. Es mi segundo viaje al norte, siempre al norte, sin oler apenas Santiago, capital de no sé qué; me voy en el Fresia de la Sudamericana de Vapores. Y empiezo a ver otro mundo desde mi litera. Al llegar al viejo puerto nortino, descubro que soy pobre, que hay injusticia y hambre. ¡Mi pasión por la justicia! Allí mismo escribo los primeros artículos en el diario La Crítica, con González Zenteno. Después de un año, quemado al sol por dentro y por fuera, vuelvo al sur y no piso ni de lejos este baile de Santiago, porque como sabemos el mar nos pasa por Valparaíso.

Camello, camello: hay que echarlo todo en la joroba. A la universidad. Adiós liceo. Santiago y sus encantos. No puedo, no quiero dormir. Estoy terriblemente lúcido y despierto. 1937,1938, 1939. Contacto directo con los animales literarios. Huidobro y más Huidobro, el maestro a pesar suyo, quien vive a tres cuadras del viejo Instituto Pedagógico, a la altura del 26 por la Alameda. Guerra española. Amadísima España. Aparece Neruda en un mitin del Frente Popular, vestido de blanco. Los grupos literarios cavan sus trincheras. Angurrientismo, lorquismo, huidobrismo, rokhismo hasta el amanecer. Entre seis   –tres primero y después los otros- hicimos la Mandrágora, primer injerto del surrealismo en América, aunque otra y otra cosa Teófilo, Braulio, Enrique. Surrealismo ¡y otra cosa! Jorge Cáceres. No queremos ser únicamente poetas. Queremos vivir como poetas. Somos la levadura del demonio. La belleza será convulsiva, o no será, nos sigue diciendo André Breton desde París. Me gano el pan cuidando niños en el Internado Nacional Barros Arana. Duermo cada dos días. Tengo veinte años. Años duros y crueles. Aprendizaje, largo aprendizaje. Y algo demoledor: muere mi madre.

Pero no soy de aquí. No soy de esta cabeza equívoca, de este Santiago que no me significa. Vivir como poeta, pero ¡vivir! Al norte, al norte para siempre. A cada rincón de Chile para siempre. Nazco y renazco allá en la cordillera. Sigue tronando, al fondo de esas moles andinas, la segunda Guerra Mundial. Ahora me gano el pan y el aire a tres mil metros, en ese remoto mineral nortino, encumbrado en la Sierra de Domeyko. Entero, arriba, en lo más alto de la nieve de Chile.

Trenes amados, carros de tercera, ¿me seguiréis llevando en las ásperas tablas de la suerte? Al norte, al sur, ¡hasta las islas! ¿Por qué el Reloncaví, por qué esos bosques? ¿Por qué otra vez y tan de golpe las piedras, la centella de Valparaíso?

¿Fueron siete años o un minuto los que dormí, velé, sufrí y amé en mi puerto desgarrado? Algo me trajo el viento el 48 en la edición más fea que se haya visto: La miseria del hombre, libro escrito a torrentes como mi alma.

 

 

Existe, sin duda, una vinculación profunda entre Gonzalo Rojas y la ciudad de Valparaíso. Quiero abordar esa vinculación, deteniendo la mirada en dos puntos que me parecen de enorme significación en su vida y en su obra:

Primero, que su libro inicial, La Miseria del Hombre (Imprenta Roma, Valparaíso, 1948), haya sido escrito -en parte- en Valparaíso.

Y segundo, que efectivamente, y producto del azar o al menos de circunstancias que no estaban en los planes originales del autor, haya sido además publicado, impreso, en Valparaíso, detonando o evidenciando quizás, una relación física y espiritual entre el poeta y la ciudad, de la mayor relevancia y profundidad.

 

 

Dice el poeta en el poema Fundación de Valparaíso:

 

Tu fundamento real es mi palabra.

Valle del paraíso.

Puerto que te evaporas,

y te secas en trágicas espinas,

como las mujerzuelas

que sostienen tus pórticos roídos por el sol

a la caída de la tarde.

 

 

La vinculación entre Gonzalo Rojas y Valparaíso se cumple a lo largo de los años desde los primeros arribos del poeta a la ciudad, en plena juventud, hasta una consolidación de cierta madurez que involucra ya sus primeros trabajos como profesor, o preferiblemente, como fundador.

Pero un hecho fundamental, como es la publicación de su primer libro La Miseria del Hombre, en 1948, tiene relación también con su vivencia en Valparaíso, pues parte de ese libro inicial, es escrito en Valparaíso. Como dice el poeta en el prólogo del libro:

 

Casi todos los poemas que integran el presente volumen fueron escritos entre los meses de mayo y diciembre de 1946, en el puerto de Valparaíso.

 

No obstante lo anterior, en la 2ª edición del libro, la edición crítica realizada por Marcelo Coddou, con la colaboración de Marcelo Pellegrini, ambos proponen que gran parte de los poemas, han sido escritos entre 1936 y 1944, es decir, antes que el poeta comience su estadía de 8 años en Valparaíso. Y que un menor número de ellos serían efectivamente escritos entre 1945 y 1946, ya instalado en el puerto.

Creo que ambas afirmaciones no son contradictorias, sino más bien complementarias. La experiencia nos aconseja asumir en el caso de Gonzalo Rojas, un estilo de trabajo y una costumbre editorial bastante críticas, que no tiene problemas con la posibilidad de corregir insistentemente poemas ya editados, y presentarlos en ediciones posteriores con modificaciones, o independizando incluso, estrofas de poemas ya publicados, como poemas individuales.

En este sentido, es probable que aunque los textos en cuestión, hayan sido escritos entre 1936 y 1944, ello no imposibilita que el libro haya sido articulado, estructurado y corregido efectivamente entre mayo y diciembre de 1946, sobretodo, tomando en cuenta el tono del libro, bastante homogéneo, dramático, existencial, enfático y desgarrador a ratos.

 

En relación a esto, dice la estudiosa Lilia Dapaz en su ensayo “La Miseria del Hombre como viaje de descubrimiento”:

 

Rojas es un poeta consciente para quien el significado depende del orden. Tiene gran sentido de la forma y ha manejado la selección y ordenación del material con una intención deliberada. El hablante parece involucrado en un proceso de integración psíquica. Por surgir de un impulso diferente y manifestar la llegada a la meta propuesta, el último poema “Fundación de Valparaíso”, aparece separado de los 40 anteriores, pero unido sutilmente a los siete poemas de la cuarta parte, por llevar en el índice el número 8, símbolo de la regeneración. Valparaíso es la ciudad donde el ser fragmentado es reconstruido.”

 

El libro es presentado al concurso de la Sociedad de Escritores de Chile, en 1946, obteniendo el primer lugar y con ello, una publicación que no llegará a concretarse. El libro, llamado en ese momento El Fuego Eterno, será publicado en 1948 en la Imprenta Roma de Valparaíso, con el título que todos conocemos: La Miseria del Hombre.

Se trata de un libro que contiene un corpus de 40 poemas, separados en 4 partes, más el texto “Fundación de Valparaíso”, donde el poeta evidencia esta relación férrea con el puerto.

En 1934, y dos años antes de terminar la educación secundaria en el Internado de Concepción, Gonzalo Rojas emprende un importante y emblemático viaje inicial –quizás iniciático– desde Talcahuano, donde aborda el vapor “Fresia” de la Compañía Sudamericana de Vapores, que lo llevará al norte. Ese viaje, fundamental por sus variadas implicancias, irá dejando huella en las otras ciudades y parajes donde el poeta vivirá durante su largo plazo.

Ese viaje inicial, ese primer envión juvenil, esa verdadera fuga desde la pesadumbre del internado de Concepción, termina hacia el norte en el puerto peruano de Mollendo.

De vuelta del Perú, y al cabo de un año, Gonzalo Rojas se reincorpora a los estudios secundarios en Iquique. Comienza además a colaborar en el diario El Tarapacá cuyo director es Eduardo Frei Montalva, donde escribirá su primer ensayo: “Pasión y muerte de Valle-Inclán”.

 

En marzo de 1936 regresa a Concepción y se inscribe, ya no en el rígido internado, sino en el último curso de humanidades en el Liceo de Hombres. Allí fundará luego la revista Letras, donde publicará su ensayo “Los treinta años de Pablo Neruda”.

Estamos hablando del comienzo de una escritura imaginativa y reflexiva, que se encumbrará hasta lo más alto de la lengua española en un plazo de 60 años.

¿Es posible pensar entonces, que aquella primera estadía registrada en la memoria del poeta, a mediados de la década del 30, haya quedado zumbando en el oído del poeta y haya sido el origen, el embrión de algunas de las características que luego podremos reconocer en su poesía?

 

Hay que pensar que estamos refiriéndonos a un Valparaíso algo distinto, aún bullante, que ha recibido la herencia sonora y cultural de varias colonias de inmigrantes extranjeros que han llegado al puerto desde hace más de un siglo, principalmente desde que en 1778 se decretara la libertad de comercio entre España y las colonias americanas, dejándose de utilizar la ruta obligada del istmo de Panamá que era recorrido a lomo de mula hasta llegar al Pacífico: alemanes, italianos o ingleses que han arribado a estos plazos de América trayendo otras culturas, pero también el enjambre rítmico y sonoro de otras lenguas.

¿No es posible pensar que su visión de Mundano o de Poeta-Mundo, como se quiera decir, tendrá que ver con la profusión de lenguajes, de gentes y con la vivacidad encontrada en ese Valparaíso?

¿Pero, cuál es el vínculo secreto entre la ciudad de Valparaíso y el poeta, como veremos, un vínculo recurrente, que le permite escribir, corregir y dar forma definitiva a su obra primera en la secreta soledad del puerto durante 1946, o más bien, por qué Gonzalo Rojas siempre ha vuelto al enjambre sonoro y simbólico que Valparaíso significó para él desde sus primeros encuentros?

Al respecto, nos dice en “El amor es acaso, la única utopía que nos queda”:

Me gusta el Puerto, lo primoroso y lo destartalado del Puerto, el balbuceo, el silabeo, el parpadeo de Valparaíso, y siempre vengo a ver a ese otro “encantado” que se asoma de repente entre el Cerro Alegre y Playa Ancha, a ese encantador de serpientes que todavía mora por aquí. Me refiero al Darío de los veinte años del que venimos todos.

 

La explicitación de Darío en el fragmento anterior, señala una suerte de continuidad respecto de una visión espiritual y mítica, tanto de la poesía como del territorio. De alguna manera, Rojas encuentra en la obra y en el legado de Darío, uno de sus cimientos predilectos. Lo interesante es que también esta afinidad, se vuelve espacio y territorio. En este sentido, Rojas elabora un tejido simbólico de gran belleza al establecer la relación entre Darío y Valparaíso, como lo expresa en su ensayo “Darío: Hado y Humus”, donde Darío es el hado, el ejecutante mítico, y Valparaíso, el humus, el territorio donde florece el mito que el poeta está fundando:

 

“Valparaíso y él: ningún poeta más de ahí que el joven Darío. Ni el gran Pezoa Véliz ni el mismísimo Neruda. Es que Azul (1888) y Playa Ancha donde azota oleaje desde el principio del origen – ¡donde el vidente vio! – hacen, cómo decirlo, un todo y ese todo es el mito. Más claro, hay ciudades con mito y ciudades sin mito y alguna vez lo habré dicho: no basta con amar a Valparaíso; hay que merecerlo, y no es cosa de pregoneros de la hermosura o, más menesterosamente, de líridas de vecindario. Valparaíso nunca fue villorrio. Tal vez no fuera fundado con acta de invasor pero el que vino a fundarlo de una vez y para siempre y a fijar el mito fue ese mestizo de veinte años que todavía anda entre nosotros. Lo habré visto fugaz como por encantamiento. Lo habré entrevisto entre ascensores y otras ruedas vertiginosas yendo-viniendo de un Cerro Alegre real a otro irreal, pero el parecido se me da intacto todavía en la ventolera. También tuve mi puerto por diez años y entonces sé lo que digo: poeta que entra en este hondón no vuelve a salir. Poeta que entra de veras se entiende. No hay lugar metafísico ni párrafo comparable. Por eso no es azar que Darío escribiera palabras de fundamento en esas arenas al final del otro siglo…

 

 

Rubén Darío llegó a Valparaíso el 24 de junio de 1886, y va a partir desde el puerto en 1888, año en que publica Azul, en la misma ciudad de Valparaíso. No es menor que en su ensayo “Ritmo y Espíritu en Rubén Darío”, Gerardo Diego hable de “Azul” como el primer libro “enteramente responsable de Darío”.

Lo curioso es que durante 1887, Darío trabajará tanto en Santiago, dónde es redactor de La Época, como en Valparaíso, donde es inspector de la Aduana.

A su vez, Gonzalo Rojas, en su primera época en el puerto, debe también viajar entre Santiago y Valparaíso, pues trabaja en la Dirección de Informaciones y Cultura, ha retomado los estudios de Pedagogía en Santiago, y en Valparaíso comienza a trabajar como Profesor en el Colegio Alemán del Cerro Concepción.

 

Ambos –Darío y Rojas- escribieron y publicaron desde el límite magnético o desde la imantación profunda del puerto, y curiosamente, ambos, trabajaron paralelamente en Santiago y Valparaíso, debiendo, uno y otro, someterse a los avatares de transportes precarios y cansadores, uno en carreta tirada por caballos, y otro en bus y tren.

El propio Gonzalo Rojas dice al respecto:

 

Fueron los motores mal aceitados de trenes y autobuses –esas máquinas crueles que me arrastraban, ida y vuelta de Santiago hasta el Puerto y del Puerto a Santiago, por la urgencia de vivir con dos oficios simultáneos a la vez- los que desataron en mi oído interno ese vértigo.

 

En 1967, con motivo de la celebración del centenario de Darío, el poeta mexicano Jaime Torres Bodet escribió:

 

“La originalidad suprema de Rubén Darío reside en una ambivalencia constante del éxtasis y la angustia: del cuerpo ansioso de deleites, y el alma, llena de pesadumbres. Darío no vio solamente, ni vivió solamente, ni cantó solamente uno de los aspectos de su existencia: la luz del día, grata a los epicúreos, o la oscuridad de la noche, inspiradora de los estóicos. Como pocos, amó la vida. La amó hasta en sus júbilos más modestos y hasta en sus desenfrenos más reprobables. Pero, como pocos, sintió el espanto de lo perecedero: la fatalidad del no ser, la proximidad magnética de la muerte. En sus poesías más ligeras hay un momento en que la elegía se esconde. Y, en todas sus elegías, hasta en lo Fatal, hay una referencia al placer, por lo menos, una alusión a los racimos húmedos del deseo.”

 

Yo veo un parentesco absoluto entre ambos, Rojas y Darío, en el temple que describe Torres Bodet, y creo que ambos poetas, se encuentran hermanados en esa búsqueda por Éros y Tánathos, pero también por los viajes recurrentes entre el puerto y Santiago, y por una forma de abordar la vida y la poesía, desde los extremos del ser, que los hace los poetas enormes y mayores que son.

 

Sin embargo, las coincidencias no se dan sólo en el anecdotario de la movilización. Para Rubén Darío, lo erótico es también un tema relevante. Y, me atrevo a decir, que Rojas toma como punto de partida de su travesía erótica, la lectura atenta de Rubén Darío.

Dice Gonzalo Rojas:

 

…Personalmente, mi primer rehallazgo de él en Valparaíso fue el 34, a los 16, sobre abril, recién desembarcado en el espigón, a metros de la Plaza Echaurren me parece. Pasó veloz y me miró sin verme. Yo sí lo vi, por dentro. Como ven los poetas atrapados en esa relación dialéctica que nos aproxima en el proyecto de decir el mundo. Está escrito que todos venimos de otro y otro y otro en esta especie de parentela de la sangre imaginaria. Esa vez el adolescente era yo, el larvario, y ya me había leído a mi Darío en su ritmo de oro, o lo estaba leyendo y me encontré con él y eso fue todo; en lo destartalado y lo sinuoso de tamaño laberinto.”

 

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