Septiembre 19, 2024

Fernanda Martínez Varela: La palabra escondida

Fernanda Martínez Varela (1991) es una poeta chilena genuina, trabajadora y migrante, quien lidera el proyecto de revista digital “Plaza pública”, recientemente inaugurado en Estados Unidos. Publicó hace muy poco El Génesis (2019) y en su obra poética anterior destacan los libros Ángulos divergentes (2007) y La sagrada familia (2015). Esta autora, con su nuevo libro, viene a mostrarnos otro registro de un mismo proyecto poético abarcador. El Génesis es auge y caída, un cuerpo femenino que se crea en la destrucción y expande sus brazos por un jardín de roles impuestos a la mujer y que la autora fulmina. Cuerpo y paisaje habitan El Génesis, recordándonos la mejor poesía de Marosa di Giorgio. El estudio de las formas breves, a modo de haikus, logra momentos de perplejidad creando una sintaxis tan devastadora como impactante: “dos tazas de mar / recién hervidas”. Conversé con Fernanda sobre su nueva obra, de la que incluimos acá algunos poemas. También nos habla sobre sus inicios en Doñihue y camino literario que le ha hecho llegar hasta Washington, donde ahora realiza sus estudios y desarrolla el proyecto de la revista Plaza Pública, un real aporte colaborativo en tiempos egoístas y mezquinos.

 

 

Por Tamym Maulén

 

 

Esta entrevista nace de la intención de difundir tu admirable trabajo literario, así como el esfuerzo que has realizado en la realización de la revista on line “Plaza Púbica”. Cuéntanos sobre tus comienzos en la literatura y la poesía, de los importantes talleres que has realizado de manera fecunda en tu ciudad natal y cómo ha sido esta nueva etapa en el extranjero.

 

Yo crecí en Doñihue, un pueblo agrícola de la cordillera de la costa, sin semáforos aún. Mi abuelo me traía maletas con libros cada verano. Con él pintaba o hacía esculturas también. Mi madre leía principalmente novelas y nos obligaba, a mis hermanos y a mí, a leer todas las noches antes de dormir. Cuando niña me gustaba escribir poemas y cuentos, si bien prefería los primeros. Tenía un gran libraco, una antología española. Yo copiaba las formas de los poemas que me gustaban y les cambiaba el contenido. Siempre me interesó la sonoridad, de manera que trataba de imitarles el ritmo, la métrica y la acentuación. Luego escribí, en verso libre, poemas que inventaba, y como se iban acumulando cuadernos, un día pensé que debía corregirlos y publicarlos. Rodrigo Véliz, gran poeta y ex becario de la Fundación Neruda, me ayudó. A los quince años publiqué ese primer libro con un prólogo escrito por él. En este tiempo también empecé a colaborar con la biblioteca pública del pueblo, dirigida por Lucía Abello, una eminencia en bibliotecología. En los meses de vacaciones escolares, los niños se quedaban solos porque los padres aprovechan el tiempo de cosecha en la zona. Entonces en la biblioteca se hacían actividades enfocadas en ellos. Actividades astronómicas, ecológicas y literarias. Yo colaboraba con estas últimas haciendo talleres, lecturas, plaquetes de libros, presentaciones, edición de proyectos individuales, etc. Los estudiantes han persistido en tomar los talleres, lo cual me alegra muchísimo, pero ya han crecido y demandan que estos no sólo refuercen sus capacidades estéticas sino también las críticas, de modo que últimamente hemos revisado la escritura de columnas de opinión y poesía política.

 

A los 18 años me mudé de Doñihue a Santiago para estudiar sociología. Quise estudiar algo que aportara a mi escritura, a ensanchar la mirada y la comprensión del mundo. Como nunca entendí los poemas como fuera de la sociedad, entonces yo quise estudiar a la sociedad, pues en ella un poema hace sentido o deja de hacer sentido, moviliza o no moviliza, afecta a una sensibilidad o no la afecta. Me encantó la carrera, aunque nunca trabajé como socióloga más allá de algunas investigaciones siempre utilicé el conocimiento de la sociología como base de mi reflexión escritural. Por lo mismo, después de egresar publiqué “La sagrada familia”, mi segundo libro de poemas, que justamente reflexiona entorno a aquello que funda a la sociedad. Su núcleo. Me parecía que había que repensar esto por la urgencia de incorporar a todas las familias y no sólo a las heteronormativas como pilares sociales.  En 2017 me fui a Nueva York y en 2019 me mudé a Washington D.C. Esta etapa en el extranjero ha sido algo que recordaré en algún momento con sentimientos encontrados. Me fui sin ningún peso a Nueva York para estudiar el Máster en Escritura Creativa de NYU, no hubo ayuda familiar ni beca alguna. Sólo tenía la carta de aceptación de la universidad y el deseo de vivir la energía de Nueva York. Me interesaba conocer lo que Martí, Mistral y García Lorca vieron en esta ciudad. Habitar un poco sus visiones. Así es que tuve que trabajar de lunes a lunes. Al principio trabajé en lo que hallé, pero luego empecé a hacer clases de español y llegué a tener muchos alumnos. Ya en segundo año, la universidad me becó y pagó mis estudios, el seguro de salud y fui asistente de los directores del programa. Esto me dio un leve respiro, aunque debí seguir trabajando de lunes a lunes dando mis clases. Fue una experiencia de sobrevivencia fuerte, pero dando clases conocí personas valiosas y diversas que me abrieron un mundo. Eran de distintas edades, nacionalidades, razas, culturas y credos, por lo que la enseñanza fue en sí misma un desafío. Yo no estudié pedagogía, pero sí tenía experiencia dando talleres de poesía y recibiéndolos, de modo que utilicé las herramientas que conocía. En Nueva York hay muchos inmigrantes que intentan sobrevivir, así es que se percibe esto de “sálvese quien pueda”. Al ser una ciudad tan cara, la gente sin hogar puede ser cualquiera. Me impactó mucho que un profesional desempleado puede perder rápidamente su vivienda y sus ahorros y quedarse en la calle. Además de la permanente presión económica, me casé y me separé durante el primer año. Estaba sola y tuve que valerme por primera vez por mí misma en una de las ciudades más caras del mundo y cobrando poco porque tenía la necesidad de tener muchos estudiantes. Antes no tenía tiempo para pensar en ello, debía trabajar demasiado y escribir en los tiempos en que me transportaba de un lugar a otro. Pero ahora que sí puedo observar hacia atrás siento que “sobreviví”, y que esa experiencia me dio madurez y cierto ascetismo. Ahora estoy estudiando un Ph.D en Literatura y Estudios Culturales en la Universidad de Georgetown en Washington DC. Comparativamente esta es una ciudad más tranquila. Me vine aquí también por eso, necesitaba salir del caos de Nueva York. Acá hay mucha naturaleza y la vida es más calmada. Aunque suene extraño por el hecho de que estudiar un doctorado implica mucho tiempo de estudio, siento que estoy en un momento de calma.

 

-Has publicado recientemente “El Génesis” (2019), un libro impactante, donde la forma breve -utilizada como mapa de ruta del libro, revela, paradójicamente, el universo inabarcable del poema. Qué significó para ti la escritura de “El Génesis” y hacia dónde crees apuntan las intenciones, conscientes e inconscientes, de esta obra.

 

En general necesito ver y oír el libro antes de escribirlo. Ver y oír simultáneamente. En “El Génesis” ocurrió que tenía en mente un jardín con un río de costras, esa fue la imagen original. Entonces exploré esa imagen y sonidos previos. Fui ensanchándolos, descubriendo lo demás desde la escritura durante seis años. Trabajé a diario. Corregí el texto en el taller de la Fundación Neruda. Fue un trabajo que desde la imagen y el sonido me llevó al vacío y al silencio, a estrujarle el sentido al lenguaje aún amorfo. Quería mostrar aquello también velado porque, como tú bien dices, el poema es inabarcable, aunque he pensado últimamente si todo poema trasciende su escritura y el espacio que abarca está más allá. En “El Génesis”, la complejidad radica en que cualquier cosmogonía tiene mucho de inasible pero eso se tiene que enunciar, y cómo se enuncia lo que no es todavía sino lo que se está haciendo. Esto sumado a que un origen es un mínimo de componentes que genera un máximo a partir de esos componentes, complejiza la escritura. Por eso es un texto mínimo pero denso, corto pero intenso. Para mí ese libro significó un volver a la tumba gateando, no sé cómo te lo diría sin rechinar los dientes y poner un gesto de lo más incómodo. Esa fue una intención inconsciente. Era regresar a la madre de algún modo, que en el caso de la mujer, es su espejo. El origen matrio. Escribí de niña y me salí mujer mediante la escritura. Esas intenciones quizás más bien filosóficas tuvo ese libro, que es denso, oscuro, de masilla húmeda, de los barros haciéndose.

 

-Cuáles serían los nuevos desafíos (en lo estético y literario) y proyectos en esta gran “obra” de volúmenes en serie que estás realizando.

 

Estudié sociología y de algún modo elegí esa primera mirada del mundo. Esto implica, para mí, observar lo estético como una dimensión más de la vida social, que también está cruzada por concepciones religiosas y políticas, que a la vez generan cierta relación material con el entorno. Las dimensiones a veces se refuerzan o producen tensiones. A mí me interesan las tensiones, porque posibilitan cambios desde las estructuras mentales que son subterráneas a cómo habitamos el mundo y qué hacemos del mundo. Me gusta pensar en la triada de religión/política/arte en las cosas que escribo, me facilita la construcción de los libros y es parte de mi modo de pensar por formación.

Mi desafío siempre es terminar lo que estoy escribiendo. Yo escribo con bastante orden y método. Hoy por hoy mi deseo es terminar “Salmos”, que es un libro de poemas que comencé en Nueva York donde hay una búsqueda de un nosotros épico y que trata de responder a la pregunta por la hazaña del colectivo, que no es sino transformar la voz en una plural, en-otro-mismarse como ejercicio de la voz. Y en paralelo, terminar unos cuentos quizás algo surrealistas que me tienen muy entusiasmada y desafiada, pues la narrativa me es esquiva al brazo, pero he tomado talleres con Meruane, Barros y Eltit que me han ayudado mucho. Creo en una suerte de dialéctica, un movimiento entre el interiorismo y el exteriorismo. “El Génesis” es interiorista, “Salmos” lo opuesto. Así me gusta trabajar, porque me canso de una misma actitud en la lengua. “Hechos”, el libro que debería cerrar esta parte de mi trabajo, será también un texto mínimo en número de palabras como en “El Génesis”, pero también será denso. Será el intento de captar la parte que se ora de la oración y no sólo la sentencia, aquella parte que parece venir de otro lugar y no de la artificialidad de la escritura. La palabra escondida, como diría Stella Díaz Varín. Luego me gustaría pasar a otros puntos de vistas, el político y el estético, desde allí pensar qué es la armonía, qué es la república, qué es la ley. Entiendo un libro como respuesta a una pregunta que es difícil de pronunciar. Escribo para hallar la pregunta desde el esbozo de su respuesta. En cada uno de estos puntos de vistas quiero observar algo, una pregunta que resolver en aproximadamente 70 páginas. Tampoco quiero más. Me canso de la palabra escrita.

 

-Queremos difundir con mucho interés el nuevo proyecto que encabezas con la revista literaria Plaza Pública, en la Universidad de Georgetown, Estados Unidos, donde actualmente realizas tus estudios de doctorado en Literatura. Cómo nace este proyecto, de qué se trata específicamente y cuál es la invitación que le harías a lectores y escritores sobre esta nueva plataforma.

 

Plaza Pública es la primera revista de literatura creada por los estudiantes del doctorado de Literatura y Estudios Culturales de la Universidad de Georgetown. Ha sido desafiante porque además de que es trabajoso levantar un proyecto desde cero, se suma a la carga académica que ya es bastante. Sin embargo, es algo necesario y que considero un aporte. En el primer número, entrevistamos a Judith Butler, filósofa pionera en conceptos de identidad y de género a nivel mundial. Butler respondió a un set de preguntas de “la plaza”, es decir, preguntas reunidas de diversas personas. Esto se mantendrá en los siguientes números. Creemos en el ejercicio colaborativo de pensamiento, que es la idea que entendemos por “Plaza Pública”. Además, publicamos a la profesora norteamericana Gwen Kirkpatrick de Georgetown University, quien es especialista en literatura latinoamericana y generosamente participa con un ensayo titulado “Migraciones”. A la vez, Pía Barros, gran activista y escritora chilena, nos entrega dos cuentos de su libro “Los que sobran”. Finalmente, desdibujando los límites, el sagaz traductor y poeta argentino Ezequiel Zaidenwerg nos entrega su última publicación “50 Estados: 13 poetas norteamericanos contemporáneos”. Nuestro próximo número estará disponible a fin de este mes y contará con autores como la narradora argentina Gabriela Cabezón, el profesor Julio Ramos (Ph.D. Princeton University) en entrevista colectiva, Mary Vargas en ensayo sobre la escritora boliviana María Virginia Estenssoro, y Martín Espada (Brooklyn) en poesía traducido por Oscar Sarmiento (State University of New York). Este es un proyecto ambicioso que necesita de muchas manos. Por eso quisiera invitar a lectores y escritores a colaborar con esta plataforma, enviar sus textos, socializar las preguntas que les inquieten, compartir la revista en redes y leer-pensar en conjunto. La finalidad es hacer comunidad desde el pensamiento crítico y observante del mundo de hoy, con sus tensiones.

POEMAS DE “EL GÉNESIS”

 

*

amanecí

con ella dentro

pero yo fuera

 

*

saludé a un aire

con gritos que aprendí

a respirar

 

*

jugamos a leernos

las palmas de las manos

y las plantas de los pies

 

*

corregimos

dos esperanzas

a cuchillo

 

*

en su cama

con el cuerno de un búfalo

toqué el porvenir

 

*

vi el desierto que cabe

en lo que se nombra

 

*

un rayo que reza

luz derramada

*

en un círculo de estatuas

empedré mis ojos

 

*

me recé los labios

al morderlos

*

dos tazas de mar

recién hervidas

 

 

***

 

Fernanda Martínez Varela (Chile, 1991).

 

Socióloga y escritora, publica su primer libro Ángulos divergentes a los 15 años. Ha recibido los premios Roberto Bolaño, Concurso Literario UC, Premio Municipal Juegos Literarios Gabriela Mistral y el Premio Escritura Revuelta de la Universidad de Houston. Ha participado en festivales en México, Bolivia, Honduras, Puerto Rico, Estados Unidos y República Dominica. Sus textos aparecen en Oculta Lit (España), Puño y letra (Bolivia), Maestra Vida (Perú), Espaces Latinos Cultural (Francia), Loading Zone (University of Wisconsin-Madison), Alaraby (Inglaterra), Uno dieciséis (Columbia University), Círculo de poesía (México) y en Halo, 19 poetas chilenos nacidos en los noventa (Chile). En 2015, publica La sagrada familia (Libros del perro negro), en 2016 recibe la beca de la Fundación Pablo Neruda, en 2017 & 2019 obtiene la beca de creación literaria del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, y en 2018 recibe la Field Research Grant de Tinker Foundation y la Master of Arts Scholarship de NYU. Actualmente cursa el Ph.D en literatura y estudios culturales en la universidad de Georgetown. Publicó recientemente El génesis (Cástor y Pólux, 2019).

 

Compartir:

Últimas Publicaciones