Abril 27, 2024

Entrevista a Marcelo Novoa: «Hacia ese misterio sin fin enfilo mis rumbos»

 

Por Ernesto González Barnert

 

Converso, por fin, con este tremendo poeta, autor del mítico Arte cortante, libro en perenne construcción, que comencé leyendo a fines de los 90 en fotocopias y ahora tengo dos versiones oficiales en mi biblioteca, porque Marcelo Novoa (1964), es de esos autores que no pueden obviarse para muchos de nosotros en el río profundo y verdadero de la poesía chilena más allá de las piedras que suenan. Y menos en su nexo crucial entre los escritores de los 80 y 90 donde comenzó este trabajo que no envejece, mantiene su filo intacto. Marcelo además de ser un gran poeta es también guionista, editor y crítico literario. Académico de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. Doctorando en Literatura (PUCV). Y actualmente, es el fundador-editor de Puerto de Escape, la única editorial del país dedica en exclusiva a la Ciencia Ficción, Fantasía y Terror escrita por autores chilenos, con más de 55 títulos publicados a la fecha, lo que parece una locura, si no fuera cierto en éste país de analfabetos funcionales tan permeables a los vientos de la mentira y falsos deseos fachos como bien sabe el poeta viñamarino.

 

—¿Qué es lo que hoy sangra –Siguiendo aquí, La Cúpula, de Cerati– tras el paso de tu libro emblemático y siempre urgente, –y que nos marcó a tantos de nosotros, llamado: Arte Cortante?

—En mi caso, sería hablar más bien de un balance de daños a lo Sumo: “Un tornado arrasó a mi ciudad / y a mi jardín primitivo/ pero no… mejor no hablar de ciertas cosas…”. Pues los mismos años que se han llevado mi juventud, me han devuelto el convencimiento que la vida que vale la pena vivirse, la verdadera, la imposible, fuera de las palabras no habita sino muy dentro de ellas. Antes hubiera dicho sin titubear, sigo comprometido con lo humano… Pero sé que nada hay entre mis líneas que no expire con la muerte. Pero luego luego recapacito que, sin libertad, esa cárcel brevenorme que nos acorrala seres y edades bajo órdenes vastos e incomprensibles, solo nos quedaría seguir tropezando con la misma piedra. Entonces, hacia ese misterio sin fin enfilo mis rumbos.

 

–Reuniste tu trabajo poético en el volumen, arte cortante [1988-2018] de Ediciones Altazor, llamado así como tu gran libro de 1996. ¿Cómo fue el proceso creativo, la cocina literaria, detrás de esta antología que reúne libros, poemas, que van desde 1985 a 2018?

—He vertido mis versos en tres entregas: arte cortante 1996, 2002 y 2019, casi siempre bajo el mandato rimbaldiano de vida y obra hermanadas, pero en clave de work in progress tercermundista. Una suerte de autoconstrucción que crece y crece tras el sueño de la Obra Propia. Pues dichas perforaciones al magma poético anhelan calar hondo en la “gran pérdida” a la que alude-elude el arte contemporáneo. Y así instalar, mi tardía pyme poética suscrita en Valparaíso, al filo del XXI: esta inútil labor de apilar palabras honestas contra el viento de Mentiras. Y escarbar bajo los escombros vivientes de otra(s) lengua(s) muerta(s): la poesía moderna. Espero haber plasmado este amor por lo que resta de mi lenguajear poético siempre en fuga, en la generosa y bella edición de mi amigo-editor, Patricio González: “arte cortante” (Altazor, 2019) que amplía y corrige tal mapamundi de mis obsesiones con la palabra y sus enrarecidos tropos humanistas, lo que podría constituirse a estas alturas: mi solapada poética sobre la imposibilidad/responsabilidad de escribir en los tiempos que huyen.

 

–Me gustaría ahora ir a tus inicios literarios, ¿cuándo sentiste que eras poeta, que esta disciplina intelectual te acompañaría el resto de los días?

—Repasar ese otro que fuimos alguna vez, es raro, pues no sólo acuden fantasmas personales y muertos ilustres, sino también comparecen miríadas de influencias, una descarga de sacudidas atinadas y huidizas que aquí/ahora damos en llamar juventud. Entonces, me veo sentado en una escala de cerro, reflexionando con ebria franqueza sobre el oficio de poeta. Me juzgaba inexperto, incomprendido y antisocial, pero profundamente convencido que sólo un gesto colectivo nos sacaría del pozo de los falsos deseos fachos. Y para siempre o hasta nunca resuena el bajo continuo de mis años (de)formación: la Dictadura, marcando dichas pulsiones pubertas estampó en ellas una suerte de sensibilidad enferma. Quizás, habría sido el guión perfecto para una película casera de Lynch, pero no fue más que la inconsecuente cadena de acontecimientos aciagos que dilapidaron nuestra espinilluda adolescencia. Pues si quisimos tomarnos las calles, apenas nos emborrachamos en noches de plazas desiertas, con mucho miedo ambiente, entre espectros familiares y fuegos fatuos de la Patria en duelo. Tanto tormento interior/exterior nos pudrió el aliento feliz de las mocedades y contaminó nuestra escritura con dosis letales de desencanto que alcanzan incluso a este presente hecho trizas, ardiendo en barricadas, tantísimas Hist(e)(o)rias que alguien barrió bajo la alfombra de este nuevo siglo.

 

–Quisiera llevarte a encontrar diez libros esenciales en tu camino como escritor [editor, crítico, profesor] tanto en lo que fue tu educación sentimental como faro en los días que corren?

 —Diría que son diez por noche en mi velador, pues leo voraz y compulsivo, eso sí, cada vez menos al azar. Así, despejando aquellos cerros de aire y rabia que son los libros de tanto poeta compinche. Tempranamente, Altazor cuando se sabe “ángel caído en una selva de preceptos”, o adivina que “el mundo está amueblado por sus ojos”, y termina balbuceando ese alfabeto incomprensible aún. También me quedaría con todo Rulfo que cabe en una mano y a quien no le sobra nada. Las obras completas de Kafka, que aguarda inocente para seguir condenando toda época y gobierno. Ciertos cuentos que trafican la mejor prosa poética de Cortázar (o solo Prosa del observatorio). Nueve cuentos de Salinger o Música para camaleones de Capote, dos disparos a quemarropa de deslumbrante genio asesino. Los cantos de Maldoror por desaforados y sensibleros; a la vez que, todos los poemas de Rene Char, por implícito y explosivo. Y por qué no decirlo, al final de esa noche en vela, un librito de páginas en blanco que nadie ha borroneado aún.

 

–¿Qué significa en lo personal “Trombo azul”?

 —Trombo Azul fue mi primer ecosistema para resistir en soledad acompañada, con amistades beligerantes dentro y fuera de tanta página/orilla ochentera, arropados por aquella derrota fundante de futuros ocasos que luego me atraería irremediable. Y si “LP” (1987), mi primer libro, escrito a saltos entre 1982 y 1986, entre un cerro de Viña a otro de Valparaíso, solo vio luz bajo la órbita generacional de esta autofundada editorial indie porteñista, que hoy puedo releer como el intento venturoso de dar con una voz propia entre la variopinta muchedumbre de poetas crecidos al amparo de las universidades intervenidas (pienso en la sombra bienhechora de los mayores: Moltedo, Martínez, Jacob, Cameron y Correa; o al descampado madrugar junto a mis contemporáneos: Víctor Rojas, Alejandro Pérez, Sergio Madrid, Luis Andrés Figueroa, Álvaro Báez y Catalina Lafertt). Allí estrené usos verbales tomados de la oralidad fundidos con lecturas enganchadas a las vanguardias mundiales y latinas. Así pues, ese otro, me temo, sigue siendo mi yo

 

–¿De qué manera la obra poética de Pablo Neruda dialoga con tu propia obra?

 —Al principio, desde la negación ignorante que arrastraba de un colegio de curas que me endilgó al poeta comunista-erotómano que no conseguía “hablar” con mis ocupaciones estético-vitales siempre bajo amenaza. Solo hasta toparme con Residencia en la tierra -casi al salir de 4° medio- comprendí que había desatendido a un poetastro de talla mundial, como lo reafirmarían mi lectura encandilada de Alturas de Machu Pichu y Odas elementales en los noventas, pues la UCV tampoco ponía al vate entre sus lecturas obligatorias. Entonces me aboqué a una pesquisa concienzuda de mayor sintonía fina con mis desmadres de prosa urbana, demasiado urbana… y la hallé en su novelita El habitante y su esperanza, que habría que revisitar junto con otras joyas de la mal llamada “prosa de poetas” (pienso en Casa de cartón de Martín Adán, por ejemplo), lo que reafirmó mis sospechas que con toda clase de armamento y/o calibre igual se podía intentar el asalto al palacio por siempre invernal de la poesía.

 

–¿De qué manera la ciencia ficción (CF) y la poesía trabajan en tu propia cabeza?

 —¿Qué hice primero? ¿Leer poesía o novelas CF? La pregunta me resulta irrelevante, pues ambas actividades fueron una misma cosa para este poeta adolescente ávido de ideas imposibles; rumiando ir más allá, fuera de este mundo, o casi. Porque tal corriente sumergida de obras/autores que desde el siglo XIX y hasta nuestros días siguen alimentando fantasías y pesadillas no debiera tomarse a la ligera al minuto de ponerse a escribir la página por venir.

 

–Volviendo a tu poesía ¿Cuál es el arte poética que aúna tu trabajo literario que al decir de Yanko González Cangas es “culterano, vidente y ácido”?

 —Pues la dictadura no sólo me condicionó a mí, sino a tres generaciones al menos, que aún no reparamos –algunos entendieron que se trataba de negociar- nuestra culpabilidad. Por obra, omisión y testimonio, no podemos huir de la escena del crimen, pues somos juez y parte. Lo terrible, es que a algunos viejóvenes de aquella época todo esto les importa un carajo, y no entienden que su desmemoria y apatía, son la respuesta que nosotros nunca aceptaremos. Y si nadie quiere oír “tanta estropeada canción de amor” igual seguimos entonando “atroces baladas…”

 

–¿Cómo ves el panorama actual de poesía chilena?

 —Me duele que la búsqueda de belleza o verdad propias del oficio trasmuten en un mantra donde éxito y productividad ya no riman con honestidad o compromiso.

 

–¿A qué le temes en estos días?

 —Al desierto panorama de la crítica local. Cada vez más debiéramos resistir la obsesa representación del Otro -llámese crítica, comentario o simple repaso de textos ajenos- para airear nuestra perspectiva y alejar la indiferencia lectora. Esta especie de distancia auto-medicada nos permitiría “enfriarnos” del consumismo y cesar, aunque sólo sea como mínimo consuelo, el predicar verdades reveladas por poderes fácticos en las sombras.

 

–¿Cuál es el peor error que puede cometer un poeta y un autor de ciencia ficción chilena?

 —Olvidar ser la voz del testigo. La siempre complicada complicidad del observador atento a los cambios en el arte, es tan importante a la actividad estética como al momento impreciso de la creación serán las múltiples formas en que sus sentidos administren intuitivamente las dosis de realidad e imaginación necesarias para cristalizar cualquier obra novedosa de arte -llámese: vanguardia, contracultura, underground-; pues inmediatamente la sociedad opondrá un código articulado de interpretación -léase: discurso crítico– que muchas veces repite fórmulas o recetas al uso, que torna el juego de las apreciaciones, en simple pasatiempo de salón, artificioso y terriblemente aburrido, para jugadores y público incluido. Y justo allí, poeta y narrador fantástico nunca debiesen olvidar que primero fueron lectores.

 

–¿Un libro que no pudiste terminar de leer?

 —Cualquiera de autoayuda. No los soporto, se me caen de las manos…

 

–¿Tu libro favorito de poesía chilena y de ciencia ficción?

 —Fácil. “Mi tiempo” (1980) de Moltedo, porque lo descubrí en aquellos años vividos en voz baja, una lección ética en silencio. Y “El hombre ilustrado” (1951) de Bradbury, pues aún irradia mis sombras ese deslumbramiento lector tan temprano.

 

–¿En qué te encuentras trabajando poéticamente ahora?

 —Siempre me interesaron autores híbridos como Poe o Cortázar (¿poetas o narradores, fantásticos o realistas?), esos mismos que Barthes llamó “anfibios”: Kafka, Mishima o Beckett. Y aunque me representa aquello que adivinó Carlos Henrickson al hablar de mi prosa “mestiza entre pop y vanguardia”, también sé que me deconstruye como un holograma en pleno día. Ahora mismo, por ejemplo, escribo un largo poema sobre un Valparaíso poshumano, donde voces se pasean entre ruinas, compareciendo en un mismo plano, épocas, personajes y perspectivas diversas, hasta fundirse en una sola gran unidad: viva; esa alteridad cotidiana me hace creer que Valparaíso nunca morirá. ¿Cómo clasificarme entonces? ¿Poeta CF?

 

–¿Qué cosas te alegran en esta temporada?

 —Cierta poesía de bolsillo perro que amigos y/o desconocidos en apartadas locaciones de internet, muy de tarde en tarde, suelen enarbolar como breves señales de ánimo o consuelo en medio de la niebla reinante. Dichos fuegos fatuos virtuales logran traerme de vuelta a la pequeña casa de la Poesía. Raro ¿no?

 

–Un poema tuyo que te gustaría compartir con nosotros este día?

 —De mi próximo libro “poemas de anticipación”, un verdadero adelanto…

 

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abandonas desiertos mares desmembrados

cielos sin perturbarlos con ínfima crueldad

alzas tus ojos resistes el latigazo gravitatorio

renuncias infame acto carnal de decir adiós

tanta alegría sin bondad apenas luz agraz

se alejan esos imperiosos entornos de usura

nada de valor atesoraban sus cajas sin fondo

entre fuegos cruzados enfilas al no retorno

otra noche mortaja arropará nuevos limbos.

 

–Tienes alguna anécdota que quisieras contarnos de tu trabajo junto al gran poeta Ennio Moltedo con el que trabajaste en algunas cosas y escribe la contratapa de tu obra reunida?

 —Cuando apareció “La noche” (Altazor, 1999) resultó recurso de amparo para lectores perdidos ante el siglo que se venía abajo. Enfrentado al irrisorio espectáculo de la realidad deformada por los medios de incomunicación y apartándose de la tontería ambiental, el poeta manipuló esos mismos materiales urgentes, atacando o parodiando todo aquello que ofendía su mirada. Con valentía inusual a una edad donde otros cocinarían memorias, Moltedo asistió al reiterativo derrumbe de Occidente, aquí mismo, a la vuelta de la esquina. Y yo pude ser testigo privilegiado de tal “cocina literaria”. Un honor inmerecido en tiempos de dobles fondos morales.

 

–Por último, como editor de “Puerto de escape” donde haces un aporte crucial al género de ciencia ficción en Chile e hispanoparlante, quisiera terminar preguntándote ¿Cuál fue la conclusión más inquietante u ominosa de tu libro “Años luz. Mapa Estelar de la Ciencia Ficción en Chile”?

—Y claro, fue mi antología “Años Luz” (PdE, 2006) quien ayudó a redescubrir a los lectores del siglo XXI la existencia de esta literatura de CF, escrita y publicada desde el siglo XIX en nuestros lares. Entonces, falsa humildad aparte, a la hoy obsoleta pregunta de matinal: ¿existe ciencia ficción chilena? Se le debe reformular una interpelación más acuciante: ¿para qué sirve dicha ciencia ficción en Chile? Porque, fíjense, sostener ayer y hoy un género minoritario (como la CF) escrito por autores provincianos de cualquier región, apartada o centralista del país, que buscan transferir lo global al medio local, solo lo vuelve aún más marginal, incluso, al margen mismo del todopoderoso canon realista chileno; pues no tiene un aquí ni un allá, sino que peor, podría llegar a pensarse que, simbólicamente, nunca fue escrita. Y ese brutal acto de desaparición -ese borrón y cuento nuevo- nunca le ha resultado a la poesía, que siempre reaparece, aunque solo sea entre líneas.

 

Dunas de Concón, invierno del 2022.

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