Noviembre 15, 2024

Entrevista a Marcelo Gatica Bravo: «Escribir es volver a darle vueltas a las palabras y a las cosas»

 

Por Ernesto González Barnert

 

 

A propósito de su libro El mar ya no es, recientemente reeditado en Chile, por Alquimia Ediciones este 2022, nos lanzamos a saber más de este poeta y profesor cauquenino, avecindado en Europa. Y que por este libro obtuvo el Accésit del VII Premio Internacional Pilar Fernández Labrador. Un libro donde continua, explora, trabaja, en la senda poética de autores de nuestra tradición como Rodrigo Lira, Juan Luis Martínez, Raúl Zurita, Parra, Neruda o Huidobro, por nombrar algunos de los más obvios, en el que despliega una voz pastiche atenta a los símbolos y signos de la posmodernidad dando en pocas páginas un ejercicio condensado de lírica sagaz y sentida alrededor de la experiencia y los vestigios indecibles del lenguaje en torno a la muerte del Padre para abrirse en la segunda parte de esta reedición bajo el rotulo de Diálogos cuánticos a una especie de notas al pie, poéticas y chafadas, en torno al quehacer poético en los vestigios de la lectura, vida y conversación. Un libro breve pero espeso, que dispara en muchas direcciones de sentido y encuentro, una miscelánea crítica de los días, el acontecer, la actualidad alienante, con cierto espíritu sardónico de animal extinto antes del meteorito, en guardia siempre con su propia lengua, para darles vuelta o simplemente sospecharlas. Marcelo, volviendo a su biografía, nace en Cauquenes, Chile, 1976. Es profesor de Castellano (UMCE) y doctor en Literatura Hispanoamericana por la (USAL). Realizó su tesis doctoral en Rodrigo Lira, cuya investigación dio fruto a Buelos barios: boladas boludas (Piélago, 2016) y DoQmentos del anteayer (Alquimia, 2021). Ha publicado, entre otros, los poemarios Anclado al pescador de mares (Chile, 2017), El extramuro /Väljaspoolmüüre (Estonia, 2018) Historia universal de una trenza (Chile, 2020) El mar ya no es (España, 2020) Echa tu pan sobre las aguas (España, 2021) y El mar ya no es (2022). Fue antologador de Vientos del sur: Lounatuuled: Tšiili luule: Poesía chilena (Estonia, 2015 y 2018), edición bilingüe que contiene poemas de Mistral, Neruda, Huidobro, Parra y Lira entre otros.

 

–¿Cómo fue el proceso creativo, la cocina literaria, detrás de “El mar ya no es”?

—Es un libro escrito por momentos. En abril del 2019 tuve que viajar urgente a Chile por la salud de mi padre. En el hospital de Linares recibí el diagnóstico de su cáncer terminal. Fue un golpe que hizo estallar mi memoria familiar. Tres meses o lo más cuatro. Disfruta y aprovecha a tu padre me dijo la doctora. Le respondí que vivía a 14.000 kms. Lo llevamos a Pelluhue, una pequeña caleta de la séptima región, donde mi padre había vivido sus últimos 20 años. Compartí sabiendo que tal vez sería la última vez que lo vería. Volví en agosto, y ese viaje fue brutal porque el cáncer ya lo estaba debilitando. Siempre ando con una croquera. Los viajes entre Europa y la casa de mis padres en Pelluhue fueron los principales momentos de escritura. Hasta que hice el último viaje en noviembre para su funeral. El velorio fue en una humilde iglesia evangélica a la que asiste mi madre. Allí se leyeron unos versos del Apocalipsis sobre la esperanza y sobre la muerte. Reconozco que soy un plagiador pues tomé de forma literal el verso El mar ya no es para dar título al libro. Por otros temas tenía que ir a Barcelona, donde sentí la necesidad de sentarme a la orilla del mar recreando el mar de Pelluhue. No había otra forma de vivir el duelo que escribiendo. Justo cuando terminé el último poema, había un concurso de poesía en España, y el libro fue premiado con su publicación el 2020. Dos años más tarde ha sido publicado por Alquimia.

–¿Me gustaría ahora llevarte a diez libros que te marcan en lo personal como poeta, son esenciales en tu educación sentimental, siguen ahí contigo?

—Más que libros mencionaré a los escritores que me acompañan. Jorge Teillier ha envejecido tan bien, que es uno de mis favoritos. Vallejo de Perú es un crack. Las residencias de Neruda son un faro al que siempre vuelvo. La prosa de Mistral es una roca fundacional. Lo lúdico de Lira. También, vuelvo a algunos clásicos medievales como Fray Luis de León o San Juan de la Cruz. En España he conocido tremendos poetas como Alfredo Pérez Alencart, y Juan Carlos Mestre que bebe de los chilenos. Hay que releer a Alcalde y Stella Díaz Varín.

–¿Qué significa en lo personal «Rodrigo Lira»?

—A Rodrigo Lira le tengo un cariño especial. Me ha acompañado en diferentes momentos. En el Pedagógico por el 98 para una clase de Literatura Chilena nos pedían exponer a un autor de la segunda parte del siglo XX. Vivíamos en una especie de país maqueta, parecía que todo iba bien (la llamada transición) pero en el fondo sabíamos que éramos un país sísmico que en algún momento estallaría. Lira tenía ese desparpajo de recordarnos el valor de la poesía como un arma que sospecha del lenguaje normativo. Al momento de elegir el tema de mi tesis doctoral. Mi tutora me dijo que seleccionara a alguien que no fuera conocido fuera de Chile y que fuera importante. Lira fue la elección. Luego conocí a la señora Elisa Canguilhem, quien fue muy generosa compartiendo material para hacer mi tesis doctoral. Parte de ese material inédito fue publicado el año pasado en diciembre por Alquimia, justo cuando se cumplían cuarenta años de la desaparición de Rodrigo Lira. Fue una bella forma de homenajear a uno de nuestros poetas más representativos de los ochenta.

–¿De qué manera la obra poética de Pablo Neruda dialoga con tu propia obra?

—Neruda posee un tono telúrico y existencial potente en sus residencias. Me gusta cuando en toda la época de las vanguardias en revista Caballo verde se refiere a la poesía impura. Aquella que se embarra con la realidad. Esa tensión estética y ética lo enriquece, y en este punto veo un diálogo con ciertas marcas de mi poesía como el tono telúrico y vitalista proveniente de la realidad social, pero al mismo tiempo, una poesía reflexiva que se piensa con imágenes que buscan el asombro por los detalles de la geografía humana.

 

 

–Volviendo a tu poesía ¿Cuál es el arte poética que aúna tu trabajo literario que va de Anclado al pescador de mares (2016), pasando por El extramuro (2018), Historia Universal de una trenza (2020) hasta El mar ya no es?

—Una profesora una vez me dijo que era un poeta itinerante. Casi todos los libros los concibo como proyectos originados de situaciones vitales que intervienen mi biografía personal: como la muerte de mi abuela (Historia universal de una trenza) el cáncer de mi padre (El mar ya no es), o paseos en coche con mi cabro chico en la ciudad antigua de Tallinn (El extramuro). En los últimos catorce años he vivido en 3 países. Lo paradójico es que no busqué intencionalmente este trayecto. Salvo estudiar en España.

Mi arte poética es una cosa bien natural. Es volver a ser un cabro chico, volver a darle vueltas a las palabras y a las cosas. Volver a ese espacio mítico del asombro, conmoverme, desdoblarme y me doy por satisfecho cuando comparto esa mirada.

–¿Qué significó en lo personal haber antologado «Vientos del sur…»?

—Vientos del Sur: Lounatuled surgió como respuesta a las conversaciones que tenía como mis estudiantes de español en Estonia. Me preguntaban por Chile, y que les hablara sobre nuestros escritores. Me puse en plan investigador y descubrí que había muy poco. En la biblioteca nacional de Tallinn encontré unos vinilos de Violeta Parra y Víctor Jara, y una pequeña antología de Neruda, que tenía sesgo político. Mi esposa me apañó y al final se trasformó en un proyecto familiar: la poesía la ponía Chile y de la lengua estonia para la traducción se encargó mi esposa. Ella se puso en contacto con los poetas estonios que sabían español. Todo fue autogestión. Por mi parte, gestioné el tema de los derechos (que no es fácil cuando eres un gato sin contactos en ese mundillo) fundaciones, los franciscanos, con la mítica Carmen Balcells. En esa primera muestra de poesía chilena al estonio estaban: Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Vicente Huidobro, Nicanor Parra, y Rodrigo Lira. El Fondo del libro de Estonia financió la publicación. La Embajada chilena se sonrojó un poco, pero para la segunda edición la apoyaron, y en agosto de este año a través de un Dirac publicamos a Huidobro al estonio.

–¿Cómo ves el panorama actual de poesía chilena desde tu condición extranjera?

—Creo que en la época que vivimos las distancias quedan en entredicho y pese a que existen grupo más o menos organizados por las redes sociales, creo que hay muy buenos poetas y excelentes iniciativas en el mundo independiente. Tal vez, aquellos espacios que seguimos considerando canónicos (El Mercurio- Copesa y cierta academia) se transforman en muros más por tradición que por efecto real. Por mi parte, prefiero ser optimista y por ejemplo lo que se está haciendo a través de Fundación Neruda o revista Altazor como difusión de poesía me parece genial.

–¿A qué le temes como escritor?

—Le temo a perder el asombro y volverme una especie de vendedor de seguros del lenguaje.

–¿Cuál es el peor error que puede cometer un poeta?

—Sentirse la última chupá del mate o creer que su estilo escritural está sobre otro. La poesía tiene múltiples formas de como expresar el espíritu.

–¿Qué le dice el Doctor en Literatura al poeta y viceversa al abordar el poema, la literatura, la enseñanza de la poesía?

—Aquí soy posmoderno total. Intento de integrar todas las miradas que enriquecen al poema. Un compañero del trabajo, me dice que los poetas tenemos un punto a favor para abordar el poema: la biografía como elemento matriz. Es verdad porque lo he comprobado en las clases.

–¿Un libro que no pudiste terminar de leer?

—Creo que no seré nada original pero no pude con Ulises de Joyce.

–¿En qué te encuentras trabajando poéticamente ahora?

—Revisando carpetas y archivos de un ordenado del 2017 que me remiten a un poemario del 2005 que tiene como título Auge y caída del Parque Hollywood. Una especie de foto de ese Chile y sus demonios que emergen cada cierto tiempo y que como chilenos tenemos esa capacidad estoica de tapar lo incómodo bajo la alfombra.

–¿Qué cosas te alegran en estos días?

—La sonrisa y la mirada risueña de mi hijo Lukas, quien vive con en el espectro autista. Las preguntas ingeniosas de mi hijo Benjamín, el más pequeño, quien se ha inventado un mapa con países que sólo existen en su imaginación. El termino de clases en Luxemburgo y el viaje en ferry de Alemania a Estonia para las vacaciones de verano.

–¿Un poema tuyo que leerías hoy en una sala de clases de Liceo?

 

MAMÁ Y EL REINO DE AGUA

 

Mamá, no creo en las palabras

gotas de lluvia bajo

la infamia del Ojo postizo.

Me cansa la geometría

de la trenza, el jumper

pegado al cuerpo

a la sala de clases.

Tatuada al control de lectura cotidiano

de unos cuervos sin ojos.

Ser trozo de carne

pasarela y gemido para aquellos bancos

de la plaza atestados

de manadas de ojos erectos

de ladridos.

Me cansa la risa gaseosa, el payaso de turno

el que me ve en la cama

en la cocina limpiando la mierda.

Me cansa que un verso

de amor sea

líquido entre las piernas.

 

Mamá, vivimos en un reino

de tierra, y sangre.

Prefiero las dimensiones del agua

y que el mundo se evapore

como en un acto de magia

llenar el mundo de magas

que saquen caballos de los sombreros

de las carteras espadas. Descolonizar

el mundo apócrifo. Las plazas, los bancos

las salas de clase.

Arrancar la raíz de los ojos

quedar en posición de esqueleto

para ver el mundo.

 

En las coordenadas del reino de agua,

las palabras estallan

tan sólidas asoman

como terremotos en las manos.

Es decir, poseen

la fuerza de un golpe de puño

el sonido de un rayo para romper la cárcel que llevamos dentro.

 

Historia Universal de una trenza (Ril, 2020)

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